jueves, 20 de diciembre de 2007

Antropomorfología de la rapiña

Fuente: Yoinfluyo.com
Autor: René Mondragón

Confesión Con el corazón contrito y el alma transida de dolor, debo confesar mi acto de piratería con respecto a la primera palabra del encabezado de esta colaboración. No es mío. Me lo fusilé de algún texto recién leído de cuyo nombre -no es que no me quiera acordar- simplemente escapa a la memoria.

“¡QUÉ GACHO!” Esta expresión tampoco es mía. La traigo a colación, porque mi hijo adolescente verbalizó y sintetizó en estos términos el pillaje que se está dando en Tabasco a raíz de la terrible tragedia que están sufriendo nuestros hermanos en aquel lugar.

Y aunque el diccionario de la Real Academia le concede a mi vástago la razón para profundizar en el contenido de la palabra, después de ver algunas imágenes televisadas de los actos de auténtica rapiña que se están dando en el Edén, no es para menos el hecho de compartir la misma preocupación e igual angustia.

Es imposible no somatizar aquellas escenas. Un fulano, dos más, familias enteras saliendo de las tiendas cargando televisores, radiograbadoras, estéreos, Mp3, DVD's, licuadoras, planchas, tostadoras y batidoras, además de una que otra pantalla de plasma de 42 pulgadas. Y al ser captados por el camarógrafo, los tipos sonriendo con el agua hasta el pescuezo. Sólo faltó que alguno de ellos enviara saludos a sus familiares para avisarles que se encuentra bien. Mi hijo tenía razón: ¡Qué gacho!

Analogía con la "gandallez"

Y es que el concepto de rapiña no deja de estar asociado con la “gandallez” -expresión que escribo con esta ortografía, porque la Academia de la Lengua todavía no se pone de acuerdo en cómo hacerlo ni cómo definirla- palabra del género femenino que en su aplicación encuentra varias acepciones.

“Gandalla”: Dícese del sujeto que se aprovecha de cualquier circunstancia casual, virtual o real para realizar una acción en provecho propio y en detrimento del prójimo.

Gandalla es el sujeto que viendo que usted enfila su vehículo en el último espacio que queda en el estacionamiento, se mete por el otro lado y le gana el lugar. Y encima de todo, activa alegremente el “bip-bip” de su alarma y lo mira a usted con una expresión shakesperiana: ¡Such is life, my dear!

El clásico “gandalla” aprovecha el descuido de quien está delante de él en la fila, y empleando toda su agudeza visual, como perredista en informe presidencial, ve la coyuntura y se posiciona en la cola para ser atendido antes que usted. Por supuesto, cuando usted le reclama, su clásico cinismo simpático le hace expresar: “no… pu's si yo le encargué al señor mi lugar. Total, yo llegué antes que usté”.

En el metro, el “gandalla” observa acucioso, espera agazapado la primera cabeceada del policía o la taquillera, para brincarse el torniquete y no pagar. Es él quien, con su visión de auditor de la Secretaría de la Función Pública, ve que un caballero le cede el lugar a una viejita. El “gandalla” pasa por encima de todos, deja las huellas de sus pezuñitas en la ropa de los demás pasajeros, para sentarse en el lugar vacío. Y cuando llega la viejita a tratar de reclamarle, mágicamente el tipo se queda profundamente dormido, tal cual como Legislador en plena glosa.

La “gandallez” no respeta sexo, credo, nacionalidad o condición social. En la puerta de la escuela del niño, se pone de manifiesto en la persona de una señora en camisón, que todavía con tubos en la cabeza pareciera querer sintonizar la programación de HBO. Con toda calma se estaciona enfrente de la puerta, en doble o hasta en triple fila. Se baja, hace descender al enano de sus entrañas, le da la ultima manita de gato, lo bendice urbi et orbi, le hace las recomendaciones finales, lo hace regresar por el “lonche” que se le olvida, lo despide con besos que vagan por el aire, suspira por aquella momentánea separación… y regresa furibunda a mentarle la madre a todos los paisanos que no la dejan salir. ¡Como si no supieran que dejó los frijoles en la lumbre y la chacha no ha llegado todavía!

La rapiña es lo mismo, sólo que a otra escala y digna de ser televisada. No es un fenómeno de ahora. Es probable que usted, amable lector, se haya enterado que los botes que contenían mantequilla proveniente de los Estados Unidos, y que venían dirigidos a los damnificados del terremoto del '85, se estuvieron vendiendo -al igual que las casas de campaña, cobijas, ropa y alimentos- en diversos tianguis de Tepito, la Colonia Buenos Aires y en el interior de la República.

Quizá usted se acuerde que en esas mismas fechas, los rescatistas franceses se quejaron amargamente en su Embajada porque a algún “gandalla” se le hizo fácil robarles a uno de los perros entrenados para localizar víctimas.

La “gandallez” y la rapiña tienen una relación fraterna y entrañable. Relación que parte de la misma concepción. El “gandalla” cuando pierde, arrebata. Y su condición de “gandallez” le impulsa fuertemente a mutarse en un personaje carroñero. Es lo que el maestro Basave Fernández del Valle calificó como la “oclocracia”, es decir, el poder imperturbable de la chusma.
Frente a tales escenarios suscitados en Tabasco, yo seguiré dicendo ¡qué lastima! Mi hijo prefiere el coloquial “¡qué gacho!”.

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