jueves, 2 de abril de 2009

El día del informe presidencial

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

I

La adulación lo vence todo.
Si el animal más bravo entendiese nuestro lenguaje,
sólo con decirle: “¡Qué bonito eres, animal,
pero que bonito!”, ya estaba domesticado.
Benavente

No cabe duda que hay cosas que a los mexicanos nos cuesta mucho entender y aprender. En los últimos cuatro años ---y en muchos aspectos--- nuestro país ha tenido un cambio radical, pero todavía hay muchos ciudadanos que aseveran contumazmente que no los hay.
Durante siete décadas (13 presidentes) se le llamó al día 1 de septiembre el ‘Día del Informe Presidencial’ y, todavía más enfáticamente, el ‘Día del Presidente’. Se preparaba todo el escenario con un boato digno del Rey de reyes, ¡todo!, el recinto de la Cámara de Diputados, las galas de las fuerzas armadas, las calles; etc. Los medios informativos, tanto escritos como electrónicos ---estos conforme fue progresando la tecnología---, han dado cuenta fiel de toda esa parafernalia porque ellos han sido actores principales.
Y llegaba el día, la emoción en los medios oficiales, empresariales, publicitarios e informativos cundía; todo era rendirle honores al presidente, desde que salía de la residencia hasta su llegada al Recinto Legislativo, con escala en el Palacio Nacional, donde se colocaba la Banda Presidencial y lo esperaba la comisión de legisladores que habría de acompañarlo hasta el recinto. El recorrido entre Palacio y el Recinto era en coche abierto bajo una lluvia de confeti y vítores, destacando la valla de los burócratas portando banderitas y pancartas alusivas de felicitación. La Cámara de Diputados abarrotado ---aparte obviamente de los diputados y senadores--- de secretarios de estado, ministros, embajadores, militares, familiares e invitados especiales. En fin, era toda una fiesta, al arribo del Rey, perdón del Presidente, verdaderamente se caía el recinto por los aplausos que ni al Papa se le han otorgado.
Después de una larga perorata ---cuando menos de tres horas---, cifras y cifras que nadie entendía, interrumpida veinte o treinta veces por interminables aplausos que los asistentes hacían, más para espabilarse que por el discurso mismo, que ni oían y mucho menos entendían. Al terminar su discurso, el presidente se sentaba placidamente a disfrutar del trono y a escuchar el discurso del ‘Contestador Oficial’, lleno de alabanzas sin fin, casi llegando al paroxismo de la adoración. Terminando el acto de adoración expresa, entre vítores salía del recinto y en coche abierto, nuevamente entre vítores, confeti y banderitas, se dirigía al Palacio Nacional.
Llegaba el señor a Palacio y, después de un breve descanso y refrescarse, se paraba, rodeado de su séquito, a recibir el saludo ---besamanos--- de políticos, empresarios, diplomáticos y en fin, de todos aquellos que querían sentirse ungidos con tocarle la mano a Su Alteza. FIN DEL DIA DEL PRESIDENTE PRIISTA. Como colofón al glorioso día, al día siguiente todos los diarios llenaban sus páginas con alabanzas dignas de una epopeya. Todavía permanece fresco en mi mente el recuerdo, a ocho columnas, con letras grandes: PATRIOTA INFORME.
II

