sábado, 28 de febrero de 2009

Excelsa virtud: La Homradez

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Es lamentable que, para una gran mayoría, la
honradez es la preocupación de no hacer nada
delictivo, de lo cual podrían quedar pruebas.

El hijo mayor

Cuando don Fernando se sintió viejo y se dio cuenta de que ya no podía estar al frente de sus asuntos, puso su ranchito a nombre del hijo mayor para que él se hiciera responsable. Con un sentido muy grande del honor, le pidió que cuando él muriera repartiera la herencia equitativamente entre sus hermanos.

Murió el viejo y, una vez enterrado, se juntaron los hermanos para hablar de la repartición del ranchito. El hermano mayor ni siquiera asistió a la reunión; mandó a su mujer a decirles que “papelito habla” y que él era el único dueño del ranchito y que le hicieran como quisieran. Ganó el ranchito y perdió a sus hermanos. Él es el dueño legal, pero aquí hay otro caso más de que lo legal no siempre es lo justo. Ante sus hermanos, ante su esposa y sus hijos, y sobre todo, ante Dios, él es un simple ladrón, un hombre sin honor que traicionó por ambición la voluntad de su padre. Por cierto, cuando este hombre quiera arrepentirse, ningún valor moral tendrá, ante Dios y su conciencia sin que proceda a la restitución justa de esos bienes y de las ganancias que con ellos haya hecho. Dice la moral: “restitución o condenación”.
¿Qué es ser honrado?
Literalmente viene de “honor”: un hombre honrado es un hombre de honor.
Se entiende por honradez el respeto a los bienes ajenos. Por bienes entendemos no sólo los materiales necesarios para una vida digna, sino también otros bienes, intangibles pero también reales, que necesitamos para el bienestar al que tenemos derecho. Por ejemplo, la buena fama.
Un hombre honrado es el que respeta los bienes de los demás y el que se esfuerza por conseguir, con su trabajo honrado, los bienes que él mismo necesita para vivir y ser feliz.
La honradez, como valor, exige ese respeto a lo ajeno aun cuando las circunstancias pudieran permitir apropiárselo sin consecuencias legales o sociales. El juez más severo de nuestros actos somos nosotros mismos –nuestra propia conciencia-- y ha de ser muy triste vivir sabiendo que somos ladrones. Para nosotros los creyentes existe también la conciencia de que Dios exige la devolución de los bienes robados, es condición Sine qua non.
La imagen popular del buen ladrón que roba a los ricos para dar a los pobres, no es más que un signo de una revolución siempre buscada, pero jamás alcanzada que impidiera a unos cuantos apropiarse de los bienes que los demás necesitan para vivir. Hoy sabemos que maldad la acumulación de la riqueza y propiciar la pobreza. Sobre las riquezas acumuladas, decía Juan Pablo II en Cuilapa, Oaxaca, existe una hipoteca social. Y Cristo decía algo mucho más grave: ¡Qué difícil es que un rico se salve!
Un rico cristiano honrado sería el que entiende sus bienes como algo que Dios le permite tener para administrarlos en bien de sus semejantes.
El lujo y la ostentación son un continuo robo a los más pobres. Con ese sentido social, las leyes justas de un país alientan a los dueños del capital a invertirlo en beneficio de la sociedad y a usar parte de esos bienes en instituciones de beneficencia. El capitalismo carente de humanidad es maldito.
El salario justo será el que permita una vida digna.
¿Cómo se enseña la honradez?
Mi tío Leoncio tenía una tienda de abarrotes. Después de una visita a su tienda, mi mamá descubrió que yo andaba quemando cerillos. “Me los encontré” dije entonces para justificar la posesión. No me creyeron y de mano de mi madre regresé a la tienda del tío a devolver lo mal habido. Así nos educaron nuestros padres.
La honradez se enseña con el ejemplo. Un padre de familia que es responsable en su trabajo, aunque no salga nunca de pobre, heredará a sus hijos una riqueza imponderable: su honradez.
Una pobreza digna jamás ha hecho daño a nadie; una riqueza mal habida mina el respeto de los hijos a los padres a quienes verán siempre como a personas deshonestas y sin autoridad moral. Los niños aprenden en el hogar los límites que impone la propiedad privada. Ellos saben que deben respetar los bienes de los hermanos y, en cambio, saben también que deben compartir esos bienes con los demás miembros de la familia.
Queridos papás...
Nunca permitan que su hijo robe algo en el supermercado, aunque nadie lo vea.
Nunca permitan que se cuele sin pagar por más necesidades que tengan.
Nunca permitan que se apropie de un lugar que no le corresponde en las filas de espera.
Nunca permitan que traiga a casa un objeto que no es suyo. Nunca permitan que invente faltas de sus hermanos ni de ninguna otra persona, porque ellos tienen derecho a su buena fama.

