domingo, 15 de agosto de 2010

¿Empresas inteligentes?

 

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Octubre / 2008

 

 

Según la caracterización de David Garvin, empresa inteligente es una organización que posee las habilidades para crear, adquirir y transferir conocimientos, así como la capacidad de modificar su conducta como efecto de sus nuevos conocimientos.

Por su parte, Alejandro Llano, del Instituto Empresa y Humanismo (España), y Carlos Ruiz, del IPADE (México), han profundizado sobre estas características, indicando que son las únicas que permitirán sobrevivir a las empresas.

La primera clave de la inteligencia en las empresas es: trabajar es aprender; dirigir es enseñar. La tarea de capacitación y desarrollo ha dejado de ser propia de un departamento marginal y aún optativo, y se ha erigido en su núcleo principal, lo cual constituye una revolución del conocimiento.

El actual manejo de las organizaciones ha alcanzado una complejidad que convierte en inútiles los conocimientos acumulados en una sola cabeza. Hoy, dirección es propagación, extensión, difusión de conocimientos, de manera que se diseminen y fecunden en todos los miembros de la empresa.

Así, la empresa se parecerá menos a un taller de producción que compra materiales y vende productos, y más a una comunidad de investigación y aprendizaje: las materias que se reciben, los productos que se crean y el contenido de las ventas son conocimientos.

Es verdad que éstos se dan materializados en algo concreto y palpable (desde una cuerda de plástico hasta un cable óptico), pero lo que en este producto se introduce de materia es un excipiente, una irrelevancia. Lo que se encuentra estampado allí es conocimiento original e inventivo, el conocimiento de un proceso introducido en la materia y necesario, asimismo, para seleccionar esa materia y ponerla en condiciones de que asimile una forma inmaterial, impalpable y, sin embargo, sustancial.

Otra calve configuradora de la empresa inteligente es su ineludible dimensión ética. Los servicios y productos materiales requieren muchas características para ser lo que son, los conocimientos demandan sólo una: ser verdaderos.

La empresa inteligente se ve precisada, contrapelo de la modalidad corriente en nuestras empresas, a erigir la verdad como su constitutivo más profundo, en el sentido de que el conocimiento refleje fielmente las realidades a las que concierne.

En la empresa inteligente se procura que no tenga lugar el error, y la enseñanza que en ella se imparte persigue eliminar en lo posible el peligro de equivocarse, pues un conocimiento erróneo no es auténtico conocimiento.

Pero también el conocimiento requiere ser verdadero en el sentido de que refleje lo que se piensa. La regla ética más característica de la empresa inteligente es la que prohíbe mentir.

El calificativo de inteligente no se refiere sólo al conocimiento que puede adquirirse en Internet, sino también a una condición moral de primera clase: para procurar la veracidad de mis hechos y mis palabras, debo incorporar la ética clásica entera en mi comportamiento. La verdad es incompatible –diciéndolo coloquialmente– con lo chueco, esto es, con lo inmoral.

La empresa inteligente no es aquella en la que unos enseñan y otros aprenden, pues los que enseñan son los que más deben aprender, en primera instancia, de aquellos a quienes enseñan, porque el aprendizaje en ella es sistemático, circular y cibernético.

Han de aprender además de otras empresas, esto es lo que constituye el llamado benchmarking, investigación de las prácticas más eficaces (Robert Camp), que no consiste en una primera investigación informativa, sino que requiere una actitud ética difícil de encontrar en nuestras empresas y empresarios: la modestia, es decir, reconocer los propios límites.

Para buscar las mejores prácticas en los diversos aspectos de los negocios se precisa, antes que nada, aceptar que los mejores no somos nosotros, que aún tenemos que superarnos aprendiendo de quienes son superiores.

 

 

 

 



 



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