domingo, 21 de diciembre de 2008

Te acepto a ti

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


¡Cuántas cosas decimos resumidas en una fórmula tan breve: te acepto a ti! Decir te acepto a ti, es decir: te conozco, sé quién eres. Conozco tus cualidades y tus defectos. Sé quién eres. Llevo un tiempo contigo, y después de aquilatar todo en la balanza, he decidido que a pesar de tus posibles defectos, pero siempre más pequeños que tus cualidades, te elijo entre otras posibilidades.
Decir te acepto a ti, es decir, sé quién no eres. Por tanto no tendré pretensiones. No me pasaré la vida con una queja entre los labios por lo que no eres: si tuvieras lo que tiene tu hermano, si fueras como la mayoría de nuestros amigos....
Te acepto a ti, como eres. Estoy enamorado de ti. Sé en que te puedo ayudar a superarte y a mejorar, y sé en qué aspectos será ya muy difícil que cambies porque son hábitos que se han hecho vida, o porque es parte de tu educación o porque así es tu carácter.
Aceptarte a ti es aceptar tu historia personal, es decir: tu pasado, tu presente y tu futuro. Lo que pueda venir. Tantas cosas como en nuestras vidas puedan cambiar.
Cambia la gente y cambian las circunstancias. Hoy eres esta persona. Mañana, tú misma, por los golpes de la vida, puedes ser otra persona. Los golpes van haciendo mella en nosotros, pero cuando nos aceptamos, lo hacemos incluso con esos golpes y heridas de la vida que por otra parte nos deben hacer mejores.
Cambiamos físicamente. Él ya no es el muchacho fuerte y robusto que tú conociste, sino un hombre posiblemente enfermizo. Y ella, que era una mujer guapa, fina, delicada... después de veinte anos de matrimonio, cuatro hijos y algunas enfermedades normales que han ido raspando su belleza inicial, ya no conserva aquellos rasgos, quizá, de los que te enamoraste, pero se ha abierto paso una nueva belleza, más grande, que tú aceptaste desde que te comprometiste.
Así se aceptaron: con pasado, presente y futuro. Cambian tantas cosas y surge una belleza mayor pero que es necesario saber percibir.
Pensemos que cuando compramos una mesa de cristal, la aceptamos así como está, nueva e impecable, pero aceptamos también que pueda rayarse en el futuro. No podríamos comprar nada si estuviéramos buscando un material a prueba de todo, simplemente porque no existe.
Cambiamos no sólo física sino también psicológicamente: cambia nuestro carácter, nuestra manera de reaccionar, nuestra paciencia. Si al pasar de los años hemos ido perdiendo algunas cualidades que antes nos adornaban: simpatía, optimismo, ecuanimidad... no es motivo para terminar un amor. El amor va más a allá.
Cambian nuestros gustos, nuestras aficiones, nuestras ilusiones, nuestras aptitudes. Sería de desear que en toda la vida no experimentáramos cambio alguno en nosotros, pero, esto simplemente no es la realidad.
Te acepto a ti, es hacerme a la mar contigo, en la misma barca. Remar contigo, ser náufrago contigo si fuera el caso, no escapar con un salvavidas, ¡ni menos con el salvavidas! Es compartir ilusiones, proyectos, luchar contra las mismas tempestades y disfrutar juntos el alba y el atardecer, mar adentro.
Te acepto a ti, para hacerte feliz. Te prometo que ése será mi proyecto. Tratemos de reducir el te quiero a su más simple expresión, y nos daremos cuanta de que en el fondo sólo nos queda esto: quiero hacerte feliz. Ahí está el verdadero amor.
Cuántos novios se dicen te quiero, te amo, y se expresan muchas sentimientos más. Y ¿qué significa todo eso? Palabras vacías cuando no buscas el bien y la plena felicidad del otro. ¡Cuántos jóvenes y muchachas se casaron pensando no en hacer feliz a alguien, sino en quién los haría felices! Y por tanto entran al matrimonio con una visión egoísta de la felicidad. La experiencia nos dice que cuando de verdad se busca la felicidad del otro, la consecuencia -no forzosamente inmediata- es la propia felicidad.
Además, la persona amada buscará lo mismo, de tal modo que el amor y la búsqueda de la felicidad del otro serán recíprocos.

