martes, 21 de julio de 2009

El seudo-periodismo mexicano


Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

A pesar de que la profesión de periodista es tan digna como cualquier otra –los que las indignan son los que malamente las profesan--, algunos de los que se dicen periodistas sustentan que no es profesión, sino actividad. Si con ese criterio empiezan, por eso el periodismo, sobre todo en nuestro país, anda por el callejón de la amargura.

Si no damos cuenta, el periodista siempre distorsiona la noticia, no la da con el único fin –que debería ser-- de informar los hechos tal y como se producen, sino que le busca y rebusca a fin de producir una noticia sensacionalista, aunque para ello inventen y tergiversen la noticia. ¡Ah! Y no se trate de alguna persona, porque la acusan a priori, la juzgan, la condenan y, si pudieran, también la ejecutarían. Pero no, esto último, es parte de su juego, se lo dejan a los crédulos e impactados lectores.

Durante la era de la “Trina Infernal” (léase PNR-PRM-PRI), la Prensa estaba comprada por el sistema, existía la figura de lo que se le llamaba “embute”, que no era otra cosa que una partida “secreta” para repartirlo a discreción a todos los medios como dádiva, y desde luego que estos se la pasaban alabando a diestra y siniestra al gobierno en turno y a todos sus integrantes. Sobra decir que el Presidente y sus colaboradores no bajaban de ser unos santos, perfectos en y para todo.

Pero a todo santo se le llega su fiestecita, y así llegó el cambio, la Prensa se “liberó” de ese “molesto” yugo --¿a quien le dan pan que llore?--, después del año 2000 se quedó sin embute, y a decir y escribir libremente lo que quieran. ¡Vive la liberté! Lamentablemente para Prensa (hablada o escrita) mexicana, esto se convirtió en libertinaje. Bien dice Querien Vangal que “los periodistas en México quieren ser libres pero no saben se justos”; y agrega: “La libertad no es don gratuito y objeto de juego y de lujo: se obtiene con una gran madurez de juicio, y se consolida con una gran serenidad de costumbres”.

A raíz del accidente aéreo que le costó la vida a Juan Camilo Mouriño, leí un artículo escrito por María Norma Sánchez Valencia, titulado “Lo que nos espera con Gómez Mont”, en el cual se adjudica el papel de Juez, y juzga y condena a Fernando Gómez Mont a priori.
«Después de la tormenta viene la calma; una calma que para nada ha sido chicha, y por ello sigue existiendo esa sensación de zozobra en el actuar del presidente Calderón.
En pleno fin de semana –uno de los más largos del año–, las noticias referentes a las posibles causas del trágico accidente de Juan Camilo Mouriño no han dejado satisfechos los ánimos de varios analistas políticos, que siguen dudando de las explicaciones ofrecidas por el secretario Téllez, así como por el Comité Nacional de Seguridad (¿¿??) en el transporte. Para acabar de enrarecer el clima especulativo, el embajador de Estados Unidos en México sale con un comunicado extraoficial que nadie le solicitó ofrecer –metiche el señor–, donde informa de los avances que los peritos estadounidenses han realizado junto a otros expertos extranjeros, mismo que arroja la inexistencia de un atentado, sabotaje o actividad criminal que hubiera determinado el lamentable fin de tantas vidas.
Más allá de lo cierto o falso del asunto, resulta una total falta de respeto a la soberanía nacional que un fulano gringo –por muy arraigado que se sienta a México– emita un comunicado de esta naturaleza sin considerar la elemental cortesía diplomática para el gobierno mexicano. ¡Que lo controle la Aramburuzabala! Esperemos que su señora le ponga un bozal antes de hacer señalamientos de cualquier índole en un asunto tan delicado como el que entraña este terrible accidente.
Con la baja de Mouriño en el gabinete calderonista, se esperaba que la designación del sucesor denotara un golpe de timón en el área de gobernabilidad. Cosa que francamente no sucedió. Tal como lo mencioné la semana pasada, el problema del presidente Calderón estriba en la poca experiencia y nivel que sus funcionarios federales tienen para conducirse con soltura en sus encargos gubernamentales. Hemos visto pifias tan lamentables como la del secretario de Agricultura, el de Economía, el del Medio Ambiente, la de Energía, el del Trabajo, el de Turismo y al mentiroso de Hacienda y Crédito Público, entre muchos otros.
Tienen tan bajo perfil y tan poca experiencia –amén de la falta de talento para hacer verdaderos cambios que beneficien la política calderonista–, que francamente dan pena ajena. ¡Ni hablar de la inoperancia de todas las áreas relacionadas con seguridad pública! Es tanta la desconfianza que sentimos en sus métodos y elementos, que preferimos cuidarnos como ciudadanos entre nosotros mismos, antes que pedirles ayuda; no sea que estemos entregando nuestra zalea al crimen organizado. ¡Horror! En cuestiones de educación y salud, queda claro que el rezago, los aviadores, ineptos y defraudadores con títulos "patito" siguen haciendo de las suyas, a pesar de las aparentes ganas para erradicarlos. ¡Cuánto más hay que esperar para salir de la mediocridad en estos servicios! En cuanto a la Secretaría de Gobernación, había mucho que resolver en este rubro, toda vez que la juventud y la guapura del talentoso Juan Camilo Mouriño no fueron suficientes para derrotar a sus propios compañeros de partido, que lo atacaron y evidenciaron rabiosamente hasta dejarlo como un petimetre de ornato. Con su trágico deceso, la clase política mexicana siempre tendrá la duda respecto a su capacidad para sortear los grandes conflictos que esta secretaría tiene que manejar al dedillo.
De ahí que la llegada de Gómez Mont a esta posición parece "más de lo mismo", pero sin la galanura y la simpatía del joven finado. Porque si bien es cierto Gómez Mont tiene sus horas de vuelo, éstas se han dado más del lado del litigio penal, donde ha rescatado de la desgracia punitiva a más de un hampón de cuello blanco; de igual forma, su fama pública –ni tan buena ni tan mala– tiene que ver con su desempeño en asuntos netamente electorales en beneficio del partido que lo vio surgir como diputado y representante ante el IFE en el pasado. Sin embargo y ante la oleada de descalificaciones que ya se ven ir en su contra –especialmente por los pejelagartistas, que con el nombramiento de Jesús Ortega están que no los calienta ni el sol– Gómez Mont va a tener que dar muestras de talento diplomático, de negociador y de político bien informado.
De lo contrario, Calderón seguirá sufriendo los embates de su propia franquicia partidista, quienes desde el ala más retrograda y estúpida lo mantienen en el filo de la navaja. Les pesa tanto que los priistas hayan hecho inmejorables acuerdos con el presidente Calderón, que no encuentran la forma de golpetearlo y evidenciarlo. En tanto, la clase política tricolor –única en su especie, estilo, experiencia, talento y género– ha mantenido comunicación, contacto y acuerdos responsables con el Ejecutivo federal, pese a la mediocridad de la mayoría de sus funcionarios y representantes populares. De no ser por priistas con el oficio político de gente como Beatriz Paredes, Manlio Fabio Beltrones y gobernadores como Mario Marín, entre otros diputados, senadores, líderes y demás gobernantes priistas, este gobierno federal ya hubieran sucumbido. Así que esperemos a que las aguas vuelvan a su nivel y que los improvisados rindan tributo a quienes les hemos enseñado el camino para sostenerse en el poder.»
Para no caer en lo mismo que critico, ahí queda para que el lector saque sus propias conclusiones y haga sus propios juicios.

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