domingo, 28 de septiembre de 2008

Este México nuestro...

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

«No muere el hombre si su muerte vive»
Pasaron, con no poca parafernalia, las fiestas patrias y, desde la no poca distancia en la me encuentro de la ciudad de México --mi tierra natal—recordé los años de mi infancia y juventud. Extraño la ciudad que era cuando salí definitivamente de ella, hace más de treinta años, más confieso que no ahora, pues definitivamente me anonada y me ataranta.
José Tamborrel Suárez, hermano menor de mi madre, a quien todos le llamaban de cariño: Tata; yo lo quise, respeté y admiré mucho, lo guardo en un rincón especial de mi memoria, mi inolvidable tío Tata. Fue un hombre muy inquieto, de gran iniciativa y de una gran chispa. Tuvo el mérito de haber adquirido una amplia cultura en forma totalmente autodidacta, pues la vorágine que vivió nuestro país durante las dos primeras décadas del siglo pasado le impidió estudiar escolarmente. Emprendedor y trabajador desde muy chico, le sonrió la fortuna y fue, calladamente, un altruista nato.
Escribió varios libros, entre ellos un tratado sobre el Leonismo –fue Gobernador de los Leones-- y dejó inédita una enciclopedia de “cosas raras” –como él le llamaba--, para lo cual le dio dos o tres –si mal no recuerdo-- vueltas al mundo, fisgoneando y metiendo las narices –como el decía-- por aquí, allá y acullá, obviamente tomando nota de todo.
Un día me comentó que consultando algunas de las famosas enciclopedias, encontró algunas discrepancias y que se animó a hablarles para comentarles lo que había encontrado, lo hizo obviamente temeroso de que ni caso le hicieran y lo mandaran a volar, pero para su sorpresa lo acogieron muy bien y le agradecieron sus observaciones, conminándolo a que lo hiciera cuantas veces fuere necesario. Pero Dios dispuso que el cansancio senil primero y finalmente la muerte le ganaran en tiempo, y ya no le alcanzó la vida para editar su “Enciclopedia de las Cosas Raras”. Dios lo tenga en su Santo Seno. Ojala que sus descendientes se animen hacerlo, más que nada por honrar su memoria y, por qué no, también para interés de mucha gente estudiosa.
En uno de sus libros: “Critiquillas”, hace crítica, en forma por demás amena y humorística de cosas que sucedían en la vida cotidiana de nuestro México de los años treintas y cuarentas del siglo pasado. De esos años, durante los cuales transcurrió mi niñez y adolescencia, hasta llegar a la mayoría de edad en 1950 --en esa época se alcanzaba a los 21 años--, recuerdo muchas de las cosas a las que hace referencia, claro que por mi edad es natural que las apreciara en otra forma.
Muchas de los comentarios que hace de las cosas de aquella época, le hacen a uno ver que muchas de esas cosas no han cambiado. Por ejemplo, con respecto a las fiestas patrias escribe lo siguiente: «Un detalle que muestra el carácter fiestero y despreocupado del mexicano, es que es el único país en donde se celebra en dos días festivos la fecha de la Independencia. En todos los países del mundo existe un día dedicado a esta celebración. México, disfruta de dos: el 15 y el 16 de septiembre; pero estos días se convierten a veces en tres, en cuatro o en cinco… ¡según el humor colectivo!» Dentro de dos años conmemoraremos, y desde luego festejaremos, primero –en septiembre-- el bicentenario de la iniciación de la gesta por la Independencia, y dos meses después –en noviembre—el centenario de la Revolución Mexicana. Dado que se están preparando actividades y festejos especiales a lo grande, a ver como nos va. Tres meses tequileros al grito de ¡VIVA MEXICO! ¡AH!, y en diciembre: posadas y Navidad, újule casi medio año de mucho “trabajo”, y con la “bonanza” de nuestra economía el año 2011 será de cruda en todos sentidos. “La cuesta del 2011”.
