Julio / 2009 Hace unos días recibí una misiva de un buen amigo de la juventud y madurez. Hace mucho que no sabía de él y confieso que, dado que es como cinco años mayor que yo, debe andar por los 85, yo pensaba que ya había fallecido. Y es que es natural que así lo haya pensado, pues casi todos nuestros amigos comunes de aquella época, a los cuales si tenía ubicados, ya han partido al viaje sin retorno. Recuerdo que mi abuelo paterno me decía que cuando se llega a los cuarenta, se empieza a vivir años extras; cuando se llega a los cincuenta, meses extras; a los sesenta, semanas extras; a los setenta, horas extras; a los ochenta, minutos extras; a los noventa, minutos extras; y a los cien, segundos extras. Yo estoy en el rango de los ochenta. Bueno, después de estas elucubraciones edad-matemáticas, paso a comentar lo que me escribe este recordado amigo. Me escribe, y concuerdo absolutamente con él, que nuestra alma no necesita sólo agua, sino la serenidad y la paz que da el silencio. Nada florecerá en quien no vive en paz. «Llegué al Collado del Acebal en tiempo de lluvias. Nunca había visto caer tanta agua en tan poco tiempo, así que enseguida comenté a todos mi asombro ante los torrentes que pasaban ante nosotros deslavando los campos y convirtiendo los caminos en auténticos ríos.
«LA ORACIÓN DEL QUE SE HUMILLA PENETRARÁ HASTA LAS NUBES» |
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