miércoles, 24 de junio de 2009

Recordando al amigo


Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Recién recibí la triste noticia del fallecimiento de un muy estimado amigo, a quien hace muchos años no veía y ni tenía contacto, pero de esas personas que durante varios años --abarcando parte de la niñez, adolescencia, juventud y primera etapa de la adultez-- fuimos amigos casi de –como se dice vulgarmente-- “uña y mugre”.

Su muerte obviamente me trajo muchos y felices recuerdos. Cuando, recién casado nos fuimos --Angélica y yo obviamente-- a vivir a Rio Bravo, Tamps., acostumbrábamos ir a pasar las fiestas decembrinas –Navidad y Año Nuevo-- a la ciudad de México, para pasarlas con ambas familias. Durante esa corta pero feliz estadía, aprovechábamos para contactar con los amigos más estimados.

En una de esas ocasiones, si la vetusta memoria no me falla fue en diciembre de 1955, me reuní con Rafael –así se llamaba mi recién fallecido amigo-- a comer en un restaurante del centro. Rafael era muy estudioso de los problemas “sociopoliticones” –en nuestro argot: social-político-económico--, así es que de inmediato, después de los saludos de rigor: ¿cómo has estado? Hace mucho tiempo que no nos vemos, estás igualito, el tiempo no ha pasado por ti (como si uno se lo creyera, aunque hay quienes si se lo creen), etc., etc., me envolvió en una conversación (o mejor dicho monólogo, claro que de él) sobre socio…, bueno…, de eso…

Cuando volteé la cara habían pasado cuatro horas, seguramente que él no tenía ninguna prisa y bueno, pues yo tampoco, así es que seguimos platicando, esto es un decir porque el que siguió hablando fue él. Lo único que hicimos fue movernos del restaurante a uno de esos que llaman Café Boutique (no sé por qué les llaman así), nos sentamos en una mesita arrinconada y pedimos unos capuchinos y unas galletitas (me gustan mucho esas que les llaman “pastitas”), nos sirvieron y a lo que “te truje Chencha”, continuamos la agradable conversación, bueno pues… el monólogo de Rafael.

Así llegamos a las seis horas –cuatro en el restaurante y dos en el Café Boutique) de cordial conversación –o que caray, monólogo pues--, qué aguante dirán, pero no, de veras que no, porque aprendí mucho de… eso. Entre tantas (un titipuchal) de cosas que me expuso, me platicó un problemita que me puso a pensar en serio y el cual trataré de exponerlo a continuación

Vamos a suponer (me dijo él) que tú (yo) eres Secretario de Industria y Comercio y que los precios se han disparado tanto para arriba que tú, como alto funcionario del Gobierno, te entera del descontento general y tienes que dar una explicación para tranquilizar los ánimos. Claro que la solución más sencilla sería la de presentar tu renuncia, hacer mutis calladamente y retirarte a llevar una vida tranquila y sin sobresaltos en un país apacible, en donde se conozcan todas las divisas del mundo y no se hagan preguntas indiscretas. Pero como tú eres hombre de agallas, y además todavía faltan tres años para que termine el sexenio, optas por quedarte y hacer frente al temporal como los meros machos. Sin embargo, de alguna forma tienes que capotear a la opinión pública para salir del brete.

¿Qué harías tú?, me preguntó él, y después de un sorbo al capuchino, me dijo que él había analizado algunas soluciones que, aunque tenían sus inconvenientes, los que me iría indicando, podrían ser las más viables, a saber:

A) Explicar que se trata de una etapa lógica en el proceso de desarrollo, una situación temporal y meramente coyuntural (palabra esta muy socorrida en los medios políticos, y la gente ya está harta de tantas coyunturalidades, tanto que el día menos pensado te reciben con una pedrada que te haga saltar todas las coyunturas).
B) Asegurar que el gobierno está consiente del problema y profundamente preocupado por el mismo, tanto que ya ha nombrado a varias comisiones, que se coordinarán en su oportunidad para estudiarlo a fondo, (con esto retrasas algunos meses la respuesta. Aunqye en unos meses pueden ocurrir muchas cosas, entre otras, que te renuncien y te den las gracias por tus patrióticos servicios. Lo cual bien vistas las cosas, sería una solución para ti y para el país. A pesar de que esto último no es muy seguro, pues ya sabemos lo que son los sucesores)
C) Declarar que: “El aumento de los precios, siendo lamentable, está ampliamente compensado con el aumento de las percepciones”. Tú, naturalmente, te refieres a las percepciones de los intermediarios, de los padrinos, de ti mismo y de tus colegas; nada más tienes que tener cuidado de que esto no trascienda.
D) Inaugurar algo, (digamos un mercado sobre una sola rueda, una exposición de artesanía haitiana o de maquinaría europea, una pescadería pintada de anaranjado y con pececillos multicolores, etc.). Y en el discurso de inauguración, soltar una cantinflada como la de decir que “la situación no es solecía, pero tampoco luciférica ni alarmante. Si algo remontra, puede asegurarse que se trata de un fenómeno circunstancial que obedece primordialmente a pretexciones de conexos fréticos y antirrevolucionarios. Si la situación fuese alarmante, yo sería el primero en estarlo. Y ¿acaso estoy alarmado?, ¿Lo está el señor subsecretario de Pesca, Banprese y trinquetes que me acompaña? Abandonemos pues el alarmismo y desoigamos a los alarmistas. Son ellos los que se que se auto-alarman y luego siembran la alarma entre otros ya de por sí alarmados”. (No creas que esto es una tomada de pelo. Declaraciones oficiales como esta, y aún más gordas, se hacen todos los días y son tragados por el manso pueblo y los estoicos contribuyentes).
E) Adoptar una expresión serena, y con mirada firme y sosegada, como si fueras a decir algo trascendental, algo muy pensado, algo que ha requerido cuantiosos sacrificios, innumerables desayunos de trabajo, fuertes presiones de la CIA y combates contra potencias del primer y segundo mundos; declarar enfáticamente como si fueras otro Fidel Velazquez: “No estamos dispuestos a que continúa el alza de precios. Puedo asegurar que los precios no subirán ni un milésimo de uno por ciento en los próximos dieciocho meses, ya que nuestra economía es por demás sólida y cada vez se fortifica más con el ilimitado crédito en el extranjero. No hay de que preocuparse mientras nos dure el BID, el EXIMBANK y el FOMOIN. Pero repito, no toleraremos que suban más los precios. Si alguno de ustedes se entera de que han subido en alguna parte, los insto a que me llamen por teléfono para notificármelo. ¡Y ay del que los suba!, todo el peso de la ley caerá sobre él”. (Claro que nadie te va a creer, y además la gente no está preocupada por lo que vayan a subir los precios, sino por lo que ya subieron. Sin embargo el, el público continúa siendo lo suficiente bobalicón y tragacuentos como para impresionarse con discursos de orador de sindicatos o de federación estudiantil).
F) Echarle la culpa a otro señor secretario. Esto sería lo más sencillo de todo, nada más que te arriesgas a que ese otro señor secretario, a la primera oportunidad, te eche la culpa de todo, desde el alza de precios de las canicas hasta la última devaluación del cruzeiro brasileño, así como de un brote guerrillero en la Sierra Lapuerta).
G) Culpar a los críticos e intelectuales, enemigos del sistema.

Así las cosas, tú escoge amigo.

Realmente no supe que escoger, por lo que, después de meditar un rato, apurando el resto de mi último capuchino, le dije: “mira cuate, a mi no me gusta la cartera de Industria y Comercio, prefiero una de piel de camello”. ¡ABUR!

