domingo, 15 de agosto de 2010

Espectro de la violencia

 

 

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel
Octubre / 2008

La violencia es justa donde la justicia falla,
y si es reiterada acaba por parecer un derecho,
pero todo lo que sea forzar la evolución es destruirla.

El verdadero pánico consiste en constatar qué clase de ciudadano estamos construyendo para el futuro próximo. ¿Qué clase de hombre estamos generando en México?, ¿qué valores son propios de nuestra juventud actual?

El principal miedo reside en caer en la cuenta de la clase de engendro que, desde el punto de vista humano, se genera en nuestros hijos, en esta época de historia materialista, hedonista, sádica, cargada de codicia y de poder, pues el mal, el crimen, el asesinato y el robo se gestan en el corazón de los hombres desde su infancia y juventud. Ahí se crea la seguridad o la inseguridad de las próximas generaciones.

A nuestros hijos y nietos los educa la pantalla electrónica, ya no los padres. Los consejos verbales, por buenos que sean, no pueden contrarrestar las tres o cuatro horas diarias en las cuales el niño contempla vivencias electrónicas; juegos en los que corta la cabeza al contrario cada dos minutos, hasta la telenovela idiota que desmonta todos los valores del amor auténtico y de matrimonio.

Ahí se puede aprender de todo, desde cómo matar sádicamente, hasta cómo violar impunemente; cómo realizar los robos más sofisticados, la mejor manera de disfrazarse o de usar armas. Lo que vemos ahora virtual o fingido en las pantallas, está ya vivo en las calles.

La prevención del delito y la capacitación policiaca carece de sentido si no empieza por el principio: el aprendizaje del bien y no del mal en los medio masivos de comunicación. Si cuidamos la contaminación ambiental del agua y del aire, debemos cuidar la contaminación de las ondas transmisoras que contaminan a niños, jóvenes y adultos.

La televisión debe bajar el nivel del sensacionalismo y el escándalo. Ahora parece que todo se vale y todo da igual, mientras no nos toque ser la víctima de la violencia o del fraude.

En las escuelas nuestros hijos reciben información mediocre de conocimientos memorizados pero no comprendidos, en ellas se exige cada vez menos porque el propio maestro, en muchos casos, no sabe.

En la escuela superior se imparten conocimientos técnicos sin formación del alma del profesionista. Ésta es la tragedia nacional y la deformación del mayor activo de la nación, los hombres y, sobre todo, los niños.

En México se confundió lamentablemente escuela laica con escuela sin Dios, sin valores y hasta sin cultura. Recuérdese que los laicos ilustrados de la Reforma, en su afán de secularización, hasta la universidad clausuraron en tres ocasiones, y fue Justo Sierra quien la reinstaló en definitiva en 1910.

Laico, correctamente entendido, es la separación de los ámbitos de lo civil y humano, de lo propiamente religioso o teológico, dándoles a cada uno su verdadero lugar y valor, sin romper la participación, sin que un campo logre eliminar al otro, más bien creando una sinergia de valores mutuos que enriquecen ambos campos, respetándose mutuamente, eliminando fanatismos.

Separación radical Estado e Iglesia no equivale a lucha, ni eliminación o desprecio del otro, sólo evita esa convivencia antigua que tanto daño causó a la sociedad y a ambas instituciones.

En nuestras escuelas no se canta, no se hace deporte, no se inculcan valores ni morales ni éticos, tampoco se enseñan idiomas (salvo en escuelas privilegiadas), ni algunos oficios a la par con matemáticas o gramática, pues la mayor parte de los estudiantes no podrán llegar a conseguir títulos profesionales y deberán poder ganarse la vida honestamente.

Se imparten sólo conocimientos mediocres sin generar en el estudiante amor al estudio ni a la investigación. Educar es fomentar valores morales, estéticos y ansia de verdad que hacen al hombre mejor porque son la base de toda cultura.

El miedo que produce la inseguridad generalizada en el entorno político por la destrucción de los valores de todas las clases sociales, puede dar al traste con nuestros sinceros intentos de llegar a ser una nación madura y demócrata con paz social.

No es posible acceder a la verdadera democracia, sin la aristocracia de líderes, en el sentido de los mejores, que guíen a hombres superiores como fruto de educación y formación.

 

 

 



 

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