Crecimiento demográfico

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

El crecimiento demográfico de los 40 provocó una incontrolable acumulación de miseria.- En tan sólo cincuenta años la capital del país aumentó cinco veces su tamaño, de acuerdo con la investigación titulada La cultura social a mediados de siglo, de José Joaquín Blanco, académico de la Dirección de Estudios Históricos (DEH) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quien elaboró un detallado recuento histórico del crecimiento que se dio en el Distrito Federal a mediados del siglo XX.

De acuerdo con la investigación de Blanco, la historia mexicana habla de una expansión producto de la modernidad, la tecnología, las condiciones mundiales y el azar, que encontró su inicio en el año de 1940.

En esa década, el país no llegaba a los 20 millones de habitantes; durante los años cincuenta superó la cifra de los 30 millones, lo que representa una densidad de 15 habitantes por kilómetro cuadrado. Entonces se producía oro, plata, cobre, plomo, zinc, petróleo.

Mientras que en la agricultura los productos que se generaban eran maíz, trigo, azúcar de caña, naranja, copra, henequén, cacahuate y ajonjolí. El 70 por ciento de las exportaciones era de productos mineros, entre los que destacaba la plata de Pachuca.

El 85 por ciento de las exportaciones se dirigía a un solo cliente: Estados Unidos. El 80 por ciento de lo población vivía en y del campo, y a penas había medio millón de obreros en 1945.

La esperanza de vida no rebasaba los 40 años, se carecía de agua potable en prácticamente toda la República --lo que además generaba violencia entre campesinos--, seguían funcionando –con ritmo cansino-- los ferrocarriles de don Porfirio Díaz y apenas se introducían los nuevos proyectos de carreteras.

“Este manojo de datos debería darnos la idea del tamaño de la explosión demográfica y social que se dio en la segunda mitad del siglo XX. El país se multiplicó por cinco sin extender en esa proporción la infraestructura, los servicios y los bienes necesarios, que siempre han sido escasos.

“Por ello cabe señalar que las crisis de décadas recientes encuentran su origen en el cráter que dejó ese estallido de los años cuarenta; el crecimiento demográfico provocó una incontrolable acumulación de miseria”.

Blanco señala en su estudio que en esa época México tenía muchas deudas con su pasado, mismas que trató de dirimir por esos años, y que si no explican del todo su historia ni su manera de pensar, sí matizan su peculiaridad y la personalizan.

Desde los años cuarenta se ritualiza el autoritarismo, en lo que conocemos como “los sexenios del PRI” y nuestros antepasados --quienes no dejaron de combatirlo o al menos de criticarlo-- no advirtieron toda su enormidad y su extravagancia, pues la protesta social no solía dirigirse a lo que hemos llamado el “sistema”, sin saber muchas veces con precisión lo que se quiere decir con eso.

Por otra parte, la consolidación del sistema político mexicano se enfrentó a la catástrofe de un mundo en guerra general, que a su vez dotó a nuestro país de virtudes inesperadas.

La vieja nación bronca, conocida en todo el mundo sólo por sus balazos, su persecución a los curas y las guerras civiles, se volvió foco de paz que atrajo a perseguidos y exiliados de los países en guerra.

“Somos cinco veces más país que antes, pero también en igual proporción más angustiados y débiles, con soluciones más complicadas”. No podemos ver aquella época como un paraíso dorado. Hemos pagado con creces sus errores, ingenuidades y corrupciones. Nos quedan al menos veinte años más de castigo.

“Se acercan tiempos de grandes transformaciones novedosas, tal vez no ligadas a signos ideológicos nítidos, como durante la Guerra Fría, sino a la experiencia regional de muchos países. Se dice que China, Corea, la India y Brasil van perfilando sus reacomodos. El caótico modelo mexicano acaso empiece apenas a insinuar algunos, que ninguno de los tres partidos principales ven con claridad”. Pero lo que es peor: la ciudadanía es reacia a compenetrarse en la importancia que tiene su decidida participación para lograr avances sustantivos, no acaba de digerir que a los países los construye –también los destruye-- sus habitantes.

