domingo, 27 de julio de 2008

Un vilipendio injusto

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


“El esfuerzo por llevar una vida intachable y no dar
que decir, desata la calumnia en torno al virtuoso”
Querien Vangal

Hace un poco más de veinte años, si mal no me acuerdo fue por allá de 1981, conocí, en el hotel en que yo acostumbraba hospedarme durante mis continuos viajes a la Ciudad de Oaxaca, a un extranjero a quien le gustaba con cierta regularidad, según me dijo, a nuestro país e invariablemente, cada vez que venía gustaba de estar la mayor parte del tiempo en Oaxaca. En realidad yo tenía alquilado permanentemente un cuarto en dicho Hotel, pues, por mi actividad profesional, mi estancias en esa ciudad eran, en promedio, de casi el 50% de mi tiempo, o sea alrededor de 15 días cada mes; así es que no era difícil que cada vez que él venía coincidiéramos, pues además él también invariablemente paraba en el mismo hotel.

Al cabo de muchos encuentros acabamos por hacer una buena amistad; como regularmente, como sucede en este tipo de relaciones, nos encontrábamos en el restaurante del hotel a la hora de la comida o de la cena, dando lugar a que tuviéramos largas pláticas de sobremesa, al calor obviamente de un sabroso café, acompañado no pocas veces de un brandy. El era (o es, la última vez que lo vi fue a mediados de 1989) originario de Holanda pero ya tenía como diez años de tener la nacionalidad estadounidense y era (o es) profesor de sociología en un colegio en Chicago. Konrad, como se llamaba o se llama, era un verdadero enamorado de Oaxaca y le fascinaba el estudio de las etnias del sureste mexicano, principalmente de las oaxaqueñas, y las estudiaba con verdadera pasión.

Un buen día lo encontré verdaderamente contrariado pero no quiso decirme el por qué ---finalmente nunca lo exteriorizó, cuando menos a mi---, pero eso no fue obstáculo para echar nuestra acostumbrada plática, lo que obviamente coadyuvó a tranquilizarlo. Ya entrados en la conversación, muy serio me dijo: “Una de las cosas que más admiro a los estadounidenses es que quien sea que llega a tener una posición económica holgada, no se diga de los ricos, siempre tienen la bolsa abierta para ayudar a crear instituciones de beneficencia social, asilos. Hospitales, escuelas, etc. De esto deriva que los grandes hospitales y universidades con sus centros de investigación estén subvencionados por las fundaciones creadas por los hombres de las grandes fortunas. El colegio donde yo imparto mi cátedra, que es muy importante, es un ejemplo de ello, yo mismo no podría viajar como lo hago para estudiar e investigar y así mejorar mis conocimientos que después trasmitirlos a mis alumnos, sino fuera por ese tipo de apoyo. Es por esto que me causa verdadera extrañeza, y porqué no decirlo, un verdadero dolor que aquí en México, cuando alguien quiere ayudar en ese aspecto, inmediatamente aparece la critica cruel que quiere destruirlo. Es por esto que aquí está mucho muy limitado ese tipo de acciones”.

No puedo menos que acordarme de esa plática con Konrad cuando leo actualmente, casi a diario, la serie de críticas llenas de falacias y diatribas, de que es objeto Marta Sahagún. Le adjudican toda clase de acciones malditas y, aunque sean falacias, los medios se encargan de hacerlas grandes verdades, para esto se pintan solos tanto los escritos como los electrónicos.

Sublimes en sus denuestos e inventivas son tanto los artículos de María Sherer Ibarra, Dense Dresser, José Gil Olmos, Judith Amador y otros en la revista Proceso, como en sus respectivos libros Olga Wormat, Guadalupe Loaeza y Sara Selchovich. Tal pareciera que no hay en nuestro ámbito nada más importante que buscarle algo, cualquier cosa, a Marta Sahagún.

¿Qué ha hecho de malo Marta?, perfecta no es desde luego, pero estoy seguro de que sus actos están regidos por una ética moral sincera y un alto espíritu de servicio hacia sus semejantes. Que aprovecha su situación de esposa del presidente para obtener fondos para su obra social, ¡claro que sí!, tonta sería si no lo hiciera, pero lo que obtiene no es para su goce y disfrute, es para ayudar a mucha gente que lo necesita: niños, mujeres, ancianos, estudiantes, en fin a cuanta gente puede. De una cosa estoy seguro, si fuera una señora común y corriente no conseguiría ni el saludo, bueno probablemente éste sí, pero hasta ahí. ¿Cuántas primeras damas de la nación han hecho la labor que ha hecho, y está haciendo, Marta? Pero, ¡claro!, es precisamente por esto que hay que tirarle a ultranza, así “semos” los mexicanos.
¿Qué venganza quisiste
ayer del envidioso
mayor que estar él triste
cuando tú estás gozoso?

¡Ah envidia, raíz de infinitos y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo: que el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabia.




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