domingo, 27 de diciembre de 2009

Perdono pero no olvido

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Abril / 2009

 

«El que es incapaz de perdonar es incapaz de amar»
 

Con frecuencia oímos decir: "Perdono, pero no olvido". Quien dice esto en realidad no perdona porque guarda rencor. De ahí que se diga que no se perdona de verdad cuando en el fondo no se está dispuesto a olvidar. Olvidar en cuanto a esa idea machacona que nos hace tener resabios, no en cuanto se borre totalmente de la mente, lo cual es imposible al menos que se pierda la razón.

Perdonar, ¿es olvidar? ¿Producen ambos el mismo efecto? Se trata de una cuestión de gran importancia, pues el perdón es esencial para una vida feliz y equilibrada: Es inconcebible la existencia de un amor verdadero si no se es capaz de perdonar.

Es importante distinguir "olvidar", cuando quiere decir "resentimiento", y "olvidar" como "desaparecer de la memoria". Me referiré al primer sentido: hay que olvidar; "no escatimes el perdón. Es imposible caminar con tantas heriditas abiertas… perdona todas las viejas heridas y cicatriza con resinas de amor"...

Perdonar es no querer mal, no hay otro camino. "Es una palabra que no es nada, pero que lleva dentro semillas de milagros" semillas sembradas en nuestros corazones por el mismo Jesús, que se alimentan incluso de las ofensas.

Sí, cada ofensa recibida es una oportunidad de mejorar nuestra capacidad de perdonar, porque, en lugar de generar resentimientos, es abono para esa cosa divina.  Cuando hablo de perdón, se me viene inmediatamente a la mente el recuerdo a mi santa madre; ella tenía una capacidad inconmensurable de perdonar.

El paraíso está detrás de la puerta, se dice, pero muchos han perdido la llave, una llave que se llama misericordia… Todos estamos necesitados de amor, de atención, así como de poder dar nuestro amor a los demás.

Por eso siempre hay que pedir perdón: por las ocasiones perdidas, por la plenitud no vivida de cada relación, por las palabras no pronunciadas.

Cuenta una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto. En un determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro. Éste, profundamente ofendido, sin decir nada, escribió en la arena: "Hoy, mi mejor amigo me ha dado una bofetada en la cara".

Siguieron adelante y divisaron un oasis. Torturados por la sed, ambos echaron a correr y el primero que llegó se tiró al agua de bruces sin pensarlo y, de pronto, comenzó a ahogarse. El otro amigo se tiró al agua enseguida para salvarlo.

Al recuperarse, tomó un cuchillo y escribió en una piedra: "Hoy, mi mejor amigo me ha salvado la vida". Intrigado, el otro le preguntó: "¿Por qué después de haberte hecho daño, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?".

Sonriendo, le respondió: "Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, porque el viento del olvido se lo lleva; en cambio, cuando nos pase algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento en todo el mundo podrá borrarlo".

El error de muchos es pensar que el perdón debe surgir de sus corazones, que es algo que debemos sentir, que debe "nacernos", en cierto modo.

En realidad, el perdón "es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió" (Madre Teresa de Calcuta).

El perdón es lo mejor, no sólo individualmente sino también para cada una de nuestras sociedades y para el mundo en general: "La espiral de la violencia sólo la frena el milagro del perdón" (Juan Pablo II).

En cierto modo, todos somos corresponsables de las acciones y omisiones de cada uno, y es la gotita de cada día la que crea la revolución del amor.

"Lo mejor que puedes dar a tu enemigo es el perdón; a un oponente, tolerancia; a un hijo, un buen ejemplo; a tu padre, deferencia; a tu madre, una conducta de la cual se enorgullezca; a ti mismo, respeto; a todos los hombres, caridad" (John Balfour).

Cuando alguien es perdonado se convierte en una persona distinta, aunque tarde en reaccionar: "Nada envalentona tanto al pecador como el perdón" (William Shakespeare).

"El motivo es que se siente querido y valorado en mucho, porque las personas siempre están por encima de sus errores" (Jutta Burggraf). Y al crecer la conciencia de su valía se porta en consecuencia, se porta mejor.

Por otra parte, crece también el que perdona, pues "nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar" (San Juan Crisóstomo).

«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia»


«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»

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