Ancianos jóvenes

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Advertir, hijo, que son las canas el fundamento
que soporta la agudeza y discreción
.

Los sociólogos de nuestros días distinguen ya entre “ancianos jóvenes” y “ancianos más ancianos”, entre tercera y cuarta edad. Y siguen buscando palabras y términos intrincados para definir y caracterizar un hecho real: el número de abuelos y de abuelas en el planeta tierra abarca una tercera parte de la población mundial.

Para muchos atravesar la puerta de los sesenta, de los setenta se presenta como un trauma o una enfermedad irreversible. Pero no es así. Si la vida es un regalo de Dios, siempre y en cualquier lugar será bella, digna y emocionante.

Desde niño me he acostumbrado a ver la vida como el sucederse de las horas de un día o el correr de las estaciones. ¿Cuál es la mejor? ¿Qué estación supera a las otras? Es difícil responder, porque cada una encierra su encanto. No podemos detener el sol y quedarnos con los albores del amanecer. El sol del atardecer es tan importante y necesario como el de mediodía. La primavera hace germinar las rosas, pero del otoño nace la vendimia.

La vida no es un momento muerto, una experiencia congelada. Hora tras hora se suceden, estación tras estación siguen su curso irreversible. El secreto está en aprovechar y sacar el mejor partido de cada instante. El día tiene 24 horas, pero también mil bolsillos que llenar.

Dirijo estas líneas a los mayores, a los que, como yo, viven el atardecer, el embrujo del otoño. Y los contemplo y los trato con emoción. Porque me ilusiona compartir experiencias con esos grandes de la vida que han llenado sus alforjas con tantas vivencias. El paso de los años los suaviza, los hace más comprensivos. De ellos he aprendido que vivir es crecer, que cada persona prepara durante toda su vida la propia manera de vivir la vejez. En cierto sentido, la vejez crece con nosotros. Y de nosotros depende darle calidad o degradarla. Cuando joven, ¡cuánto aprendí de mis mayores! ¡Cómo admiré su visión más llena y completa de lo esencial en la vida! La edad es una tarea.

Recuerdo un gracioso dibujo. Creo que lo vi en un calendario. No recuerdo la firma. Tampoco importa mucho. Está pintado un hombre bastante mayor. No me atrevería a darle una edad. Sentado en una mesa, escribe y firma papeles. A un lado de él aparece un pequeño bloque de hojas que llevan por título: memorias. A su izquierda, un enorme bloque de pliegos con un cartelito: proyectos.

¡Qué verdad tan grande! El hombre comienza a envejecer cuando sus recuerdos son mayores que sus proyectos. El día en que el reloj se para y corren las agujas hacia atrás se muere. En ese momento se tira la vida. En ese instante se firma la sentencia de muerte.

Ahora, ya viejo, en la lluvia nostálgica de los tiempos idos, convivir con mis semejantes me llena de gozo y quiero que el tiempo se alargue para, en el compañerismo, poder servirlos hasta el último día de mi vida.

La vejez tranquila es la recompensa de una juventud serena. No hay razón para considerar a la vejez como un mal. Ella, como todas las demás edades, tiene sus ventajas y desventajas; su pro y su contra; sus encantos y sus inconvenientes; pero siempre hay que ver el lado amable y sublime que le vejez posee, para ello el mejor camino es mantener la mente ocupada en el noble trabajo se servir a nuestros semejantes. Sentir que se es útil enhaltece el espíritu.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Saber decir... ¡adios!

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Cuando hay un dolor profundo, el corazón pesa. Se siente su abatimiento y es como si una enorme losa nos aplastara el pecho. Con esa sensación mortificante y amarga el dolor sube hasta nuestros labios y se convierte en oración:

"Tú lo sabes Señor, lo sabes mejor que nosotros porque Tú conoces a la perfección el corazón de los hombres. Y Tú sabes lo adolorido que está este pobre corazón porque tiene que decir adiós".
Decir adiós es una cosa y saber decir adiós es otra. Decir adiós es abandonarse a ese dolor que tiene sabor a muerte.

Decir adiós es sumergirse en esa profunda pena que nos brota del corazón y se asoma a nuestros ojos convertida en lágrimas.