El día 1 de diciembre de 2000, Vicente Fox asumió la Primera Magistratura del País, y desde el arranque mismo de su gestión manifestó ---de dicho y hecho--- su intención de quitarle la parafernalia a los actos en que, por ley, debe asistir y/o encabezar el Presidente de la República. En su discurso inaugural planteó al Congreso la necesidad de reformar al Estado, incluyendo la revisión a fondo, y modificación en su caso, de la Constitución General de la República, para adecuarla a los requerimientos actuales. Este planteamiento original, convertido ya en propuesta, la ha reiterado hasta el cansancio. “El Presidente propone y el Congreso dispone”, les dijo Fox en su inicio, él se ha cansado de proponer pero el Congreso no ha dispuesto nada.
Al día 1 de septiembre ya se le quitó el boato que tenía, mas digno de una monarquía que de una república, pero el formato continúa y el cambiarlo le corresponde al Congreso, mas esto se les olvida a un buen número de legisladores que convierten al acto en una función de lucha libre, en la que no se respetan ni así mismos. Durante su último informe, ¿cuántas veces los llamó al orden el Presidente de la Cámara?, no sé, las que hayan sido, no reaccionaban, parecían bestias. Triste espectáculo brindaron a los millones de personas, presentes y video-escuchas, olvidando que ellos eran los anfitriones, ¡valiente caballerosidad!, de que los hay, los hay.
El formato de la entrega del informe presidencial deriva de una ley, no de la voluntad del Presidente, por lo que es una cobarde deshonestidad culparlo a él. Los Senadores y Diputados deben acudir a la sesión de Congreso General para participar en una acto republicano: La apertura de las sesiones ordinarias del primer periodo del Congreso, a la que, por ley, debe asistir el Presidente de la República para presentar un informe por escrito en el que manifieste el estado general que guarda la administración pública del país. Su postrera alocución corresponde a un acto de republicana cortesía estando en un recinto al que fue invitado, pero algunos imbéciles, ignorando su calidad de legisladores, denigran y manchan a la institución a la que, por el contrario, deberían enaltecer.
Si bien es cierto que los legisladores no deben estar para revivir un viejo pasado de sumisión al Presidente, tampoco lo están para proferir injurias y descalificaciones al titular del Poder Ejecutivo Federal, que es el mandatario del poder del pueblo. Ese día no debe volver a ser “El día del Presidente”, pero tampoco debe convertirse en “El día en que se denigre al Presidente”. Nunca más el México de un solo hombre, sea quien fuere, pero tampoco un México de la irresponsabilidad diluida. Nunca más de alguien, sea quien fuere, por encima de la ley.
Todos los legisladores, principalmente los de la oposición, deben de entender que esta debe ser seria, constructiva y madura; que no represente un lastre para el gobierno ni un obstáculo para el desarrollo del país. Por el contrario, una oposición responsable enriquece la vida pública, ayuda a corregir errores y, a través de consensos, cogobierna y ejerce legítimo poder. Todas las fuerzas políticas, sean del color que sean, deben saber vivir en la pluralidad, con todo lo que ello implica, sin llegar a la obstrucción. La lucha por el poder no debe postergar acuerdos indispensables para el desarrollo del país. Deben demostrarle a la nación que vale la pena apostar a la democracia, entendida esta como una forma de vida y un estilo de un gobernar en donde todos, bajo el imperio y protección de la ley, participamos en el esfuerzo y compartimos, con equidad y justicia, de la riqueza producida.
En un sistema político plural, de responsabilidades compartidas, donde nadie tiene mayoría de votos en el Congreso Federal, donde los gobiernos estatales y municipales tienen diversa composición partidista, resulta indispensable encontrar aquello que nos une como mexicanos, aquello que es bueno para todos, aquello en lo que todos podemos y debemos cooperar.
Los grandes problemas nacionales, como son la inseguridad, el desempleo, los rezagos educativos, la falta de servicios públicos, la marginación y la pobreza, no son atribuibles a una persona o a un gobierno o a un ámbito de poder. Hechos y circunstancias de toda índole, remotos y cercanos, han dejado el saldo de lo bueno y de lo malo que tenemos hoy como nación. Por ello, el mérito y el reproche no pueden recaer en uno solo de los actores públicos. Hoy en día toda crítica honesta debe partir de una autocrítica severa. Los mexicanos logramos dejar atrás un viejo sistema monopólico y antidemocrático, que no daba para más. Lo hicimos pacifica y civilizadamente, sin fracturas ni derramamiento de sangre. Así, los mexicanos optamos por darle vida y fuerza a nuestras instituciones.
Hoy, nadie puede negar, que hay una auténtica división de poderes. Hoy, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial son instituciones de la República que comparten el poder y comparten las responsabilidades en sus respectivos ámbitos, aunque el segundo como que no se quiere dar cuenta de ello. Hoy, los Estados de la República y los Municipios del País son protagonistas reales en la vida de México. Y, a pesar de que todavía hay muchos municipios estrangulados por sus gobiernos estatales, el Federalismo está vigente y día a día cobra vigor.
Por lo anterior, se hace indispensable fortalecer inequívocamente el Estado de Derecho y mirar para adelante. En un mundo globalizado, y por ello interdependiente, el reto es lograr, sin dilación, fortalecer nuestras culturas, nuestra identidad nacional, nuestra conciencia de Patria, nuestra capacitación técnica y científica y, así, competir con éxito en el concierto de los Estados Nacionales. Ello supone, de manera inexcusable, aceptar tres ideas rectoras: a) Vigorizar a nuestras instituciones; b) Someternos, gobernantes y gobernados, al imperio de la ley, y c) Dignificar, día a día, la actividad política.
El pueblo de México, quiere ver, ¡necesita ver!, en sus legisladores a hombres y mujeres de buena voluntad, ocupados en hacer mejores leyes y en alcanzar reformas que nos coloquen a la vanguardia en el concierto de las naciones. En el refrigerador del Congreso se hallan iniciativas muy importantes que están en espera de ser discutidas y votadas, todas ellas enfocadas para el buen desarrollo del país. Si los legisladores se sacuden la inercia negativa, y piensan sinceramente en el destino de millones de pobres, si realmente les preocupa su dolor, deben cerrar filas, todos sin excepción ---del partido que sean---, para crear más oportunidades, producir más riqueza y compartir, generosamente, los bienes y servicios que reclama la dignidad del pueblo de México.

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