domingo, 7 de septiembre de 2008

Meditaciones sobre la vida y la muerte

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

¿Qué es nuestra vida más que un breve día,
do apenas sale el sol cuando se pierde
en las tinieblas de la noche fría?

Sin caer en pesimismos, hace unos días hice un ejercicio mental. Me imaginé que en ese momento fallecía y que esa misma noche se celebraba mi velorio; por supuesto, pensé en el traje o vestido con el que a los asistentes se les ocurrió ataviarse para estar lo mejor presentables para celebrar tan importante despedida, mi adiós de este mundo.
Seguí imaginando que podía testificar esa experiencia; visualicé cómo era el lugar, quienes llegaban, cómo se saludaron, qué comentarios hicieron y quienes creían que sinceramente estaban sufriendo con mi partida. Al día siguiente se organizó la caravana fúnebre y fui enterrado en una tarde lluviosa; mis seres queridos arrojaron un puñado de tierra sobre el féretro. ¿Se pueden imaginar sus rostros? Finalmente todos se fueron y reinó una profunda soledad.
Ahora voy a continuar con mi fantasía y ubico la escena cinco años después en una reunión familiar, qué dicen de mí, qué recuerdos he dejado; seguramente habrá alguien a quien todavía se le empañen los ojos de lágrimas al recordarme.
Después me traslado 30 años más tarde, ¿habrá aún quien se acuerde de mí?, ¿existirá por ahí alguna amarillenta fotografía mía?; a los más pequeños se les hable de mí con frases que alguna vez escuché como: “tuviste un tío que se llamaba…”, “fulano fue tu primo y era….”, “lo heredaste de tu abuelo fulano que murió hace ya 30 años.
Para concluir el ejercicio, avanzo más en el tiempo y me imagino que han pasado 100 años, ¿acaso habrá quien se acuerde de mí?, ¿a quien interesará qué auto usaba?, ¿cómo era mi guardarropa?, ¿qué errores cometí?
Al terminar el ejercicio, dejé transcurrir unos minutos, en silencia absoluto medité para lograr asimilar la experiencia. Por fin, con la mente tranquila me dije: ¡Sé que me voy a morir!, de ese paso nadie se escapa. Todo lo que nace muere, la muerte es consecuencia de la vida. Lo que debo aprender en este ejercicio es contestarme ¿qué permanecerá de mí? Nada surge de la nada, así como algo que existe tampoco se puede convertir en nada. La energía no se pierde sólo se transforma.
· ¿Qué es lo que permanece de la vida humana?
· ¿Qué es lo que realmente heredamos al mundo?
· ¿Por qué hay seres que significaron tanto para la humanidad y hay otros que pareciera que nunca existieron?
· ¿Qué puedo hacer ahora para lograr permanecer por siempre en la memoria universal?

Lo que trasciende es el pensamiento, la aportación que cada uno de nosotros hace a la evolución. Hay quienes con su forma banal de vivir no aportaron, ni aportarán, nada al espíritu humano. Cuando una persona evoluciona hace evolucionar a todos los que la rodean. Todo ser humano está llamado, por vocación natural, a ser mejor, con lo que se produce una cadena genética de generaciones superiores.
Así el hombre que existió hace 300 años es infinitamente inferior al actual. Cuando una persona se supera impacta todo su entorno, produciendo un movimiento de mejora a su alrededor, y aun cuando tal vez nadie lo recuerde después de 100 años de haber desaparecido, su influencia seguirá vigente porque sumó. Su espíritu vive, pues ha cruzado con su propia evolución a generaciones futuras.
El crecimiento es nuestro compromiso histórico. Hay quienes en lugar de progresar involucionan, mueren retrocediendo. Y quienes se estancan en ka vida no aportan nada a la humanidad. Los animales viven por instinto, su capacidad de aprendizaje está limitada, se da por las circunstancias a las cuales deben adaptarse, o perecen. En cambio, el ser humano es el único que tiene el privilegio de decidir ser mejor cada día. Aprovechemos la oportunidad de superarnos, para que seamos parte de la historia de la creación.

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