Y qué decir del ambiente político, sus comentarios nos demuestran que apenas estamos cambiando: «El pueblo de México vive atormentado de anhelos por una vida política político-social mejor. Está seguro de que no es feliz y de que carece de todo por culpa exclusiva de sus gobiernos. Esta idea, que predomina en las clases populares, solamente puede desaparecer el día el día que pueda elegir con toda libertad a sus dirigentes. Mientras los gobiernos son impuestos, no podrá pensar de otra manera y vivirá desconfiado y molesto… (Y un día puede estallar).» Creo que todo comentario con relación a la actualidad sale sobrando.
Y qué decir de los edificios públicos: «He observado con mucha frecuencia que en la mayor parte de los edificios públicos de la ciudad de México, lucen en lugares bastante visibles, sendas placas de bronce o mármol, --indudablemente muy costosos--, con leyendas como esta: “Este edificio es propiedad del Departamento Central del D.F.”… ¿Acaso habrá habido quien dispute el derecho de propiedad sobre tales edificios públicos?...»
Se ha escrito mucho sobre el escaso criterio y capacidad que tenemos para analizar las cosas, principalmente los asuntos políticos, con razonamiento”: «Los mexicanos no estamos habituados a analizar las cosas. Nos inclinamos en un sentido u otro, influidos por simples rumores o noticias de prensa… Muchas veces nos inclinamos ante determinado lado, simplemente por instinto; pero lo general es que lo hagamos por intuición.» Ni hablar, nuestro fiel retrato escrito, la verdad no peca pero…
Y no podía faltar el observar sobre las leyes, las cuales o no las conocemos o no las cumplimos, que para el caso es lo mismo: «La Ley de Amparo, de la que México se siente orgulloso, no ha servido para otra cosa que para proteger bribones. Los hombres honrados desconocen los beneficios del Amparo… Los bribones siempre llevan uno en la bolsa. Esta es una de las leyes que más perjuicios ha causado a la sociedad… y, sin embargo, nadie protesta.» Sobra decir que seguimos en las mismas.
En cuanto al humor político, haciendo chunga sobre algún personaje político de altos vuelos, que para eso la picardía mexicana se pinta sola, apunta: « ¡Va de guasa…! El pueblo de México siente gran admiración por uno de sus presidentes, que raramente demostró rara habilidad para posponer los problemas que necesariamente se presentaron en el curso de su gestión. Tal habilidad demostró en esto, que el pobre pueblo se hundió en complicaciones y miseria. Se le recuerda con el célebre alias de “El Gran Posponedor”… A este buen señor, se le olvidó incluir en el programa de su gobierno, la siguiente frase, que hubiera estado muy bien: “Todo problema, grande o pequeño, que se me presente, será invariablemente pospuesto, tantas veces como sea necesario”. De haber incluido esta frase en su programa, hubiera sido lo único que verdaderamente cumplió… (¡Vaya que si lo cumplió!).» Seguramente se trataba de Manuel Ávila Camacho, por su gran capacidad para minimizar los problemas y dejarlos pasar.
Recuerdo que en aquella época se festejaba, con mucha rimbombancia la Fiesta de la Primavera, se hacia mucho alboroto y ni diga de la publicidad para elegir a la Reina... En los ejidos, también con mucha parafernalia se llevaban a cabo las fiestas, en las que lo central era elegir a la Flor más Bella. Obvio es decir que los organizadores se llevaban jugosas bolsas... Al respecto comenta: « ¿No creen ustedes que es una alcahuetería de muy mal gusto lo de la fiesta de “La Flor más Bella del Ejido”?»
¿Cuándo conoceremos realmente la manera de ser mexicano?... Pregunta de hace más de medio siglo, que bien la podemos hacer en este momento.
Quien que haya vivido en aquella época puede fácilmente recordar cuando se dejó venir la euforia por tener un título nobiliario. Era tanta la euforia por poseer alguno que por todos lados aparecían. A ese respecto apuntaba don José: «En México, tan lleno de calamidades, se ha soltado últimamente una verdadera plaga de dizque “nobleza auténtica”, que ya nos tiene “fritos”. Lo que más abunda son los príncipes. Cualquier tipo mugroso le resulta a uno de la más rancia nobleza europea. ¡Difícil es ir a cualquier parte sin “dar con un señor de estos!... Lo curioso es que la prensa en general es la que mejor les hace “su juego”. ¡Tal parece que fuera monarquista!... ¡Y lo peor de todo esto, es que todavía hay políticos que se dejan deslumbrar por esos!...»