El Magisterio y las peras del olmo

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Hojeando una libreta de apuntes, me encontré pedazos de un artículo que escribí hace 13 años (junio/1996), se dicen fácil pero son muchos años, para mí significa la cuarta parte de mi vida; como se dice vulgarmente: “ya llovió”, y vaya que si ha llovido.

Pues bien, el artículo lo titulé igual al que ahora escribo: “El Magisterio y las peras del olmo”. Y lo hago ahora igual porque, parece mentira, pero las cosas en relación con los seudo maestros no han cambiado un ápice, lo cual, dicho en términos económicos significa “ir a la baja”. Esto significa que la educación en nuestro país ha empeorado, resultado de ello es el incremento de la delincuencia. Ahora vemos que en cada arresto grupal aparecen adolecentes de 15 o 16 años, delincuentes activos en todo, hasta gatilleros.

«Estudié primaria y secundaria allá por los años 1936-44, en ese entonces el maestro era toda una institución, imponía respeto y admiración. La escuela, ni se diga, era un verdadero templo de la enseñanza y del saber. Cuando terminaba uno la primaria sabía uno más que lo que saben en la actualidad los que terminan la secundaria, pero no sólo más sino mucho más, eso claro que era el reflejo de la dedicación, capacidad y responsabilidad que tenían los maestros.
A través del tiempo las cosas han cambiado, y mucho. Los maestros –salvo honrosas excepciones-- se han vuelto dejados, incapaces e irresponsables –el reverso de la medalla--; con facilidad dejan a sus alumnos sin clases por varios días, y claro, en menos tiempo tratan de enseñarles lo que deberían hacer en mayor tiempo, lo cual obviamente va en detrimento de la calidad de la enseñanza.
La escuela ya no es más el templo de antaño, ahora es una antro de porquería y jaula de grillos, triste realidad que nos ha conducido al tobogán de la decadencia.
¿Qué quieren los maestros?, ¿más dinero? Bien, pero para recibir hay que merecer. Primero que coadyuven con su trabajo y cumplimiento de su responsabilidad a la superación del país. ¿Quién mejor que ellos para ese cometido si son los supuestos mentores de millones de niños y adolecentes que son el futuro de la patria? ¡Vamos, esto cualquiera lo entiende!
Arguyen como pretexto que están muy mal pagados y quieren las perlas de la Virgen, y eso hay que verlo así porque en un país en crisis económica insalvable –aunque los gobiernícolas digan lo contrario--, en dónde hay millones sin trabajo y a medio comer, lo que piden es eso: las perlas de la Madona. Además con ello demuestran ignorancia plena, pues por principio no se le pueden pedir peras al olmo.
Un obrero produce bienes y con ello genera riqueza, luego entonces tiene base para ganar en relación con lo que genera; pero un maestro, cuya producción que es la enseñanza –ésta generará a futuro la riqueza que a su vez generen sus pupilos--, no la realiza, o lo hace deficientemente, ¿con qué base se atreve a pedir ganar más y más?
En sus manifiestos acusan al Gobierno de todos los males que padecemos, pero, aunque es cierto que nuestro sistema gubernamental es una pesadilla, en realidad los verdaderos culpables somos todos –incluidos los maestros--, pues lo aceptamos, lo toleramos y lo reelegimos. “Tanta culpa tiene el que mata la vaca como el que le agarra la pata”.
Ojalá que los maestros, en vez de holgar so pretexto de un mal gobierno, se dediquen a enseñar con verdadera responsabilidad a los educandos y, dentro de ese cometido, les enseñaran lo que es la verdadera democracia, la que impide la dictadura e imposición de un sólo partido ; entonces sí la patria cambiaría. Los maestro, con su actitud, lo único que logran es acrecentar el mal que pretenden combatir.
Pero sea lo que sea, en realidad el problema gubernamental es harina de otro costal –muy pesado por cierto--, por lo que uno se pregunta: ¿por qué los maestros tienen que abanderarse con ello perjudicando a la patria a través de los educandos?, esto no tiene razón de ser. Definitivamente les ha fallado; es lamentable que personas bien preparadas –como se supuestamente están los maestros-- y profesionistas por añadidura, no sean capaces de analizar la situación actual que vive el país y se lanzan, pisoteando su responsabilidad, y con ello su dignidad, a pedir lo que actualmente es imposible.
No debe, sin embargo, soslayarse el hecho de que los maestros deben tener garantizados ingresos suficientes que les permitan asegurarse una vida digna, tal que a su vez les permita dedicarse de lleno y sin angustias a cumplir su alto cometido. Pero, por ética profesional, jamás deben supeditar el cumplimiento de su delicada responsabilidad a interese mezquinos, apoyados en procedimientos, por demás incongruentes con su noble tarea, para defender sus derechos. Se supone que integran un gremio muy fuerte, cuyos directivos deben actuar –para eso fueron nombrados-- en su digna representación para ese fin, pero no para arrastrarlos a paros, bloqueos y manifestaciones que contrarían su responsabilidad, afectan a la patria dañando a sus educandos y destruyen la dignidad de su imagen.
Por otra parte, hay un aspecto muy importante y que debe ser motivo de gran preocupación, es que los únicos educandos afectados con los paros y deficiencias de los maestros son los de las escuelas públicas, o sea la gran mayoría. Resulta con esto que la minoría, que son los que estudian en las escuelas particulares, están exentos de de esos daños y por ende son los que salen mejor preparados, por lo que, por obvias razones, realizarán mejores estudios superiores y serán los que a la larga ocupen los cuadros directivos de las empresas y gobierno; y así sigue la mata dando: las minoría privilegiadas gobiernan a las mayorías fregadas. ¡Oligarquía pura!»

