sábado, 5 de enero de 2008

¿Sacrificio o genocidio?

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


Las personas que pacifican su vida en aras de una guerra que ellos consideran santa, resulta un acto que rebasa totalmente el entendimiento racional. Es claro que, como siempre sucede, para los unos ---los islamitas--- son héroes, para los otros ---el resto del mundo--- son asesinos; pero el nombre ya se convirtió en común, tanto para los unos como para los otros: KAMIKAZES.

La palabra kamikaze deriva del vocablo japonés kami, que significa o representa la parte superior de cualquier cosa. Los pilotos japoneses de la segunda guerra mundial, al mando de sus célebres aviones caza denominados “Zero”, se volvieron famosos por sus ataques suicidas contra los buques de guerra norteamericanos en el Pacífico. Aquellos jóvenes pilotos, eran conscientes de que estaban cumpliendo con una alta misión de guerra cuando despegaban de las pistas japonesas rumbo a la muerte, pues el suyo era un viaje sin retorno. Cuando avistaban los barcos del enemigo atacaban con decisión, primero arrojaban todos sus proyectiles y, una vez que se les agotaban, volvían sus propios aviones contra la nave que habían elegido como blanco y se estrellaban contra de ella. Sabían que mientras más daño inflingieran al enemigo más glorioso sería su sacrificio, que ellos consideraban una hazaña. Claro que para los norteamericanos fue una verdadera pesadilla.

El gesto de los pilotos japoneses impresionó tanto la sensibilidad occidental, que el término Kamikaze, desde entonces, ha venido a formar parte de nuestro lenguaje. Hoy se denomina un kamikaze al que lleva a cabo una acción suicida matando al mismo tiempo a otros inocentes.

Un elevado porcentaje de la opinión pública enjuicia las cosas de manera bastante superficial, basándose, como es obvio, principalmente en lo que divulgan los medios masivos de información. Esto tiene consecuencias importantes, pues al renunciar a hacer uso de la propia inteligencia para leer dentro de las cosas y de los sucesos, entonces se genera la confusión de las ideas que se expande como plaga por el mundo. Un ejemplo, que se vive de hecho cotidianamente en todo el orbe, es el modo equivoco e inapropiado con que muchos periodistas, sociólogos, políticos, analistas, etc. llaman “mártires” a los militantes islámicos, los kamikases que forrados de explosivos siembran la muerte y el horror a lo largo y ancho del mundo.

La simpleza y superficialidad con que se les denomina “mártires” del Islam, hace que muchos piensen que el suicida, el kamikaze, sea llanamente equiparable con el mártir cristiano, lo cual está total y absolutamente apartado de la realidad. Entre los mártires cristianos y kamikases musulmanes no existe analogía ni identidad posible; usar el mismo término indistintamente es un lamentable equívoco del lenguaje que genera la confusión y el empobrecimiento de las ideas.


Resulta una equivocación garrafal llamar mártir al musulmán que se suicida haciéndose explotar y matando inocentes consigo, del mismo modo como se llama al mártir cristiano que ofrece su vida en un gesto de amor y perdonando a sus verdugos. ¡No!, no hay analogía posible entre uno y otro, pues se trata de realidades opuestas, ¡un suicida no es un mártir! No le demos vuelta al asunto, a las cosas hay que llamarlas por su nombre, “al pan, pan y al vino, vino”; no les llamemos entonces, mártires sino lo que son en verdad: asesinos suicidas. Yo me atrevería a llamarlos “genocidas suicidas”, pues de hecho van contra todos los seres humanos que no comulgan con ellos.

El mártir cristiano es un imitador de Jesucristo, quien enseñó con su palabra y con su ejemplo el modo más elevado del amor: “Nadie tiene un amor más grande que aquel que da la vida por el amigo”. El motivo del mártir cristiano es el amor, pues toma como modelo a Cristo que ofrece su vida por la salvación de la humanidad.

El suicidio o kamikaze ---asea musulmán o no--- decide morir porque piensa que su inmolación representa un bien para su causa y un gesto heroico digno de imitar por otros seguidores. Es cierto que se puede inspirar en motivos culturales y políticos, como el ideal de una patria libre, pero en el fondo actúa movido por un odio profundo e impecable contra el los que no piensen como él, de ahí que no piensa en sacrificarse solo sino que arrastra a otros seres inocentes, sin distinción de condición, genero y edad. El kamikaze musulmán está en la creencia de que su sacrificio será compensado con un paraíso de placeres y un harem de doncellas. Esto es un error obtuso que está fijo en la mentalidad del combatiente musulmán, porque actúa bajo dictámenes de la Yihad o guerra santa para ellos. Sólo habría que preguntarse acerca de la recompensa que según esto recibirán las mujeres musulmanas que se han inmolado: ¿será la misma que para los varones?

El mártir cristiano se sitúa en un plano completamente distinto. No se mata ni mata a nadie, sino que acepta libremente perder la vida para mantenerse fiel a Jesucristo. Su gesto le convierte en “testigo” (es el significado de mártir) del amor más grande, no del odio que destruye, pues Cristo predicó ---con el ejemplo--- también amar a los enemigos.

El kamikaze inspira su gesto fatal en la ley del talión (ojo por ojo y diente por diente), y se cree justificado a emplear la violencia salvaje contra inocentes para aterrar y desesperar al enemigo de su causa. Su causa está inspirada por el odio, el mártir cristiano inspira su acción en el amor, y tiene la certeza de que su sangre generosa sirve para fortalecer la fe de sus hermanos. “La sangre de los mártires es semilla de vida cristiana” fue la frase con la que Tertuliano ---Nació y murió en Cartago (155-222 D. J.C.); pagano convertido, ejerció un verdadero magisterio doctrinal en el N. de África, autor de Apologética y Contra Marción, su ascetismo lo hizo desviarse hacia el montanismo; padre de la Iglesia de Occidente y primer escritor cristiano en lengua latina, tuvo una gran influencia en la formación de la lengua teológica latina--- los dejó condensado. Al mártir le quitan la vida, mientras que el kamikaze muere asesinando inocentes. El mártir muere perdonando a sus perseguidores; el kamikaze muere odiando a quienes acusa de opresores. El kamikaze deja un mensaje de venganza, de odio y desesperación; una espiral de violencia que genera más violencia. El mártir cristiano deja un mensaje de amor, de misericordia, de reconciliación y de perdón.

Solamente el amor y el perdón ---nunca el odio--- pueden mejorar el mundo. Los mártires cristianos son una expresión de este amor más grande, a imitación de Jesucristo, el rey de los mártires.



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