miércoles, 16 de diciembre de 2009

Más vale prevenir que remediar

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Diciembre / 1995

 

Lo dice el refranero: "Persona prevenida vale por dos".  A veces es cuestión de preparar lenguajes que nos unen, de aparejar y disponer humanidades comunes, para despojarse de las olas de crueldad que nos asaltan la vista.  No hay nada más pedagógico que a la persona viva, le dejemos vivir y pueda crecer humanamente.  Es más, deberíamos emplear el presente en anticiparnos a las aflicciones humanas y, así, restar tormentos inhumanos.  Hay tantos ejemplos de inmadurez humana en el mundo, tantas hazañas inútiles que propician violencias, tanto mal que se nos escapa de las manos, que bien podríamos injertarnos  otros modos y maneras de ser.  Para prevenidos no hay ocasos, sentenció Baltasar Gracián [1].  Y no le faltó razón, ahora que tenemos descuidado el sentido humano, que caminamos desprovistos de humanidad, que andamos carentes de abrazos sinceros, que somos unos imprudentes a la hora de enjuiciar a los demás, es cuando más ruinas tenemos en el mundo.

 

Mejor es prevenir que curar, así subrayado.  La educación en los derechos humanos ha de llegar a ser una dimensión fundamental de los programas educativos en todo el mundo, será la mejor manera de prevenir las absurdas discriminaciones que nos tragamos a diario por los ojos, en ambientes de muy poca libertad y mucho miedo.  No se puede dar una cultura de diálogo si lo que hemos cultivado si lo que hemos cultivado y transmitido a las generaciones, ha sido una cultura necia y agresiva.  Por mucho que nos dispongamos a avanzar como sociedad como sociedad del conocimiento, si después permanecemos indiferentes ante el dolor ajeno, o pasivos ante hechos delictivos, más bien retrocedemos.  Ha fallado la educación porque ha sido incapaz de hacernos, de sacar lo mejor de cada uno de nosotros.  Esa sería la gran evolución, la humanización antes que la especialización, la persona antes que la máquina, el mundo antes que yo.  Hace unos días, precisamente me comentaba un artista pictórico las dificultades que tenía para embellecer lo vulgar.  Decía detestar la vulgaridad que se había instalado en el planeta.  La nobleza de pensamientos, la pureza de la vida, el rechazo a todo a todo aquello que nos rebaja como personas, nunca como en este momento son un deber.

 

Un mal no se puede curar con otro mal.  Tan de moda hoy.  Hay que prevenir y prever.  Ya en su tiempo, el célebre Unamuno, se dolía acerbamente de la ordinariez y de la apatía de sus coetáneos, y se propuso inquietarles y lanzarles "a la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado" (Vida de Don Quijote y Sancho, Prólogo).  En la actualidad no hay que convocar a ninguna cruzada, pero quizás tengamos que despertar la conciencia de todos, principalmente de los jóvenes, que se dejan desvalorar por falsos dioses, para que se subleven y se nieguen a un conformismo estéril.  No es fácil despertar, máxime cuando esa juventud es cada día más adicta  a una adición combinada de alcohol y drogas.  En ese tema, en el de la adiciones, también es más fácil prever que curar.  En México tenemos todas las papeletas del negocio del narcotráfico, somos quizás el país donde más transita la droga y corremos el riesgo de convertirnos en un alto consumidor.  Por eso hay que prever que esto no llegue a suceder.

 

De igual modo, anticiparse o impedir que los conflictos se enciendan es cuestión de todos.  Preservar la paz, defender los derechos y la libertad de las personas y de los pueblos, exige acuerdos y cooperación entre las naciones.  Hay que huir de las guerras, vuelve bestia al vencedor e irreconciliable al vencido.  Ningún país debe prepararse para la guerra sino para la paz.  Cada contienda es una destrucción a la humanidad, al espíritu humano, una derrota al entendimiento.  Las cifras exorbitantes que se siguen gastando en armamento bien podrían dedicarse a evitar luchas inútiles.  Sólo hay una lidia que vale la pena librar sin pausa.  Se trata del hambre, el analfabetismo o las enfermedades mortíferas.  Todas las demás batallas sobran.  No en vano, hay seis grupos de amenazas según la ONU –que deben preocupar al mundo en estos días y en los próximos decenios: guerras entre Estados; violencia dentro de un Estado, con inclusión de guerras civiles, abusos en gran escala de los derechos humanos y genocidio; pobreza, enfermedades infecciosas y degradación del medio ambiente; armas nucleares, radiológicas, químicas y biológicas; terrorismo; y delincuencia trasnacional organizada.

 

Considero, pues, que para la acción y el efecto de prevenir, nada mejor que avivar la la cultura de la prevención.  Por eso la droga no se vence con la droga, ni las guerras con la guerras, sino que requiere una vasta acción de provisión, a fin de que la cultura de la lucidez sustituya a la cultura de la confusión, la de la belleza a la vulgaridad, la del ingenio a la mediocridad.  Sólo así se podrá fomentar una cultura preventiva a favor de todo ser humano, de la preeminencia de la dignidad de cada persona sobre el Estado y sobre todo sistema ideológico.  En este momento particular de la historia, los instrumentos de cooperación y provisión constituyen una de las garantías más eficaces frente a actos tan detestables como el uso de armas, capaces de destruir un planeta desbordante de vida.

 

 

[1] Baltasar Gracián y Morales (Belmonte de Gracián (Calatayud), 8 de enero de 1601 - Tarazona (Zaragoza), 6 de diciembre de 1658) fue un escritor español del Siglo de Oro que cultivó la prosa didáctica y filosófica. Entre sus obras destaca El Criticónalegoría de la vida humana— que constituye una de las novelas más importantes de la literatura española, comparable por su calidad al Quijote o La Celestina.[1]

Su producción se adscribe a la corriente literaria del conceptismo. Forjó un estilo construido a partir de sentencias breves muy personal, denso, concentrado y polisémico, en el que domina el juego de palabras y las asociaciones ingeniosas entre estas y las ideas. El resultado es un lenguaje lacónico, lleno de aforismos y capaz de expresar una gran riqueza de significados.

El pensamiento de Gracián es pesimista, como corresponde al periodo barroco. El mundo es un espacio hostil y engañoso, donde prevalecen las apariencias frente a la virtud y la verdad. El hombre es un ser débil, interesado y malicioso. Buena parte de sus obras se ocupan de dotar al lector de habilidades y recursos que le permitan desenvolverse entre las trampas de la vida. Para ello debe saber hacerse valer, ser prudente y aprovecharse de la sabiduría basada en la experiencia. Incluso disimular y comportarse según la ocasión.

Todo ello le ha valido a Gracián ser considerado un precursor del existencialismo y de la postmodernidad. Influyó en librepensadores franceses como La Rochefoucauld y más tarde en la filosofía de Schopenhauer. Sin embargo, su pensamiento vital es inseparable de la conciencia de una España en decadencia, como se advierte en su máxima «floreció en el siglo de oro la llaneza, en este de yerro la malicia».[2]

 

 

 

«La humildad es el altar sobre el cual quiere Dios que se le ofrezcan los sacrificios»
 



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