Decir adiós es quedarse con un hueco en el pecho... es levantar la mano en señal de despedida y darnos cuenta que es el aire, lo único que acarició nuestra piel.

Es volver a casa y ver tantas y tantas cosas del ser amado y junto a esas cosas, un sitio vacío.
Es llorar, desesperarse, vivir en la tristeza de un recuerdo.

¡Decir adiós es tan triste y hay muchos adioses en nuestras vidas! El adiós al ser querido que se nos adelantó, el adiós de las madres a sus hijos en países en guerra, el adiós a quién amamos y se aleja del hogar... el adiós que se le da a la tierra que nos vio nacer...

¿Cómo lograremos saber decir adiós, dónde encontraremos una forma diferente para que este adiós nos sea más soportable?

Para saber decir adiós nos ayudaremos con el recuerdo o más bien con la meditación de cómo debió de ser el adiós entre María y su hijo Jesús. A mí en lo personal me gusta pensar que fue después de una comida. Nada nos dicen los Evangelio de estas escenas, ya que fueron escritos después, bastante tiempo después. Jesús vivió tres años fuera de su hogar dedicado a su misión de predicar.

Solos estaban ya la Madre y el Hijo puesto que ya habían dado el adiós a José tiempo atrás.

Comida de despedida, de miradas llenas de ternura, de silencios cargados de amor más que de frases. La madre solícita y tierna y al mismo tiempo firme y serena. El Hijo empezando a sentir el primer dolor con un adiós para ir al encuentro de la Redención de la Humanidad.

La tarde es calurosa y el camino polvoriento. Por él van un hombre y una mujer. Una madre y un hijo que se despiden, que tienen que decirse adiós...

Y yo creo que María acompañó a Jesús hasta el final del sendero donde el hijo tomaría el camino definitivo. Nada sabemos de lo que hablaron, nada sabemos de lo que se dijeron... pero tuvo que ser un adiós de inconmensurable grandeza y amor. También de dolor. Dolor que se hace incienso y sube hasta el Padre Eterno.

Otra vez en los labios de María el SÍ y en los de Jesús el primer sorbo del amargo cáliz que beberá hasta la última gota. Pero serenos y firmes, llenos de amor el uno por el otro, cumpliendo, aceptando en sus corazones la Voluntad del Altísimo: Saben como hay que decir adiós.

Así nosotros, con este ejemplo de despedida hemos de saber decir adiós. Renunciación, olvido de uno mismo y oración por el que se va. Un abrazo, corazón con corazón y si se puede... una sonrisa.

Y mi oración termina así:

"Señor, sabes que me duele el corazón pero Tú me vas a enseñar a "saber decir adiós".

«Adiós hijos míos sabed que os llevo dentro, muy dentro de mi ser, en lo profundo de mi alma»

martes, 2 de diciembre de 2008

Un caso patético

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


Luisa es una joven mujer, tiene actualmente 35 años, sin embargo aparenta tener más de 45.
Vivió un caso verdaderamente patético que casi terminó con su vida, el remordimiento le ha socavado la mente.
Relato una historia dramática, provocada por un aborto inducido:
“Tengo 35 años y hace cinco que asesiné a mi hijo en un changarro abortista. Mi historia es dolorosa. Todo pasó cuando conocí a mi novio y quedé embarazada. No tenía medios económicos.
“Con alegría fui a contarle a mi madre que estaba encinta. A partir de ese momento empezó mi pesadilla y mi calvario. Mi alegría pasó a una tristeza profunda, nerviosismo y angustiosa desesperación.
“Mi novio me dijo: tienes que abortar. Comencé a llorar desesperada, quería a mi hijo, lo sentía ya dentro de mí y no quería abortar. Llegué al cuchitril. Quería salir corriendo pero no podía, estaba paralizada, mis verdugos estaban a mí alrededor. Quería proteger a mi hijo, pero nadie me ayudaba.
“Vomité tres veces. Un médico me llamó para que entrara a la sala. Ya sentía a mi hijo, le latía el corazón. Eso de que los niños no sienten y que no es un ser vivo, es todo mentira.
“La habitación estaba húmeda y hacía frío, todo era muy tétrico, se olía a muerte en cada rincón del chamizo. Entré en la sala para que asesinaran a mi hijo y me temblaban las piernas y me desmayé. Me ataron al potro con correas.
“Desperté llorando, estaba vacía. No sentía a mi hijo. Lo habían matado. Me sentía sucia y una mala persona. Después de abortar sentí que aquello era mi muerte, estando viva.
“Perdí 15 kilos, empecé a beber y todos los días lloraba por la muerte de mi pequeño. Ahora tomo antidepresivos y estoy acudiendo a unas sesiones de atención psicológica en AVA. Si no fuera por su ayuda me habría quitado la vida, que se acabó el día que maté a mi hijo. El aborto me destrozó la vida”.
Cuantos hechos similares, o peores, suceden a diario a lo largo y ancho de México, qui la sa, el caso es que en verdad que los legisladores que propusieron y aprobaron la despenalización del aborto no tuvieron, ni tienen, una pizca de conciencia humana.