Un mexicano a carta cabal

Por:Enrique Galván-Duque Tamborrel


Año con año el 20 de noviembre es un día donde correrá muchísima tinta para festejar otro aniversario de la Revolución Mexicana, pero nadie escribe y/o habla de tantos mexicanos que contagiaron con el fuego de su alma, de su palabra y de su fe, a todos los que lo rodeaban.
Para Anacleto González Flores sus dos grandes amores fueron Dios, sus semejantes y la Patria, a quienes consagró su vida y por los que murió con heroísmo. Fue un gran mexicano y un hombre que supo compaginar la alegría con el dolor, el buen humor con la profunda reflexión, la cultura más elevada con las tradiciones y los cantos populares y, sobre todo, la congruencia de la existencia con el pensamiento.
Líder cristero, exhortó a sus amigos así:
"Si los convido en este momento a continuar la tarea, no quisiera que alguno estuviera engañado acerca del alcance que tiene tal invitación: los convido a sacrificar su vida para salvar a México. Siento la sagrada obligación de no engañar a ninguno, yo, que soy aquí el responsable de la decisión de todos.
"Si me preguntara alguno de ustedes qué sacrificio le pido para sellar el pacto que vamos a celebrar, le diría dos palabras: tu sangre. El que quiera seguir adelante, deje de soñar con curules, triunfos militares, galones, brillo y victoria, y dominio sobre los demás. México necesita de una tradición de sangre para cimentar su vida libre de mañana. Para esta obra está puesta mi vida, y para esta tradición os pido la vuestra".
Líder cristero que supo morir así:
"General, perdono a usted de corazón. Muy pronto nos veremos ante el tribunal divino; el mismo Juez que me va a juzgar será su juez, y entonces tendrá usted en mí, un intercesor con Dios (...). Por segunda vez oigan las Américas este santo grito: Yo muero, pero Dios no muere. ¡Viva Cristo Rey!".
Así murió un hombre a carta cabal. El hombre que llevó siempre por delante la imagen de dios, de sus semejantes y de su Patria.
De estos hechos y ejemplos, siempre brota la gran incógnita: ¿por qué los gobiernos mexicanos contemporáneos se niegan caprichosamente a dar su lugar y reconocimiento a los actores de ellos, a conmemóralos en su debida dimensión? No se puede –por que sería como pretender tapar el sol con un dedo-- borrarlos de la historia y olvidarlos, pero el obtusismo absurdo del oficialismo persiste en ello. Aunque cabe decir y reconocer que a partir del año 2000 ha ido cambiando, poco a poco, esa absurda posición, ojalá que para bien de México y de los mexicanos, sea efectivamente un cambio de criterio oficialista. ¿Será que el año 2000 efectivamente sea un parteaguas en el criterio que caprichosamente y por muchos años prevaleció?
¡No se puede negar honor a quien honor merece!