Este artículo, que escribí en junio de 1996, se acopla perfectamente a la actualidad. Es triste constatar, y tener que aceptar, que vamos en picada para abajo. ¡Ah, pero eso sí! Los maestros siguen holgazaneando y perjudicando felizmente, ¡valientes traidores a la patria! ¡ABUR!



miércoles, 17 de junio de 2009

Temas sociopolíticos

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel



La discriminación va contra la persona

Es innegable la individualidad de cada ser humano, tenemos una presencia cuyos límites son evidentes para nosotros mismos y para los demás. Además, nuestra riqueza incluye la pertenencia fraterna a la especie humana. De esto último hay evidencia pues nos asemejamos a las demás personas, pero, hay un aspecto profundo, a veces poco explorado y, por eso, desconocido, se trata de la unidad de la especie: nos necesitamos profundamente unos a otros, y nos enriquecemos gracias a las diferencias. Esto parece algo bello, producto de un momento de benevolencia hacia los demás, algo así como recitar una poesía propia de un sueño, imposible en la realidad.

Conviene ir por partes y reflexionar sobre algunas experiencias personales y grupales. Respecto a lo personal, todos hemos sentido la necesidad de aislarnos para descansar; para ordenar no sólo lo material sino también para detectar qué nos sucede y por qué son así nuestros sentimientos, nuestros pensamientos o nuestros cariños, por qué nos inclinamos a ciertas preferencias antes no detectadas; cuáles metas perseguimos; cómo nos vemos en el futuro; qué nos gusta y qué nos disgusta..., en fin, estamos en soledad pero sorprendámonos, nuestros pensamientos se conjugan en plural.

Como tenemos límites, nuestro plural por amplio que parezca, siempre es reducido. Aún siendo muy sociables no podemos tratar a todos o por falta de tiempo, o por haber hecho compromisos previos y, sobre todo, por una tendencia natural a elegir, no todas las personas nos resultan igualmente atractivas y, desgraciadamente muchas nos pasan inadvertidas, nos inhiben o nos resultan antipáticas y las rechazamos.