Los antros

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


La letra del Himno Nacional, originalmente decía: “….y retiemble en sus antros la tierra…”, pero a su excelencia Antonio López de Santana no le gustó la palabra ‘antros’ y Francisco González Bocanegra tuvo que cambiarlo por la palabra ‘centros’, lo cual resulta una aberración porque la tierra sólo tiene un centro. Ahora la palabra ‘antro’ se ve socorrida para calificar a lo que antes les llamaban ‘discotecas’ –o simplemente ‘disco’-- a los locales públicos donde sirven bebidas y se baila al son de música de discos.
Los jóvenes tienen derecho a la recreación, ni duda cabe. No sólo eso. Los jóvenes requieren de ámbitos de recreación que les permitan canalizar su energía, establecer vínculos de convivencia y divertirse.
La falta de espacios para ello es, sin duda, un problema para el desarrollo humano de la juventud, pues la ociosidad, se ha dicho hasta la saciedad, es la madre de todos los vicios. No así el ocio, entendido en su acepción de “obras de ingenio que uno forma en los ratos que le dejan libres sus principales ocupaciones”, según la Academia de la Lengua.
Pero así como la carencia de espacios de recreación es un riesgo, también lo es la existencia de algunos –quizá no todos– antros en donde los jóvenes se encuentran en riesgo, pese a que el baile, la escucha de música y la convivencia en sí mismos no lo sean.
Aquí hay que precisar que las costumbres actuales han hecho que los jóvenes hayan cambiado sus hábitos. No hace muchos años los jóvenes dedicaban gran parte del tiempo para practicando algún deporte al aire libre, como futbol, béisbol, atletismo, excursionismo, etc. Pero ahora prefieren distraerse en lo ahora llaman “antros”.
De allí que la vigilancia de padres y autoridades sea necesaria, e incluso sería conveniente invitar a los jóvenes a ser ellos mismos parte de dicha vigilancia, aunque quizá para otros las posibles denuncias derivadas de ellos se pudieran entender como falta de solidaridad con el grupo.
En los antros se corre el riesgo del alcoholismo. Cierto o no, corre por ahí la idea de que como el negocio de dichos lugares es la bebida alcohólica, se utilizan algunos medios para estimular el exceso en el consumo de alcohol, de lo que da cuenta la Secretaría de Salud respecto del consumo compulsivo ocasional de los mexicanos, particularmente los fines de semana.
La consecuencia, lo han señalado reiteradamente las autoridades policiales, es el elevado número de accidentes automovilísticos que son resultado de manejo imprudencial derivado del exceso de alcohol. Ésta es una de las mayores causas de mortalidad en el país.
De acuerdo con las cifras de la Secretaría de Salud, el exceso en el consumo ocasional del alcohol es alarmante en México, particularmente entre los jóvenes. Pero de allí se puede adquirir la adicción al alcohol, por ese camino, hacia otras sustancias tóxicas.
El tráfico de drogas es el segundo riesgo presente en los “antros”. Es muy conocido que en algunos de estos lugares operan, junto a los jóvenes que se divierten, narcomenudistas que aprovechan la euforia derivada del momento, el exceso de alcohol y las presiones de los compañeros, para estimular el consumo de drogas, al menos de manera experimental, y de allí lo que resulte después.
De allí que la actitud juvenil en los antros debiera ser defensiva y solidaria de unos con otros, para protegerse de este tipo de provocaciones, y no de complicidad para caer en vicios de los cuales resulta después muy difícil salir adelante.
Adicionalmente, y sólo como comentario, habrá que recordar que existen “leyendas urbanas” respecto de intoxicación de los jóvenes con éter en el hielo u otras sustancias que provocan desvanecimientos y pérdida del sentido. Rumores que corren de aquí a allá y nunca probados, pero que cubren con una sombra de duda el mundo de los “antros”.
Un último riesgo para los jóvenes en los “antros” es el exceso de ruido. Los altos volúmenes que caracterizan la música de esos lugares, y que junto con los juegos de luces buscan “elevar” a los danzantes, tiene un efecto físico sobre el oído de los jóvenes que a la larga provocará sordera.
Los jóvenes menosprecian este riesgo, pero es real. Las autoridades no toman medidas al respecto y permiten que los decibeles se eleven a niveles verdaderamente alarmantes. Ruido que, por otra parte, no permite ni diálogo ni socialización real en dichos lugares.
De todos estos riesgos no se desprende que haya que “criminalizar” a la juventud. Lo que se debe es recibir el mensaje de sus deseos y afanes de diversión. En general ellos no piensan que no sea una diversión sana; quienes buscan lo contrario son excepción o una minoría, por ello sorprende la forma como la policía capitalina actuó en el caso de la disco “News Divine”.
Fue un operativo más digno de algunas zonas de Tepito o la Delegación Iztapalapa, donde ni con gala de fuerza se atreve a incursionar la policía, y que constituyen “tierra de nadie”. De allí la indignación social por lo ocurrido, no sólo por los errores que propiciaron la muerte de jóvenes que se querían divertir, sino por la forma en que se ejecutó.
Finalmente, habrá que lamentar que, una vez más, estamos ante la posibilidad de que “muerto el niño se tape el pozo”. La señal es clara: la juventud requiere de un ocio constructivo, no sólo en la gran ciudad, sino en todos los poblados del país. La gran pregunta que debemos hacernos los adultos, padres y autoridades, es: ¿qué alternativas les ofrecemos?