La palabra

Por. Enrique Galván-Duque Tamborrel


Nuevos hechos de violencia visten de luto al periodismo en México. Tal parece que nunca habrá paz en el mundo de la información, pues cuando no es el poder político o los intereses económicos, son otras fuerzas las que se vuelven contra estos medios, tratando de acallarlos. Lo mismo se recurre al asesinato que al terror lazando grandas, o a la amenaza sistemática. El hecho es que se sigue temiendo a la palabra, porque es un arma peligrosa. Con los hechos de las últimas semanas, que por momentos se incrementan con alarmante frecuencia, se percibe que la llamada guerra contra el narcotráfico se extiende a nuevos ámbitos de la sociedad, particularmente a aquellos que, de una forma u otra, ponen el dedo en la llaga respecto al daño que produce el tráfico de sustancias adictivas.
Y es que, sin duda, en nuestro país se ha iniciado un debate en torno a la forma como debe enfrentarse el tráfico de drogas, ya sea mediante la eficacia policial o, como algunos políticos están proponiendo, a través de la legalización de ese comercio.
Por lo tanto, la guerra ha pasado del terreno de la guerra entre cárteles, del combate entre fuerzas policiales y el ejército contra los criminales, al terreno de las ideas, de la discusión y el debate, de cuyos resultados finales dependería una legislación favorable a los narcos, o su reiterada condenación. Por eso la palabra adquiere una creciente importancia en este contexto.
A los medios ha tocado el papel histórico de señalar el problema y las deficiencias en su combate.
A través de la información se ha ido cobrando una creciente conciencia de lo que el tráfico de estupefacientes representa en el país, de las complicidades al seno de la misma autoridad que debiera combatirlos y la ineficiencia que se da en este terreno.
Información y denuncia han sido una forma como los medios han participado habitualmente en la lucha contra el narcotráfico. Estos señalamientos han sido suficientes para provocar la ira de las mafias y cobrar víctimas aquí y allá. En este ámbito el periodismo eleva en mucho su imagen.
Pero también está presente el mundo de la opinión que, sin duda, ayuda a orientar a la sociedad para definir posiciones frente a los problemas sociales. Aquí es donde se genera toda una concepción cultural frente al problema en que estamos, y es aquí donde se encuentra el centro de la batalla. Aquí es donde el periodismo desbarra, pues traspasa el límite de sólo la información, para tornarse en fiscal, juez y verdugo. Esta invasión terrenos que no le corresponden, lleva a ese muy digna profesión o rebajarse a niveles que la ponen en un riesgo innecesario, riesgo que bien aprovecha a colocarse en el papel de mártir, pero tal parece que no entienden que deterioran su imagen.
Leo Luca Orlando, el alcalde de Palermo que logró vencer a la mafia siciliana, fundó su estrategia contra estas fuerzas nefastas mediante una batalla cultural que se basó, principalmente, en la promoción de una idea fuerza: “no todos los sicilianos somos mafiosos”, frente a otra que se había instalado sin discusión, no sólo allí, sino en todo el mundo: “todos los sicilianos son mafiosos”.
Fue así como se realizó la batalla cultural por rescatar lo auténticamente siciliano frente a todo lo que asociara con el oscuro mundo de la cosa nostra. Eso parecía sencillo, pero en realidad fue todo un mundo de comunicación, lo mismo a través de palabras que de expresiones simbólicas de gran significado, que vinieron a representar, junto con la lucha judicial, la diferencia entre la eficacia y la guerra estéril, como se había pretendido realizar durante años y años, sin resultado efectivo.
En México, sin duda, ya estamos en este terreno y habrá que tomar posiciones. Aquí la participación social será determinante, como lo fue en Sicilia. Por un lado, se trata de hacer el vacío social, marcar distancia ante aquellos que se conoce que son parte del mundo oscuro del narcotráfico.
Luego, crear conciencia de la dimensión del problema, que no es sólo social porque haya sido declarado ilegal por la ley, sino que se le ha determinado de esta manera por el profundo daño social que produce, no su cultivo o comercialización, sino el consumo de dichas sustancias en las personas que tienen el infortunio de caer en las garras de estas adicciones, que no surgen porque sí, sino como efecto de un conjunto de factores de riesgo acumulados, entre los cuales la disponibilidad de estas sustancias es un factor determinante.
Por eso resulta ingenua, si no es que cómplice, la propuesta de legalizar el comercio de drogas, lo que significaría que también se legitima la producción y el consumo. Paso seguido sería legalizar el comercio de armas. Y después ¿qué?...
Frente a ello no queda otra cosa que decir: “a la droga no se le combate con la droga”. Esta debe ser la idea fuerte que debemos promover en la sociedad mexicana. No ceder por temor, comodidad o complicidad.
Aquí, como en Sicilia, hay que pintar la raya, establecer distancia entre los verdaderos valores y aquellos que, aunque disfrazados de una actividad comercial neutra que vería incrementado su movimiento, a la postre estaría causando estragos entre los adictos que, como bien sabemos, se encuentran numerosos jóvenes que son fácil presa de este mal por estar en una etapa de desarrollo donde se incrementa la vulnerabilidad.
A la policía y las fuerzas armadas, así como al aparato judicial, les toca el combate de fuerza contra el crimen. A la sociedad, y no sólo al periodismo, le toca la batalla cultural con la fuerza de la palabra.