En lo grupal se dan conductas semejantes a las personales, hay temporadas donde se promueve la inserción de otras personas para abrirnos a nuevos campos de relación, para tener otros enfoques porque se siente la necesidad de contar con puntos de vista variados y salir de lo reiterativo. Hay otros momentos en donde se quiere revisar los fines del grupo y comprobar si realmente se están logrando. Si el resultado es negativo solamente están los miembros fundadores para definir los medios necesarios para conseguir los propósitos, entonces no se requieren otras personas, son momentos de reserva hasta no asegurar el rumbo. Pero, tanto en los momentos de apertura como en los contrarios suelen aparecer tendencias selectivas y, cuando son viscerales resultan discriminatorias.
Sin embargo, cuando hablamos de discriminación, generalmente pensamos en las pugnas y recelos entre los pueblos, en las injusticias ante el modo de disfrutar los bienes de la tierra, por ejemplo, no dar visas a personas de un determinado país, o con escaso poder económico, o de una determinada religión. Se culpa a los gobiernos de semejantes injusticias y somos capaces de discutir muchas horas sobre el tema y proponer, en conversaciones de sobremesa, un sin número de soluciones. Para el terreno macro, que no corresponde a nuestras responsabilidades, inventamos muchos planes y, también, nos ensañamos en las críticas. Y, no somos capaces de aplicar esos proyectos a lo micro, a lo que sí nos corresponden. La manera común de reaccionar ante las grandes discriminaciones nos enseña que, en lo profundo de nuestra conciencia, todos nos damos cuenta de la perversidad de cualquier tipo de exclusión, aunque en la práctica muchas veces fallemos en este punto.
Discriminar es dar trato de inferioridad a una persona o a una colectividad por motivos raciales, políticos, religiosos, etcétera. De ahí que la discriminación segrega externamente, pero, la raíz de esa actitud está en el corazón de la persona, y cuando alguien discrimina ella se hace a sí misma una discriminada, porque se considera distinta y se enquista. En el fondo está desubicada pues reniega de su pertenencia a la familia humana, pretende de manera equívoca salvaguardar su dignidad y lo que realmente logra es confundirse con tal disposición.
Al discriminar nos estamos mutilando porque descartamos de manera absoluta a otra persona, le negamos cualquier género de bondad. Esto se debe a una manera muy injusta de ver a los semejantes, pues sólo nos fijamos en las limitaciones naturales, inseparables de cada uno, y las agrandamos, de esta manera, todo es limitación, y como no concedemos ninguna cualidad nos excluimos de su ayuda.
Hay muchos tipos de discriminación. En la escuela, cuando se juzga a un compañero de clase de incompetente, porque por una única vez, no preparó bien su tarea. En la familia, cuando por algunos rasgos hereditarios se descarta la viabilidad de un embarazo; con este criterio Beethoven no hubiera nacido, y sin embargo, tal vez se le ha negado la vida a quien ya hubiera descubierto el tratamiento definitivo contra el cáncer. En el trabajo, cuando se niega una plaza a alguien responsable y trabajador sólo por su timidez. En la vida de relación, cuando preferimos a quien usa ropa de marca y rechazamos a quien no la usa aunque sea leal y honesto.
La actitud antidiscriminatoria, con la cual nos enriquecemos, consiste en abrirnos a la diversidad, con auténtico respeto y con la seguridad de que de todos podemos aprender. Podemos asemejar a la familia humana con el cuerpo. Este consta de variados órganos, todos distintos y cada uno con su propia función, también distinta, pero benéfica para los demás. La humanidad cuenta con variadísimas personas, todas distintas, todas con su respectiva misión, pero todas en colaboración solidaria prestan un servicio indudable a las demás. El poeta pone letra a la melodía del músico; el médico logra la salud del enfermo; la madre vigila los primeros pasos de su hijo; el
comunicador facilita la información y acentúa lo importante; el técnico pone a funcionar los aparatos...