lunes, 1 de diciembre de 2008

¿Hacia dónde va la humanidad?

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Desgraciadamente este fenómeno de rechazo, abandono, o auto devaluación de la propia cultura, viene dramáticamente vivido en América Latina, constatable en los millones de personas que cada año emigran a otro país más industrializado o las grandes ciudades de su propia nación, víctimas la mayor parte de las veces de un modelo absolutista Neoliberal que ha fincado al centro de la dignidad humana el signo monetario.
Ganancia y solo ganancia pueden condicionar la duración de la vida y la cultura de estos hermanos nuestros. Cuanto más distante sea la propia cultura del modelo global, tanta mayor resistencia tendrá que enfrentar la persona para engranar en el proceso económico de ganancia.
Por ganancia y por la presión se sobre vivencia física, se coacciona a vender el recinto de la voz de Dios en el hombre. Una conciencia cristiana que busca revertir este modelo corre el riesgo de permanecer en la marginación y el descrédito. Vender la identidad cultural es vender el ser mismo del hombre, su memoria, su arraigo, implican tanto su dignidad metafísica de persona como su indisoluble condición histórica.
La corrupción e impunidad son los guardaespaldas, las muestras de un modelo que une lucro e irracionalidad, un modelo de explotación y control muy semejante al que describía Hannah Arendt con respecto al uso de la propaganda y el terror de los sistemas totalitarios, con la diferencia que en ellos se pretendía aniquilar cualquier ideología que fuese disidente del gobierno totalitario, mientras que, en nuestras sociedades, el modelo dominante, tiene como destinatario de su persecución y cacería, las diferencias culturales.
Pareciera que hemos olvidado, que el liberalismo agnóstico y el comunismo ateo, son hijos del mismo principio de autonomía y soberanía económica que el materialismo devorador ha generado. Uno mediante la posesión idolátrica de la individualidad, otro mediante la adoración de la colectividad. Ambos han erigido el altar sacrificial del dinero, un paradigma en el que se inmola el hombre, donde el creador se ofrece por su criatura, realizando una parodia grotesca de la Historia de la Salvación.
La tensión entre inmanencia y trascendencia. Este reto acecha el desarrollo político económico con dos extremos igualmente perniciosos: El secularismo materialista y el fundamentalismo religioso, polos que en los últimos años se han visto confrontados a nivel político y armado.
Considero que es fatal confundir el movimiento inherente del ser humano de progreso integral, que requiere del desarrollo económico, con la mentalidad del modelo reinante neoliberal que subordina la persona al factor económico. En el primer caso, la economía permite el desarrollo de la dignidad humana “no se tiene para sobre vivir, sino para vivir”. En el segundo caso se condiciona la dignidad humana a la economía, “se sobre vive para tener, no para vivir”.
