miércoles, 23 de enero de 2008

Escritores conversos

Fuente: Yoinfluyo.com
Autor: Jesús González Sánchez

Chesterton, C.S. Lewis. T.S. Eliot, J.R.R.Tolkien, Hilarie Belloc, Graham Greene, Evelyn Haugh, Cristopher Dawson, Malcom Muggeridge, R.S. Thomas, Ronald Knox, Sigfried Sasson, Charles Williams, R.H. Benson, Edith Sitwell, Roy Campbell, Maurice Bering, Muriel Spark, Dorothy L. Sayers, Alfred Noyes, Compton Mackenzy, David Jones, R.s. Thomas y Mackay Bay, ¿qué tienen en común estos personajes? Todos fueron escritores (algunos en el rango de la genialidad), y todos también agudos buscadores de la verdad, “… ¿y qué es la verdad?”.

En un apasionante y profundo recorrido espiritual e intelectual por 557 páginas, “Escritores Conversos” nos conduce por las experiencias, retos y enfrentamientos interiores y exteriores de estos escritores en pos de la verdad, ¿o la verdad en búsqueda de ellos?

Descubrimos a un genial Chesterton, maestro de la paradoja y la fulminante agilidad mental, publicando en 1905 “Herejes”, ensayos en los que se enfrenta a escritores y pensadores contemporáneos como H.G.Wells y Bernard Shaw (ningunas peritas en dulce). Su libro desconcierta a más de una mente agnóstica y recibe de uno de sus críticos una respuesta fuerte: Chesterton no debería condenar las “herejías” de otros sin antes exponer con claridad y fundamento su propia “ortodoxia”. Chesterton responde publicando en 1908 “Ortodoxia”, en la que su principal premisa fundamenta el Credo Apostólico como la mejor explicación al sentido de la vida. “Ortodoxia” presenta una apología aguda de la fe (con marcados matices Católicos, aunque aún era anglicano).

La estricta fidelidad de Chesterton a la verdad y a la razón le llevará por un proceso de varios años más hasta descubrir la plenitud de la verdad del Credo Apostólico, y convertirse así a la Iglesia Católica. Mientras tanto, participaba en debates sobre la fe con Bernard Shaw y otros intelectuales de alta talla, defendiendo su creencia en Dios. Sus argumentos sorprendían a propios y extraños, pues parecían totalmente católicos. Muchos se preguntaban: ¿por qué no dice ya que es católico?

Chesterton fue madurando por la verdad y un buen día se convirtió. En muchos sectores causó revuelo, en otros fue visto con naturalidad, pues él ya era católico sin saberlo. Al contrario, ¿cuántos que se dicen católicos no lo son sin saberlo?

Afortunadamente, los tiempos del hombre no son los de Dios, y Chesterton fue encontrado y sus frutos se esparcieron. Joseph Pearce, autor de “Escritores Conversos”, vivió una juventud recalcitrantemente anticatólica; fue activo opositor a la visita de Juan Pablo II a Inglaterra… y ¿quién iba a decir que se convertiría a la Iglesia Católica en 1989, sobre todo como fruto de la lectura de los escritos de Chesterton?

“Lo más increíble de los milagros, es que suceden”, Chesterton.

En su camino de conversión, Chesterton (anglicano por tradición), tuvo la gracia de contar con un amigo católico valiente y combativo (Hilaire Belloc). ¿Qué puede atraer más a la luz que la luz misma?

Chesterton y Belloc se conocieron en 1900, y con la forma de vivir el catolicismo, Belloc testimoniaba en la sed e intuición de verdad de su amigo de una manera cautivante y persuasiva. Belloc, además de ser un católico congruente y un magnifico escritor, durante algún tiempo se dedicó a la política. Chesterton vivió en primera fila testimonios de su amigo como el siguiente:

Belloc en 1906 contiende por el partido liberal a un cargo importante de elección popular en South Salford. Sus rivales políticos orquestan una campaña de desprestigio en su contra, queriéndolo golpear en lo que consideraron un punto débil: “no voten a un católico francés”. Belloc respondió en el discurso de arranque de su campaña en un mitin político en un auditorio abarrotado hasta el tope con estas palabras: “Caballeros, soy católico. Siempre que puedo, oigo misa a diario. Esto (y extrajo un rosario de bolsillo) es un rosario. Siempre que puedo, me arrodillo a diario y paso las cuentas. Si me rechazan a causa de mi religión, le daré gracias a Dios por haberme librado de la deshonra de representarles a ustedes”.