Ahora que el mundo está mejor interconectado, las posibilidades de ayuda son enormes pues se han rebasado las fronteras, el espacio y el tiempo. Ojalá que con este futuro no nos encarcelemos ni encarcelemos a nadie.
Matrimonio ¿homosexual?
Lionel Jospin (ex primer ministro de francia) declaro: «En el momento de entablarse un debate público y político sobre el matrimonio homosexual -que lleva aparejada la cuestión de la adopción de niños-, deseo compartir con ustedes dos reflexiones. La primera se refiere a una auténtica libertad para debatir las cuestiones.
Porque hay que tener en cuenta que los tabúes, en todo caso en el seno de la izquierda, no se hallan tal vez donde se piensa.
Observo que se está esbozando una nueva tentación bienpensante, e incluso el temor de verse tachado de homófobo, que podrían impedirnos la conducción irreprochable y razonable del debate. Porque, pese a todo, es perfectamente factible reprobar y combatir la homofobia sin dejar de ser contrario al matrimonio homosexual, como es mi caso.
Mi postura -no tengo que reiterarlo- se acompaña de un total respeto a las decisiones concernientes a la vida amorosa y sexual de cada persona. Ahora bien, y dado que se habla de leyes, juzgo que el legislador, sin dejar de prestar atención a los deseos y aspiraciones -a menudo contradictorios- de los individuos, debe perseguir el interés de la sociedad en su conjunto. Por esta razón, es menester que el debate se desenvuelva sin incurrir en la intimidación ni la apelación a un “orden moral”, se trate del que se trate.
Ello me lleva a proceder a una segunda reflexión que se refiere a una dimensión que se suele desatender: el sentido y la importancia de las instituciones.
En efecto, en el debate que se ha entablado oigo hablar de deseos y aspiraciones, de rechazo de las discriminaciones, de derecho al niño -siendo así que debería anteponerse el derecho del niño- y de igualdad de derechos, como si el principio de igualdad de derechos debiera suprimir todas las diferencias. Sin embargo, he oído hablar escasamente de instituciones, pese a que se trata de la cuestión esencial.
Vivimos en una época en la que de forma permanente se subraya la crisis de las instituciones -el Estado, la escuela, las iglesias, la familia- y la pérdida de los puntos de referencia que ello plausiblemente comporta.
De hecho, la creación de las instituciones obedece a la necesidad de cimentar y reforzar las sociedades humanas. Se las puede defender, se las puede combatir -lo que constituye asimismo una forma de auto-estructurarse-, se las puede reformar. En cualquier caso, no creo que sea procedente negar su sentido y significación. El matrimonio es -en su origen y en tanto que institución- “la unión de un hombre y una mujer”.
Esta definición no obedece al azar. No remite, en primer lugar, a una inclinación sexual, sino a la dualidad de sexos que caracteriza nuestra existencia y que constituye la condición de la procreación y, en consecuencia, de la continuación de la humanidad. Por esta razón, la filiación de un niño se ha establecido siempre con relación a los dos sexos.
El género humano no se divide entre heterosexuales y homosexuales -en tal caso cabría consignar aquí una preferencia-, sino entre hombres y mujeres. En lo concerniente al niño, no se trata de un bien que pueda procurarse una pareja heterosexual u homosexual; es una persona nacida de la unión -sea cual fuere su modalidad- de un hombre y una mujer.
Y a esta realidad remiten el matrimonio y, asimismo, la adopción. El celibato, el concubinato y, en lo sucesivo, el pacto civil de solidaridad (PACS) -que mi Gobierno aprobó- pueden preferirse a los caracteres propios del matrimonio. Puede respetarse la preferencia amorosa de cada cual, sin de forma automática institucionalizar las costumbres. »
Discapacidad, todos los derechos... menos el primero