«México, ¡nuestro pobre y querido México! Está sufriendo una incontenible fiebre de títulos nobiliarios… La mayor parte de las páginas sociales están llenos de títulos (ridículos y sin sentido)… En sociedad, el que carece de un titulillo ¡está reventado!... La lucha para obtenerlos está en juego. Los nuevos ricos “agonizan” por uno, ¡Cualquiera que sea! ¡Eso no importa! Son incapaces de cooperar con cincuenta pesos a una obra de servicio social; pero por un título nobiliario darían cientos de miles de pesos… ¡millones!... ¡Qué alegría! ¡Qué orgullo poderse llamar marqués de Tepito, duque de Iztacalco, barón de la Tlaxpana o con de Barbas Tenango!... ¡Si la gente que exhibe títulos de nobleza supiera el ridículo que hace…!»
A este respecto, una anécdota personal: Hace ya muchos años, un buen amigo, que me bromeaba mucho con lo de mi apellido, escribió un versito que decía: “Tengo el título de Duque / más no puedo con él / por eso prefiero/ que me digan Tamborrel."
La visita de algún personaje político, en la actualidad conlleva a desarrollar actos y actividades austeras. Apegadas al protocolo y sin parafernalia fuera de lo estrictamente necesario. Pero por aquellos años era motivo de actos y actividades exageradamente rimbombantes. «En México sistemáticamente se hace el ridículo cuando se trata de la visita de algún personaje importante. En lugar de ser tratados con exquisita finura, discreción y tacto, haciéndoles sentir hospitalidad, se les molesta y se les fatiga sin cuento, atiborrándolos de ceremonias, actos y festejos, mariachis, sombreros de charro, chinas poblanas de alquiler, falsos charros, indigestas comidas, y cansados recorridos. Es natural que esta gente, a las veinticuatro horas de estar con nosotros, trate de escapar, buscando cualquier pretexto. No hay resistencia física que soporte la oficiosidad, algarabía y molestias de que se rodea a esos infelices. La nota más extraordinaria de estas “fiestas” la dan los eternos vividores, que como arte de magia aparecen por millares, todos esgrimiendo derechos, todos dispuestos a dar la batalla a como de lugar… Centenares de funcionarios que a toda costa quieren tener el “honor”… y junto con ellos, sus señoras esposas, hijos, primos, cuñados, sobrinos y suegros… ¡Inútil decir, que el pueblo descalzo y hambriento es el que paga!... Los dineros del pueblo se dilapidan; pero los charros y las chinas poblanas sintéticas se salvan… y miles de burócratas estómagos se dilatan de materiales satisfacciones… (Y como si todo lo anterior no fuera demasiado, siempre, después de estas fiestas de agasajo, aparece por ahí un nuevo rico).»
El General Heriberto Jara Corona, originario de Nogales, Veracruz, fue un distinguido revolucionario. Siendo Secretario de Marina del Presidente Manuel Ávila Camacho, tuvo la genialidad de construir un astillero en las Lomas de Chapultepec, que aunque contó con el consentimiento de su jefe, la realidad que lo hizo por sus pistolas. Alrededor de eso y de su persona, como ya se imaginará, se hicieron muchos chistes. «Un señor Secretario de Marina, de uno de tantos “desgobiernos” que hemos sufrido, me decía en cierta ocasión: “Yo y el señor Presidente, estamos de acuerdo en hacer de la ciudad de México un gran puerto del Atlántico…” ¿Cómo dijo? –Pregunté azorado--, ¡Lo que oyó, mi amigo…! Pensamos hacer de la ciudad de México un gran puerto de mar… Naturalmente pensé que se trataba de una broma, y quise cambiar de conversación; pero el señor Secretario no lo permitió, y haciéndome sentar a su lado, me explicó; Si la ciudad de Los Ángeles, California pudo convertirse en puerto estando a gran distancia del mar. ¿Por qué nosotros no lo vamos a poder hacer?... Huelgan comentarios…»
Caben las preguntas: ¿Cuánto de aquello seguimos padeciendo, conservando y tolerando? ¿Hemos mejorado o no? ¿Hemos cambiado o no? Usted tiene la palabra.

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