El público, en su inmensa mayoría anglicano, quedó suspendido en la estupefacción con este inicio de discurso. Después estalló en aplausos… y Belloc ganó las elecciones.

Para Belloc no había divisiones entre ser católico y ser congruente con cualquier ámbito de la vida: ser político, escritor, padre de familia, etc., lección que Chesterton bebió del incomparable manantial del testimonio de la congruencia.

Actualmente, infinidad de católicos viven su fe de las nubes para arriba, sin ninguna incidencia de ésta en su cotidianidad, extirpando a Dios de sus vidas, pues les estorba en los negocios, en la política, en el trabajo, en el matrimonio, etc. Un Dios que no tenga que ver con la esencia misma de la vida, con el aquí y el ahora, en toda circunstancia, es un Dios falso, muerto, un placebo para tranquilizar la conciencia y un ídolo hecho a la medida en el que la hipocresía y la simulación serán las oraciones que se le ofrezcan.

Se ha extirpado a Dios poco a poco de toda actividad: “Negocios son negocios”, “La abogacía es la abogacía”, “La política es la política”, “El derecho a la vida, es el derecho a la vida, ¡aborta!”, y un sin número de absurdos más. “Toda mentira es una verdad enloquecida”, Chesterton.

Belloc y Chesterton fueron grandes amigos. “La amistad sólo se da entre los virtuosos”, Cicerón.

Leer “Escritores Conversos” nos da la oportunidad de conocer los caminos y los itinerarios espirituales de aquellos que recibieron el don de escribir… y de ser encontrados por la verdad. Conocer los procesos de la verdad en estos escritores seguramente te llevará a encontrar otro gran regalo (o Gracia): leerlos.

Y es aquí donde por fin llegamos a nuestro Bergson: “una mala idea preconcebida es mucho más perniciosa por ser preconcebida que por ser mala; una idea falsa preconcebida es mucho más falsa por ser preconcebida que por ser falsa. Hay algo peor que tener un alma mala y también que hacerse una alma mala. Es tener un alma preconcebida. También hay algo peor que tener un alma perversa. Es tener un alma acostumbrada.

Hemos visto los juegos increíbles de la gracia y las gracias increíbles de la gracia penetrar en un alma mala y también en un alma perversa, y hemos visto salvar lo que parecía perdido. Pero no hemos visto que se mojara lo que estaba barnizado, no hemos visto que se atravesara lo que era impermeable, no hemos visto que se ablandara lo que estaba habituado.

Las curaciones y los éxitos y los salvamentos de la gracia son maravillosos y los hemos visto recuperar, y hemos visto salvar lo que estaba (como) perdido. Pero las peores miserias, las peores bajezas, las vilezas y los delitos, el pecado mismo, son a menudo los puntos vulnerables de la armadura del hombre, los puntos vulnerables de la coraza a través de la cual la gracia puede penetrar en la coraza de la dureza del hombre. Pero sobre esta inorgánica coraza de la costumbre todo resbala, y se despunta toda espada.

O también en el mecanismo espiritual las peores miserias, las peores bajezas, las vilezas y los delitos, el pecado mismo son justamente los puntos de articulación de la palanca de la gracia. Así obra ella. Así encuentra el punto que hay en cada hombre pecador. Así se apoya en este punto doloroso… Hemos visto salvar a los criminales más grandes, mediante su propio crimen. No hemos visto salvar a los habituales mediante la articulación de la costumbre, porque justamente la costumbre es lo que no tiene articulación”.

(Charles Péguy, Note conjointe sur M. Descartes et la philoophie cartésienne)

“La conversión es como salir a través de una chimenea de un mundo de espejos donde todo es una caricatura absurda, para entrar en el auténtico mundo creado por Dios; es entonces cuando empieza el delicioso proceso de explorarlo sin límites”, Evelyn Waugh.

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