El pasado diciembre la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad. Desde 1975 existía una Declaración de Derechos de 13 artículos, que cabía en dos páginas. La nueva tiene 50 artículos mucho más largos y complejos, destinados a prevenir toda discriminación negativa respecto al trabajo, salud, educación, acceso a la justicia, intimidad...
La idea directriz de la Convención es clara: "El objetivo de esta Convención es promover, proteger y garantizar el completo e igual disfrute de todos los derechos humanos y de las libertades fundamentales a todas las personas con discapacidad, y promover el respeto de su inherente dignidad" (art. 1). La discapacidad puede ser de origen físico, mental, intelectual o debido a problemas sensoriales, con lo que nadie queda excluido.
Dentro de los múltiples derechos que la Convención reconoce, el más básico y expresado con más claridad es el derecho a la vida: "Los Estados partes reafirman que cada ser humano tiene un derecho inherente a la vida y tomarán todas las medidas necesarias para garantizar que las personas con discapacidad puedan gozar de él efectivamente en los mismos términos que los demás" (art. 10).
Hay que felicitarse por esta creciente sensibilidad hacia los derechos de los discapacitados. Pero también hay que preguntarse si esta declaración de derechos es compatible con la mentalidad eugenésica que está llevando a privar del derecho a la vida a los discapacitados que se detectan en el seno materno. Cada vez más, el diagnóstico prenatal se utiliza por los padres como una criba para evitar que un ser humano con discapacidad llegue a ver la luz.
Un caso patente es la detección y eliminación de forma casi sistemática de los fetos con síndrome de Down o trisomía 21. En estos días se ha publicado en Francia un estudio de la dirección general del INSERM sobre el diagnóstico prenatal del síndrome de Down. "En general, Francia se caracteriza en relación con otros países por un política de detección muy activa de las anomalías congénitas", dice el informe. Tan activa que, en el caso de la trisomía 21, ese análisis se propuso a 630.000 mujeres para un total de 750.000 nacimientos. A partir de los resultados de esos análisis, se realizaron 36.000 amniocentesis, diagnóstico –no exento de peligros para el feto– que permite detectar la trisomía 21. Como no hay un registro nacional, no se sabe cuántos fetos afectados fueron eliminados.
Pero el estudio de los investigadores del INSERM se basa en los datos del registro parisino de malformaciones congénitas y sobre los 1.433 casos de nacidos con síndrome de Down registrados en un periodo de veinte años (1983-2002). Los investigadores han encontrado que estos nacimientos son dos veces más elevados en las mujeres sin profesión que en las mujeres de categorías profesionales superiores. Y concluyen que habría que evitar estas diferencias "sustanciales" que "resultan a menudo de una falta de información y de barreras de acceso al diagnóstico". Así que dan por supuesto que solo la ignorancia o la precariedad económica les ha impedido ejercer su derecho al control de calidad de su descendencia. Ese chico entrañable con síndrome de Down que el cine francés retrató en "El octavo día", tendría mucha probabilidad de no ser hoy aceptado en la frontera eugenésica.
Pero hay quien sabe y puede, y sin embargo acepta al hijo en camino. El estudio pone de relieve que, como media, el 5,5% de las mujeres que saben que esperan un hijo con síndrome de Down deciden llevar a término su embarazo. Ese porcentaje sube al 11% en el caso de las mujeres no empleadas y se sitúa en el 15-21% entre las mujeres de origen africano.
¿No será que la diferencia sustancial estriba en el valor que los distintos tipos de madres atribuyen a toda vida humana, también a la de los discapacitados? La nueva Convención de Naciones Unidas reconoce a los discapacitados, entre otros derechos sanitarios, el acceso a los servicios de "salud reproductiva", que en muchos países incluyen también el aborto. Y es irónico que una Convención destinada a proteger a los discapacitados incluya también unos servicios que acaban sirviendo para negar el derecho a la vida de las personas discapacitadas aún no nacidas.