domingo, 27 de diciembre de 2009

Reflexiones de una vida

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

 

Mis queridos parientes y amigos:

 

Durante el transcurso de mi azarosa vida, he pasado por muchas pruebas que a mi se me antojaron harto difíciles.  Momentos en que sentí que mis cimientos se quebraban, mas nunca me sentí sólo, sentí que alguien, y quien si no Dios, estaba a mi lado amortiguando mis desazón.  Un día, de repente se prendió una luz en la oscuridad de mi mente y me dirigí a la librería más cercana a comprar una Biblia: la biblia de Jerusalén.   Sin pensarlo, como autómata, abrí el libro y apareció el capítulo 5 de San Mateo: El Sermón del Monte.  Pausadamente lo fui leyendo y empecé a meditar según avanzaba en la lectura.  En un momento cerré el libro, sin perder la hoja que estaba leyendo, y empecé a reflexionar, y empecé a sentir un estremecimiento que invadía y cimbraba mi ser entero.

 

Así, a partir de ese día, en forma regular leía y releía ese pasaje sublime.  ¡Dios estaba conmigo!  Corregí errores, superé resabios, eliminé rencores, renació mi amor y respeto por mis semejantes –no estaba perdido pero si lleno de confusiones.  Ahora, a los ochenta años de edad, espero paciente y tranquilamente el llamado del Dios.  ¡Bendito sea el Señor!

 

Pero no estoy ocioso, el Señor me ha brindado las energías necesarias para mantener mi mente activa y aquí me tienen aprovechando el lado bueno de la moderna tecnología, ¡ah, si esta maravilla que es la cibernética se aprovechara únicamente para el bien y provecho de la humanidad, que lindo sería!  Lamentablemente no es así, pero, pues ¡todo se pierde menos la fe!

 

Ante tanta bazofia que envuelve al mundo hoy día, resulta reconfortante leer, meditar y reflexionar el sublime mensaje bíblico:

 

SERMÓN DEL MONTE

 

Jesucristo

 

Según San Mateo (Capítulos 5 al 7)

 

CAPITULO 5

 

  1. Y viendo las gentes, subió al monte; y sentándose, se llegaron a él sus discípulos.
  2. Y abriendo su boca, los enseñaba, diciendo:
  3. Bienaventurados los pobres en espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos.
  4. Bienaventurados los que lloran: porque ellos recibirán consolación
  5. Bienaventurados los mansos: porque ellos recibirán la tierra por heredad.
  6. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos.
  7. Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia.
  8. Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán a Dios.
  9. Bienaventurados los pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios.
  10.  Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos.
  11.  Bienaventurados sois cuando os vituperaren y os persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo.
  12.  Gozaos y alegraos; porque vuestra merced es grande en los cielos: que así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
  13.  Vosotros sois la sal de la tierra: y si la sal se desvaneciere ¿con qué será salada? No vale más para nada, sino para ser echada fuera y hollada de los hombres.
  14.  Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
  15.  Si se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, mas sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.
  16.  Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean lustras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
  17.  No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido para abrogar, sino para cumplir.
  18.  Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una gota ni un tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas.
  19.  De manera que cualquiera que inflingiere estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos: mas cualquiera que hiciere y enseñare, éste será llamado en el reino de los cielos.
  20.  Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los Fariseos, no entrareis en el reino de los cielos.
  21.  Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; más cualquiera que matare, será culpado del juicio.
  22.  Más yo os digo, que cualquiera que se enojare locamente con su hermano, será culpado del juicio; y cualquiera que dijere a su hermano, Raca, será culpado del consejo; y cualquiera que dijere, Fatuo, será culpado del infierno del fuego.
  23.  Por tanto, si trajeres tu presente al altar, y allí te acordaras que tu hermano tiene algo contra ti,
  24.  Deja allí tu presente delante del altar, y vete, vuelve primero en amistad con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu presente.
  25.  Concíliate con tu adversario presto, entre tanto que estás con él en el camino; porque no acontezca que el adversario te entregue al juez, y el juez te entregue al alguacil, y seas echado en prisión.
  26.  De cierto te digo, que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante.
  27.  Oíste que fue dicho: "No adulterarás";
  28.  Más yo os digo, que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.
  29.  Por tanto, si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti: mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
  30.  Y si tu mano derecha te fuere ocasión de caer, córtala, y échala de ti: mejor es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
  31. También fue dicho: Cualquiera que repudiare a su mujer, déle carta de divorcio:
  32.  Más yo os digo, que el que repudiare a su mujer, fuera de causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casare con la repudiada, comete adulterio.
  33.  Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No te perjurará; más pagarás al señor tus juramentos.
  34.  Más yo os digo: No juréis en ninguna manera: ni por el cielo, porque es el trono de Dios.
  35.  Ni por la tierra, porque es el estrado de tus pies, ni por Jerusalem, porque es la ciudad del gran Rey.
  36.  Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer un cabello blanco y negro.
  37.  Más sea vuestro hablar: Sí, sí; No, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.
  38.  Oíste que fue dicho a los antiguos: Ojo por ojo, y diente por diente.
  39.  Más yo os digo: No resistáis al mal; antes a cualquiera que te iriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra;
  40.  Y al que quisiere ponerte a pleito y tomarte tu ropa, déjale también la capa;
  41.  Y a cualquiera que te cargare por una milla, ve con él dos.
  42.  Al que te pidiere, dale; y al que quisiere tomar de ti prestado, no se lo rehúses.
  43.  Oíste que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
  44.  Más yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los os ultrajan y os persiguen.
  45.  Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos: que hace que su sol salga para malos y buenos, y llueve sobre justos e injustos.
  46.  Porque si amareis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿no hacen lo mismo los publicanos?
  47.  Y si abrazareis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿no hacen también así los Gentiles?
  48.  Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.

