sábado, 29 de diciembre de 2007

Eulalio Gutierrez

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


“Andaba por las tierras de Chihuahua --escribió Martín Luís Guzmán en El águila y la serpiente-- cuando me comunicaron que la Convención había hecho presidente provisional de la República a Eulalio Gutiérrez. Había surgido a última hora (a manera de los dark horses de la política yanqui) como candidato de transacción, como hombre capaz de satisfacer a unos y otros, gracias a la virtud negativa, de no representar demasiado a ninguno”.
Era un “generalote revolucionario, sencillo, inteligente, honesto” -refiere José Vasconcelos. Pero ninguna de sus prendas morales habían determinado su elección como presidente. La Convención Revolucionaria reunida en Aguascalientes entre octubre y noviembre de 1914, lo nombró porque no estaba comprometido con ninguno de los principales jefes. En cierto modo, su pasado revolucionario --bastante gris-- había sido el fiel de la balanza para alcanzar la presidencia.

Desde 1900 militaba en el terreno de la oposición. Primero como magonista, lo cual le había costado un largo exilio. Luego apoyando a Madero en 1910 y combatiendo contra Orozco en 1912. Durante la dictadura de Victoriano Huerta se unió a las filas del constitucionalismo y en 1914 con el grado de general se incorporó a la desconocida División del Centro, cuyos éxitos militares eran casi nulos pero que comandaba Jesús Carranza, hermano del primer jefe.

Su elección como presidente sólo era el preludio de la guerra que se avecinaba entre los caudillos que meses atrás habían combatido contra la dictadura huertista. La revolución estaba dividida y la paz ya no era posible. A Eulalio le había tocado “bailar con la más fea”: contaba entre sus aliados con los dos generales más populares e indisciplinados de la revolución: Villa y Zapata. Por si fuera poco, tenía como enemigo a Carranza apoyado por el imbatible Álvaro Obregón. Aún con el ánimo más optimista los días de su gobierno estaban contados.

Su primera acción de gobierno fue avanzar sobre la ciudad de México abandonada por los carrancistas. Respaldado por algunos buenos generales, como Lucio Blanco y José Isabel Robles, y con la presencia intelectual de José Vasconcelos en el ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, Eulalio intentó reconstruir en medio de la violencia desatada por sus aliados --villistas y zapatistas-- que habían llegado primero a la ciudad de México.

Al arribar a la capital, el nuevo presidente desistió de utilizar el Palacio Nacional para despachar los asuntos del gobierno. Eufemio, el hermano de Zapata, había utilizado una parte del viejo edificio colonial como caballeriza y cuartel para sus tropas -no podía esperarse menos de alguien que imaginaba la silla presidencial como una silla de montar.

El 6 de diciembre de 1914, “consumó Villa su entrada triunfal a México -recordaría tiempo después Vasconcelos. Desfiló delante de Eulalio y su gabinete una lucida División, casi un Cuerpo de Ejército fuerte en treinta mil hombres con el agregado de los zapatistas. Se metió esta vez Villa a Palacio y aunque se mostraba respetuoso de Eulalio, se dejó llevar a la silla presidencial que nadie usaba y se retrató en ella”.

En términos formales, Eulalio era el presidente. Pero la realidad era otra. Villa y Zapata ejercían el poder a través del único lenguaje que conocían: el de las armas. Ninguno de los dos respetaba la autoridad presidencial, aplicaban la justicia por mano propia, intercambiaban prisioneros para luego fusilarlos y permitían a sus tropas el saqueo. Nadie, ni siquiera el presidente podía detenerlos.

La pesadilla terminó pronto. Sin un ejército propio con el cual hacer frente a los dos caudillos, Eulalio tomó la determinación de abandonar la ciudad en el más absoluto secreto. El 16 de enero de 1915, con un puñado de leales entre los que iba su ministro José Vasconcelos, dejó atrás la capital, no sin antes expedir un manifiesto donde denunciaba: “No solamente los generales Francisco Villa y Zapata han sido elementos perturbadores del orden social, sino que de una manera sistemática han impedido que el Gobierno entre a ejercer sus funciones en los ramos más importantes de la Administración”.

Acosados por villistas, zapatistas y carrancistas durante intensas jornadas, Eulalio y sus acompañantes finalmente pudieron alcanzar la frontera y refugiarse en Estados Unidos. Su efímero gobierno había demostrado que el país aún no estaba preparado para el orden legal, seguía vigente el caos revolucionario.

La década de 1920 rehabilitó a Eulalio Gutiérrez en la política nacional a donde incursionó como senador por Coahuila. Las armas lo llamaron de nuevo en 1929. Sin meditarlo mucho, se unió a la rebelión escobarista en contra del recién fundado partido oficial pero fue derrotado. Como en su juventud, el único camino viable fue abrazar el exilio. De regreso a México en 1934, cansado y sin fuerzas para seguir en los avatares de la política, se retiró a la vida privada. Una frase que alguien le escuchó años atrás había resultado profética: “el paisaje mexicano huele a sangre”.

Diciembre / 2005

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