domingo, 23 de diciembre de 2007

FILOSOFIA DE Y PARA LA MUERTE

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

«Cuando sea llegada mi hora, moriré; pero moriré como debe morir un hombre que no hace más que devolver lo que se le confió».
Epicteto.

Dicen los extranjeros que los mexicanos adoramos a la muerte, y sí, hay mucho de eso, así que, como común denominador, creo que le perdemos el miedo. No sé por qué pero creo que así es. A mí me pasó, desde que yo recuerdo, aprendí, y así lo he digerido, que la muerte es tan natural como el nacer, es parte de la vida misma, es consecuencia de ella, si no hubiera vida no habría muerte

Yo espero la muerte desde chico, más no me angustia, sé que llegará algún día, cuando el Señor lo disponga; por eso siempre he encomendado mi espíritu a Él.

Un día, idéntico a todos, entraré en agonía;
mi corazón admite que llegará ese día.

La muerte, la mía, es mi amiga, sé que vendrá mas no me apura; sé que está bien y que algún día vendrá a invitarme para salir juntos.

La mía casi a punto de empezarse en la arena
ya por tu causa, amor, corre a sus ámbitos.

Pero mientras llega la doña – mi muerte – el tiempo pasa, vive uno tratando de hacer el bien o, cuando menos, controlándose para no hacer mal a nadie. La existencia es maravillosa, existir es un obsequio Divino.

Sé que lo soy, aunque no muy firme;
pero pienso que bien pude morirme
al nacer, no nacer, o no ser hombre.
Quiero que me expliquen el motivo
por el cual yo soy yo, por el que vivo
entre ustedes, y aquí, con este nombre.

La existencia se apareja con la lucha, con el trabajo creativo que produce satisfactores para nosotros y para los que nos rodean. De la lucha con amor se colma el espíritu y se cobija a la familia.

Dame tiempo Señor, pues aunque tardo
he de rendir ante tus pies el fardo
que destinaste a mis endebles hombros.
Sólo que los encuentres incapaces,
aniquílame ya, mas no rechaces
este pequeño cúmulo de escombros.

Crucé por la vida: crecí, estudié, aprendí, conocí, amé, fecundé, trabajé, formé, creé, sufrí, gocé. Todo me fue dado por gracia Divina; ahora espero apacible, inmerso en mi lectura y amando a mi prójimo, a la Doña, magnífica señora que me acompañará en el camino a Dios mi Señor.

En manos de Dios puse mi vida
desde mis años mozos más lozanos,
y abandonado y dócil en sus manos
hoy aguardo la muerte: Bienvenida.
Como, cuando y de qué, Dios lo decida.
Buen provecho, carísimos gusanos.
Salud, señores tirios y troyanos,
el amor ha ganado la partida
.

Quedó en mi un vacío inconmensurable, cuando mi esposa Angélica, mi Prieta amada, partió. A partir de entonces mi espíritu deambuló, deseaba la visita de la Doña, mas no me atreví a invitarla porque la fe en Dios, que nunca me abandonó, me hacía confiar que sólo Él podía invitarla, y hacerla venir sólo cuando El lo dispusiera. Así el Señor me brindó la fuerza para que mi corazón, mi mente y todo mi ser giraran y se apoyaran en la imagen y presencia de mis adorados hijos. El amor a Dios y a mis hijos me han dado la paciencia y tranquilidad necesarias para esperar la visita de la Doña.

Ay amor, sólo tú – si no tú, nadie –
puede querer, puede lograr que tenga
un despertar la muerte, como el sueño.

Pero antes de partir, el día en que finalmente llegue la Doña, me tomaré una copa de tequila con ella y brindaré a su salud.

He de darle a la muerte mi cuerpo, limpio, entero.--
Es la última amada que dormirá conmigo –
Doña, Señora Muerte, me acompañarás al Señor, volveré al redil.

Y es bien sabido que la vuelta a casa,
tras la molestia natural, implícita,
resulta siempre lo mejor del viaje.


02/ Nov./ 1999

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