domingo, 27 de diciembre de 2009

La palabra

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Febrero / 2009

 

Nuevos hechos de violencia visten de luto al periodismo en México. Tal parece que nunca habrá paz en el mundo de la información, pues cuando no es el poder político o los intereses económicos, son otras fuerzas las que se vuelven contra estos medios, tratando de acallarlos. Lo mismo se recurre al asesinato que al terror lazando grandas, o a la amenaza sistemática. El hecho es que se sigue temiendo a la palabra, porque es un arma peligrosa. Con los hechos de las últimas semanas, que por momentos se incrementan con alarmante frecuencia, se percibe que la llamada guerra contra el narcotráfico se extiende a nuevos ámbitos de la sociedad, particularmente a aquellos que, de una forma u otra, ponen el dedo en la llaga respecto al daño que produce el tráfico de sustancias adictivas.

Y es que, sin duda, en nuestro país se ha iniciado un debate en torno a la forma como debe enfrentarse el tráfico de drogas, ya sea mediante la eficacia policial o, como algunos políticos están proponiendo, a través de la legalización de ese comercio.

Por lo tanto, la guerra ha pasado del terreno de la guerra entre cárteles, del combate entre fuerzas policiales y el ejército contra los criminales, al terreno de las ideas, de la discusión y el debate, de cuyos resultados finales dependería una legislación favorable a los narcos, o su reiterada condenación. Por eso la palabra adquiere una creciente importancia en este contexto.

A los medios ha tocado el papel histórico de señalar el problema y las deficiencias en su combate. A través de la información se ha ido cobrando una creciente conciencia de lo que el tráfico de estupefacientes representa en el país, de las complicidades al seno de la misma autoridad que debiera combatirlos y la ineficiencia que se da en este terreno.

Información y denuncia han sido una forma como los medios han participado habitualmente en la lucha contra el narcotráfico. Estos señalamientos han sido suficientes para provocar la ira de las mafias y cobrar víctimas aquí y allá.   En este ámbito el periodismo eleva en mucho su imagen.

Pero también está presente el mundo de la opinión que, sin duda, ayuda a orientar a la sociedad para definir posiciones frente a los problemas sociales. Aquí es donde se genera toda una concepción cultural frente al problema en que estamos, y es aquí donde se encuentra el centro de la batalla.  Aquí es donde el periodismo desbarra, pues traspasa el límite de sólo la información, para tornarse en fiscal, juez y verdugo.  Esta invasión terrenos que no le corresponden, lleva a ese muy digna profesión o rebajarse a niveles que la ponen en un riesgo innecesario, riesgo que bien aprovecha a colocarse en el papel de mártir, pero tal parece que no entienden que deterioran su imagen.

Leo Luca Orlando, el alcalde de Palermo que logró vencer a la mafia siciliana, fundó su estrategia contra estas fuerzas nefastas mediante una batalla cultural que se basó, principalmente, en la promoción de  una idea fuerza: "no todos los sicilianos somos mafiosos", frente a otra que se había instalado sin discusión, no sólo allí, sino en todo el mundo: "todos los sicilianos son mafiosos".

Fue así como se realizó la batalla cultural por rescatar lo auténticamente siciliano frente a todo lo que asociara con el oscuro mundo de la cosa nostra. Eso parecía sencillo, pero en realidad fue todo un mundo de comunicación, lo mismo a través de palabras que de expresiones simbólicas de gran significado, que vinieron a representar, junto con la lucha judicial, la diferencia entre la eficacia y la guerra estéril, como se había pretendido realizar durante años y años, sin resultado efectivo.

En México, sin duda, ya estamos en este terreno y habrá que tomar posiciones. Aquí la participación social será determinante, como lo fue en Sicilia. Por un lado, se trata de hacer el vacío social, marcar distancia ante aquellos que se conoce que son parte del mundo oscuro del narcotráfico.

Luego, crear conciencia de la dimensión del problema, que no es sólo social porque haya sido declarado ilegal por la ley, sino que se le ha determinado de esta manera por el profundo daño social que produce, no su cultivo o comercialización, sino el consumo de dichas sustancias en las personas que tienen el infortunio de caer en las garras de estas adicciones, que no surgen porque sí, sino como efecto de un conjunto de factores de riesgo acumulados, entre los cuales la disponibilidad de estas sustancias es un factor determinante.

Por eso resulta ingenua, si no es que cómplice, la propuesta de legalizar el comercio de drogas, lo que significaría que también se legitima la producción y el consumo.  Paso seguido sería legalizar el comercio de armas.  Y después ¿qué?...

Frente a ello no queda otra cosa que decir: "a la droga no se le combate con la droga". Esta debe ser la idea fuerte que debemos promover en la sociedad mexicana. No ceder por temor, comodidad o complicidad.

Aquí, como en Sicilia, hay que pintar la raya, establecer distancia entre los verdaderos valores y aquellos que, aunque disfrazados de una actividad comercial neutra que vería incrementado su movimiento, a la postre estaría causando estragos entre los adictos que, como bien sabemos, se encuentran numerosos jóvenes que son fácil presa de este mal por estar en una etapa de desarrollo donde se incrementa la vulnerabilidad.

A la policía y las fuerzas armadas, así como al aparato judicial, les toca el combate de fuerza contra el crimen. A la sociedad, y no sólo al periodismo, le toca la batalla cultural con la fuerza de la palabra.

«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»

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