domingo, 7 de septiembre de 2008

Gestión de talento

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

El genio triunfa siempre, el genio
que se deja vencer no es nunca genio.

En este siglo se escrito y hablado hasta la saciedad del rol del profesional en conducción de la energía e inteligencia humana, en el sentido de que debe ser socio estratégico de la dirección del negocio y creador del valor, detectando oportunidades de generación de riqueza para la empresa.
No obstante, creo que su rol debe ir mucho más lejos, ya que atendiendo lo anterior se soluciona el corto plazo y el día a día en los aspectos específicamente económicos, faltando el sustento de todo organismo vivo (y la empresa aquí puede considerarse un organismo vivo), que es el papel de rector, responsable de la creación y continuo desarrollo de una cultura de trabajo centrada en valores trascendentes y en principios inmutables, no solamente en convencionalismos y conveniencias coyunturales materialistas.
Atendiendo a ese principio de que la empresa es un ente vivo, podríamos hacer una analogía imaginaría compuesta de cuerpo, alma y mente, en donde los aspectos cuantitativos, pragmáticos y estructurales (Organización, planeación, compensaciones, políticas, procedimientos, métodos de trabajo, productividad, sistemas y administración de contratos) representarían al cuerpo; los aspectos cualitativos, trascendentes y culturales (Desarrollo organizacional y humano, calidad, seguridad, cultura, recreación, comunicación, selección y administración de personal) se referirían al alma; y los aspectos estratégicos y de conocimiento (Información, procesos, capital intelectual, etc.), serían la mente.
Ahora bien, se requiere la atención en los tres campos y no solamente en el material (cuerpo), como parece ser la tendencia en la actualidad, debido a las recurrentes crisis en que han caído los negocios y que los han forzado a revisar sus estructuras buscando ahorros a corto plazo a través de recortes. En contrapunto, cabe destacar que no se trata tampoco de propiciar estructuras obesas e improductivas, ni diseñar para cada actividad un puesto específico.
Existe una empresa, por cierto mexicana, que fundamenta su estrategia de negocio, su estructura, sus políticas y prácticas en valores compartidos con sus empleados, proveedores, clientes y comunidad, que lógicamente es un ejemplo de éxito. Es altamente rentable, tiene muy bajos índices de rotación y de ausentismo, tiene alta productividad y un ambiente de trabajo que propicia y facilita excelentes niveles de calidad con mínimo reproceso, merma y desperdicio.
Dicha empresa ha sabido balancear todos esos aspectos que componen un organismo vivo, generando y repartiendo riqueza para trascender.
Es obvio que para mantener y desarrollar una cultura de trabajo cimentada en valores se requiere un elemento rector que mantenga vigentes dichos valores y alinee la organización a los mismos; se necesita una dirección de recursos humanos que tenga visión de negocios, pensamiento estratégico para poder ejercer efectivamente un rol de socio y no solamente de experto en asuntos laborales sino que actúe como un agente, gestor y catalizador de cambio, que ya representa una constante en el mundo.
En esta misma línea, se diría que la dirección de recursos humanos debe ser la conciencia de la organización, el equilibrio entre lo temporal y lo trascendente, el proceso que haga que se mantengan los principios que permitan preservar el patrimonio de los accionistas y por ende de la sociedad.
Es triste ver como empresas (emporios) ejemplares están siendo fusionadas o absorbidas por consorcios extranjeros y otras incluso están desapareciendo por no haber leído los signos de los tiempos o haberlos interpretados mal, siguiendo modas y modos equivocados, desarrollando mucho músculo y poco cerebro o mucho de ambos y poco espíritu. Por eso es condición esencial el principio de mente sana en cuerpo sano, pero con espíritu fuerte, limpio y claro.
En conclusión, desde mi punto de vista, la persona responsable del capital humano en cualquier organización, debe ser humanista y no técnico, debe entender al ser humano como ente bio-psicosocial, con inteligencia y voluntad, y a la empresa como generadora de valores y satisfactores, logrando armonizar los objetivos de ambos a fin de generar un beneficio óptimo para la sociedad en su conjunto.

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