lunes, 9 de agosto de 2010

Acabemos con los ancianos

 

Enrique Galván-Duque Tamborrel

Octubre / 2008

 

 

En un complejo habitacional localizado al este de Moscú, fue encontrado recientemente un letrero muy significativo: ¡Mueran los padres sexagenarios!, sin duda realizado por los jóvenes matrimonios. Ellos esperan impacientes en la nueva, cambiante y crítica Rusia, la obtención de un departamento, puesto que este complejo está destinado casi en su mayoría a los sexagenarios, a los jubilados que han construido el mundo. Ése que reclaman hoy en día en Moscú los jóvenes, con letreros que muestran sus verdaderos sentimientos respecto a sus progenitores.

Los logros médicos, técnicos y sociales, han prolongado las expectativas de vida, pero a la vez, han reducido las posibles ayudas que antes tenían los viejos con una prole muy extensa, tanto propia como de sus hijos. Los sexagenarios se han convertido en un problema mundial. La longevidad se ha incrementado en la mayoría de las naciones y en algunas es como una especie de calamidad. Salvan la situación el reciclaje, el envío de jubilados a países emergentes y el trabajo a la carta para los de la tercera edad.

            Los ancianos no tienen lugar en el mundo moderno, salvo casos excepcionales. Y tales casos consisten en que se reservan para ellos los puestos de mando. Vivimos en un mundo gobernado por sexagenarios y hasta por septuagenarios, pero que paradójicamente, se hacen rodear de gente muy joven, quienes con frecuencia, dictan políticas prácticamente discriminatorias contra los mayores. Y es que los viejos explotan a los jóvenes sobresalientes mientras éstos no sobrepasan la arbitraria barrera.

Los dirigentes se pueden permitir tener el poder a los 60 o 70 años, pero a los sexagenarios comunes se les coloca el marbete de "inservible" y se les manda a los asilos para que mueran de inanición. Es el grito, tanto de los soviéticos como de la civilización industrial: ¡Mueran los padres sexagenarios!

La industria moderna no se interesa por los viejos. Exige la habilidad y la instrucción de los jóvenes. Sin preparación, las personas mayores pierden su posición tradicional y se convierten en las víctimas de ese desarrollo buitre que han alimentado con el trabajo de toda su vida, para ser finalmente sólo carroña.

Esta situación –grave en las naciones industrializadas--, es peor en los países subdesarrollados, en los cuales hay desempleo y sólo una minoría asalariada se mantiene ocupada. En estas naciones, el 80 por ciento de los ancianos no percibe salarios regulares y no tienen derecho a pensión alguna. Esto los enfrenta a subsistir como puedan en un medio social hostil, cada vez más pleno de jóvenes.

Hoy en día el ritmo de envejecimiento es mucho más acentuado que el ritmo de nacimientos: hay más que jóvenes o niños. La generación de los sexagenarios o septuagenarios en pleno crecimiento es una realidad.

Antes de la Primera Gran Guerra, en el año de 1914, los odiados viejos sumaban en todo el mundo unas decenas de millones y a nadie se le ocurría marginarlos, excepto si ellos se marginaban por efecto de una enfermedad o impedimento. Pero ya en el año de 1960 había 200 millones de ellos. Una década después, en 1970, se contabilizaban ya 307 millones de sexagenarios y para el año 2002 eran casi 800 millones. En el crecimiento total de la población mundial durante las dos primeras décadas del siglo XXI, se duplicará la población sexagenaria. Así, con las campañas de un solo hijo en China, en Europa y en Estados Unidos, así como la baja de la natalidad en al menos 40 países más, la población anciana, vieja, será objeto de un grito directo: ¡Mueran los padres sexagenarios!

En Europa es donde hay más ancianos, con un poco más de 130 millones, así como en Estados Unidos, donde hay no menos de 45. En esos lugares, el problema está muy lejos de ser social... Lo será, pero no ciertamente lo es económico. Si bien los sexagenarios no  encuentran lugar ni ocupación en tales sociedades, éstas cuentan con los recursos económicos que les permitan comer y tener habitación. En el resto del mundo las cosas son problemáticas.

Los mayores de 60 años se enfrentan a la necesidad de trabajar para vivir, en naciones donde la desocupación y la subocupación alcanzan a veces el 50 por ciento de la población potencialmente activa.

Así, lo que parecía una respuesta adecuada para controlar a la sobrepoblación: la disminución por variados métodos del índice de natalidad, tiene consecuencias inesperadas. Cada año hay menos jóvenes capaces de ocuparse de los viejos. Y en un mundo incapaz de enfrentar las crisis recurrentes, cientos de millones de ancianos vegetan, sólo en espera de la muerte, marcados por la hostilidad de los jóvenes que parecen gritarles en todas partes: "¡Maten a los padres sexagenarios!".

 



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