martes, 1 de mayo de 2012

Deseos utópicos para México


Por_ Antero Duks

El Presidente de la República que México necesita irremisiblemente resulta en realidad una verdadera utopía. Debe decirse de él que nunca se enferma, no se marea, no conoce el cansancio. Tiene un sentido del humor tan fino que cuando bromea a todos causa gracia. Siempre es políticamente correcto y sus palabras jamás son malinterpretadas. Habla un inglés perfecto y una gran variedad de lenguas indígenas. Luce pulcro, proyecta una imagen ganadora, jovial y experimentada. Es carismático, empático, con una gran cultura y conocimiento en múltiples rubros. Su pareja no causa quejas ni de propios ni extraños, al igual que su familia e hijos. Todo en su conjunto, es un ejemplo a seguir.

Esa persona, que bajo el imaginario nacional sería el presidente perfecto, no existe, no existió, ni existirá, al menos hasta que la revolución genética nos lleve a crear a candidato perfecto que cumpla con cada una de nuestras expectativas. Pero mientras la selección se dé con gente cuyo origen sea netamente natural, será mejor que ni lo esperemos.

La adoración a la personalidad con la que se rige cada elección, con mayor intensidad si se trata de una presidencial, nos ha llevado ya no digamos a anhelar, sino a exigir que un candidato sea de un comportamiento imposible para un ser humano. El rigor con el que se son auscultados estos personajes va más allá de los límites de la objetividad, algo que ellos mismos han propiciado y fomentado.

Una persona con una agenda de viajes intensa, presión de medios y contrincantes, presentaciones, sesiones fotográficas y mítines en donde siempre tiene que lucir una sonrisa y una cara de frescura digna de anuncio vitamínico, tiene que cansarse de manera obvia. En algún momento tiene que mostrar un signo del estrés materializado en perdida del equilibrio, irregularidades en el funcionamiento del sistema digestivo, tics nerviosos o lesiones cutáneas. Si usted es veinteañero ya lo empieza a sentir. Si supera los 30 ya sabe de lo que hablo.

Pero para los candidatos eso es imposible de aceptar y se empeñan en ocultar cualquier síntoma. No se vaya a tomar como un símbolo de debilidad. Todos los sabemos, pero nadie quiere pensar en eso. Son nuestros superhombres y supermujeres que jamás pisan siquiera en un sanitario.

Lo mismo sucede con su pasado. Todos tenemos y tendremos algo de qué arrepentirnos. No ejercemos nuestra vida diaria pensando en que podemos ser un presidente. Lo que hoy opinamos, decimos, escribimos y hacemos podría ser un arma utilizada en el futuro para hacernos quedar como incongruentes, tercos, obsesivos, infieles o violentos. Aunque después ya no lo sea. Ubique a cada presidenciable dentro de la categoría que corresponda. Lo mismo puede hacer usted de manera autocrítica y posiblemente encajará en alguna etapa de su existencia.

Sólo en las monarquías, a los príncipes y princesas se les entrena y cuida con ahínco, con la certeza de que algún día llegarán a gobernar un reino. Desde que se han gestado, se sabe cuál será su futuro, qué deben saber y qué no hacer. Pero en una democracia, pedir una inmaculada personalidad en un gobernante es casi como pensar que se cuenta desde cuna con la rectitud y el comportamiento ciudadano ideales para juzgar de forma inquisitoria. Y eso también es ficción científica.

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