 

CAPITULO 6

 

  1. Mirad que no hagáis vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos: de otra manera no tendréis merced de vuestro Padre que está en los cielos.
  2. Cuando pues haces limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las plazas, para ser estimados de los hombres: de cierto os digo, que ya tienen su recompensa.
  3. Mas cuando tú haces limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha;
  4. Para que sea tu limosna en secreto: y tu Padre que ve en secreto, El te recompensará en público.
  5. Y cuando oras, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en las sinagogas, y en los cantones de las calles en pie, para ser vistos de los hombres: de cierto os digo, que ya tienen su pago.
  6. Mas tú, cuando oras, éntrate en tu cámara, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público.
  7. Y orando, no seáis prolijos, como los Gentiles; que piensan que por su parlería serán oídos.
  8. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.
  9. Vosotros pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
  10.  Venga tu reino.  Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
  11.  Danos hoy nuestro pan cotidiano.
  12.  Y perdónanos nuestras deudas, como también perdonamos a nuestros deudores.
  13.  Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal: porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos.  Amén.
  14.  Porque si perdonareis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial.
  15.  Mas si no perdonareis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.
  16.  Y cuando ayunáis, no seáis como los hipócritas austeros; porque ellos demudan sus rostros para parecer a los hombres que ayunan: de cierto os digo, que ya tienen su pago.
  17.  Mas tú, cuando ayunas, unge tu cabeza y lava tu rostro;
  18.  Para no parecer a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto: y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público.
  19.  No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y hurtan;
  20.  Mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan:
  21.  Porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.
  22.  La lámpara del cuerpo es el ojo: así es que, si tu ojo fuera sincero, todo tu cuerpo será luminoso:
  23.  Mas si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tenebroso.  Así que, si la lumbre que en ti hay son tinieblas, ¿cuántas serán las mismas tinieblas?
  24.  Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y aborrecerá al otro: no podrá servir a Dios y a Mammón.
  25.  Por tanto os digo: no os congojéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir: ¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo que el vestido?
  26.  Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni allegan en alfolíes; y vuestro padre celestial las alimenta.  ¿No sois vosotros mejores que ellas?
  27.  Mas ¿Quién de vosotros podrá, congojándose, añadir a su estatura un codo?
  28.  Y por el vestido ¿por qué os congojáis? Reparad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan;
  29.  Mas os digo, que ni aun Salomón, con toda su gloria, fue vestido así como uno de ellos.
  30.  Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno, Dios  la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?
  31.  No os congojéis pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos?
  32.  Porque los Gentiles buscan todas estas cosas: que vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester.
  33.  Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
  34.  Así es que, no os congojéis por el día de mañana; que el día de mañana traerá su fatiga: basta al día su afán.

 

CAPITULO 7

 

1.- No juzguéis, para que no seáis juzgados.

2.- Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la  medida con la que medís, os volverán a medir.

3.- Y ¿por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu ojo?

4.- O ¿cómo dirás a tu hermano: Espera, echaré de tu ojo la mota; y he aquí la viga en tu ojo?

5.- ¡Hipócrita! Echa primero la viga de tu ojo, y entonces mirarás en echar la mota del ojo de tu hermano.

6.- No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos; porque no las rehuellen con sus pies, y vuelvan y os despedacen.

7.- Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá.

8.- Porque cualquiera que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abrirá.

9.- ¿Qué hombre hay de vosotros, a quien si su hijo pidiere pan, le dará una piedra?

10.- ¿Y si le pidiere un pez, le dará una serpiente?

11.- Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará buenas cosas a los que le piden?

12.- Así que, todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque ésta es la ley y los profetas.

13.- Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a perdición, y muchos son los que entran por ella.

14.- Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y poco son los que la hallan.

15.- Y guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas dentro son lobos rapaces.

16.- Por sus frutos los conoceréis.  ¿Cógense uvas de los espinos, o higos de los abrojos?

17.- Así, todo buen árbol lleva buenos frutos; mas el árbol maleado lleva malos frutos.

18.- No puede el buen árbol llevar malos frutos, ni el árbol maleado llevar buenos frutos.

19.- Todo árbol que no lleva buen fruto, córtese y échese en el fuego.

20.- Así que, por sus frutos los conoceréis.

21.- No todo el que me dice: "Señor, Señor", entrará en el reino de los cielos: mas sí el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en el reino de los cielos. 

22.- Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor". ¿no profetizamos tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?

23.- Y entonces les protestaré: Nunca os conocí; apartaos de mi, obradores de maldad.

24.- Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la peña;

25.- Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y combatieron aquella casa; y no cayó: porque estaba fundada sobre la peña.

26.- Y cualquiera que me oye estas palabras, y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena;

27.- Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, e hicieron ímpetu en aquella casa; y cayo, y fue grande su ruina.

28.- Y fue que, como Jesús acabó estas palabras, las gentes se admiraban de su doctrina.

29.- Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. 

 

 «La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»

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