El desarrollo de una cultura sana y sólida exige que las condiciones materiales de vida no comprometan la libertad y la dignidad humana. Elementos que no pueden asegurarse en millones de personas que viven en esta latitud en extrema pobreza o miseria. O frente a más de 6 generaciones de ciudadanos que han nacido con una deuda externa que ni siquiera sus bisnietos podrán liquidar aún cuando en este momento se detuviera el monto total del débito. Así, mientras los pocos capitales consistentes son trasladados al extranjero, para asegurar únicamente un patrimonio individual, se corona un sistema piramidal de lesión al bien común, reforzando la arraigada cultura del lucro.
Pero, detrás de esta forma desproporcionada de ambición financiera, ¿Qué busca el hombre? ¿Qué efecto proporciona el dinero en cada uno de nosotros que le buscamos con tanto afán? ¿Cuál es la estabilidad que persigue? La palabra ganancia o lucro ¿No será un denominador cultural de la necesidad existencial de todo ser humano, de buscar una seguridad palpable? ¿La ganancia no estará indicando de laguna manera una acción desesperada de invertir el flagelo de la miseria vivida o temida, en un nuevo y real orden de cosas?

¡Ojo gorditos!

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

«Nunca he oído, ¡oh, gorda!, que un amante
alabe a su amada diciendo: ‘¡Ella es enorme
como un elefante; es carnosa como alta es
una montaña!’»

Ahora que se ha tomado la bandera de combatir la obesidad, cobran actualidad algunas antiguas recomendaciones y se han retomado también algunos estudios que parecían se habían quedado en el cajón del olvido.

Los científicos están desarrollando alimentos que engañan al organismo y hacen pensar que una persona se excedió en su ingestión, lo que a su vez envía una señal al cerebro que suprime el apetito.

El procedimiento "hace creer que se ha comido demasiado cuando en realidad no es así", dijo el doctor Peter Wilde, del Instituto para la Investigación de los Alimentos, en la localidad inglesa de Norwich.

De los estudios de Wilde y sus colegas sobre la digestión de las grasas se concluyó que es posible elaborar alimentos --desde el pan al yogur-- que faciliten la digestión.

Aunque la investigación se encuentra en una etapa preliminar, el enfoque de Wilde para reducir el apetito es considerado por muchos médicos un factor clave en combatir la obesidad endémica.
"La posibilidad de mitigar el apetito ayudaría mucho a la gente que tiene problemas para perder peso", opinó el profesor Steve Bloom, especialista en medicina de investigación del londinense Imperial College, que no está relacionado con el trabajo de Wilde.

Los científicos en América del Norte y otros países de Europa intentan igualmente descubrir un mecanismo que permita controlar el apetito, incluyendo inyecciones de productos químicos o aparatos implantados que interfieran con el sistema digestivo.

Bloom dijo que regular el apetito mediante alimentos modificados es en teoría una posibilidad. Otros mecanismos en el organismo, como la producción de colesterol, son ya una realidad diaria administrada mediante medicamentos, en su mayoría tomados por vía oral.

Empero, Bloom advirtió que controlar el apetito quizá sea más difícil. "El organismo cuenta con muchos recursos para evitar que sus mecanismos reguladores sean engañados", agregó.

Por ejemplo, mientras que ciertas hormonas regulan el apetito, el cerebro recurre a receptores de nervios en el estómago para detectar la presencia de alimentos que le comunican cuándo está lleno.