domingo, 1 de febrero de 2009

Mejorar la salud, sonriendo

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Este mundo que nos ha tocado vivir tiene demasiada gente seria. Cuesta a veces sonreír. ¿No sería buena idea asegurarnos la sonrisa?
Ha habido quien lo ha hecho, y con eso ha entrado en el mundo de los sucesos curiosos. Allá por el año 1927 una actriz estadounidense firmó un extraño contrato con una compañía inglesa de seguros.
Según este contrato, la actriz debía recibir 50 mil libras esterlinas, un dineral, si en los siguientes 10 años perdía… ¿la salud?, ¿el trabajo? No. Sencillamente si a causa de una enfermedad, o por cualquier desgracia, perdía la capacidad de saber sonreír amablemente.
La sonrisa es un regalo bien agradecido para ti y para los tuyos. Es sana. En el plano fisiológico, la sonrisa intensifica la producción de jugos gástricos que benefician la digestión. Ejercita los músculos faciales y reduce la producción de toxinas por su efecto relajante.
La risa libera endorfinas cerebrales, estimulantes psíquicos que por su acción en el sistema neuro-vegetativo combaten el estrés. Además, favorece las funciones vitales del organismo al facilitar la circulación sanguínea.
En el campo psicológico, la sonrisa reduce el estrés. Disminuye los estados de angustia, desviando la atención de las situaciones de ansiedad. Aumenta la capacidad de adaptación a situaciones difíciles. Facilita las relaciones humanas. Ayuda a controlar la agresividad. Se opone al pensamiento negativo y pesimista de la sociedad.
La sonrisa es salud. Las vitaminas fortalecen tu cuerpo, pero una sonrisa fortalece también tu alma. La risa es contagiosa. La alegría hace llevadera nuestra vida y la vida de quienes nos rodean.
Una tarde, Dale Carnegie --Seudónimo de Dale Breckenridge Carnegie (*24-11-1888, †01-11-1955), empresario y escritor de libros de auto ayuda estadounidense. Carnegie fue promotor de lo que ahora se llama asunción de responsabilidades, aunque esto sólo aparece puntualmente en sus escritos. Una de las ideas centrales de sus libros es que es posible cambiar el comportamiento de los demás, al cambiar nuestra actitud hacia ellos-- fue a una ventanilla de correos y el empleado parecía fastidiado. Carnegie re­solvió conquistar la plaza. El funcionario aquel tenía una cabe­llera magnífica.
–Daría mucho por tener sus cabellos–, observó dulce­men­te.
La puntería fue certera. Aquel rostro terriblemente frío se iluminó. Unas palabras amables obraron el milagro de una sonrisa.
Al contar Carnegie el caso a unos conocidos, alguien le preguntó qué beneficio había sacado de ese asunto; a lo que él respondió: “He tenido la satisfacción exquisita de haber hecho un gesto absolutamente desinteresado, una de esas generosas acciones cuyo recuerdo sigue brillando en la memo­ria mucho tiempo, después de haber caído en el olvido el incidente que lo provocó”.
Cada persona tiene oportunidades para obrar el milagro de la sonrisa en los demás. La sonrisa no se compra. Basta con ofrecer un regalo que no vale ni un centavo. El regalo de escuchar; pero realmente escuchar, sin interrumpir, bostezar, o criticar... Sólo escuchar.
El regalo del cariño; generoso en besos, abrazos y palmadas en la espalda. El regalo de las notas escritas: “Gracias por ayudarme”. O el regalo del favor, todos los días hacer un favor a alguien que me rodea.
Detalles así pueden recordarse de por vida y tal vez cambiarla. El regalo de la palabra: “Te ves genial de rojo”, “buen trabajo” o “estupenda comida”. Esto puede hacer especial todo un día.
¿Por qué no llenar tu vida de sonrisas, alegría y buenas palabras? Así los tuyos dirán: “¿Sabes?, me gusta reír contigo”.



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