Inmerso en la enfermedad

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

He pasado una semana enfermo, débil, sin ánimo para hacer cosas, en un estado depresivo agobiante. Curiosamente, no he dejado de sentir la presencia amorosa de Dios.
Tus fuerzas te abandonan y tú te abandonas ante su presencia soberana. Entonces surge Dios y dice: “No temas, Yo estoy contigo”. Y todo cambia. Comprendes que hay un sentido para todo, incluso tu enfermedad.
Por momentos, acostado, me trasladaba con mi mente ante la presencia omnímoda de Dios. Me detengo frente a El y lo miro. Y le digo que lo quiero. “Eres mi mejor amigo, Señor”. No hacemos más que eso. Pero me siento tan feliz de poder entregarle estos pequeños gestos de amor.
Comprendo lo frágiles que somos los humanos y la grandeza de nuestro espíritu.
Anoche, ocurrió algo significativo. Me dormí profundamente y dormido, en sueños, me puse a rezar. Entonces escuché la voz paternal de Dios que se preguntaba:
-- “¿Qué haré contigo?”
Yo, intuitivamente respondí:
-- “Devolverme la salud”.
De pronto surgió una pregunta que me estremeció:
-- “¿Y qué hiciste con la salud que te di?”
Me vi entonces en un embotellamiento vehicular gritándole al conductor de al lado. Luego, molesto con una cajera que no me atendió a tiempo. Surgieron así, en cuestión de segundos, cientos de situaciones similares de las que me avergoncé.
Sin dejar de amarme, Dios preguntó:
-- “¿Amaste?”
-- “Muy poco Señor”, reconocí, “creo que fui egoísta con el tiempo que me diste”.
-- “Está bien reconocerlo”, dijo con ternura… “Tendrás otra oportunidad. Ama y haz todo el bien que puedas”.
Entonces desperté.
Algo pasó en ese sueño, que me llenó de esperanza.
La gripe está cediendo y pronto volveré a salir. Pero esta vez seré diferente. Trataré de ver al prójimo como a mi hermano, y estaré más cerca de Dios: amando, ayudando al que pueda.

Ancianos jóvenes

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel
Advertir, hijo, que son las canas el fundamento
que soporta la agudeza y discreción

Los sociólogos de nuestros días distinguen ya entre “ancianos jóvenes” y “ancianos más ancianos”, entre tercera y cuarta edad. Y siguen buscando palabras y términos intrincados para definir y caracterizar un hecho real: el número de abuelos y de abuelas en el planeta tierra abarca una tercera parte de la población mundial.

Para muchos atravesar la puerta de los sesenta rumbo a los setenta se presenta como un trauma o una enfermedad irreversible. Pero no es así. Si la vida es un regalo de Dios, siempre y en cualquier lugar será bella, digna y emocionante.

Desde niño me he acostumbrado a ver la vida como el sucederse de las horas de un día o el correr de las estaciones. ¿Cuál es la mejor? ¿Qué estación supera a las otras? Es difícil responder, porque cada una encierra su encanto. No podemos detener el sol y quedarnos con los albores del amanecer. El sol del atardecer es tan importante y necesario como el de mediodía. La primavera hace germinar las rosas, pero del otoño nace la vendimia.

La vida no es un momento muerto, una experiencia congelada. Hora tras hora se suceden, estación tras estación siguen su curso irreversible. El secreto está en aprovechar y sacar el mejor partido de cada instante. El día tiene 24 horas, pero también mil bolsillos que llenar.

Dirijo estas líneas a los mayores, a los que, como yo, viven el atardecer, el embrujo del otoño. Y los contemplo y los trato con emoción. Porque me ilusiona compartir experiencias con esos grandes de la vida que han llenado sus alforjas con tantas vivencias. El paso de los años los suaviza, los hace más comprensivos. De ellos he aprendido que vivir es crecer, que cada persona prepara durante toda su vida la propia manera de vivir la vejez. En cierto sentido, la vejez crece con nosotros. Y de nosotros depende darle calidad o degradarla. Cuando joven, ¡cuánto aprendí de mis mayores! ¡Cómo admiré su visión más llena y completa de lo esencial en la vida! La edad es una tarea.

Recuerdo un gracioso dibujo. Creo que lo vi en un calendario. No recuerdo la firma. Tampoco importa mucho. Está pintado un hombre bastante mayor. No me atrevería a darle una edad. Sentado en una mesa, escribe y firma papeles. A un lado de él aparece un pequeño bloque de hojas que llevan por título: memorias. A su izquierda, un enorme bloque de pliegos con un cartelito: proyectos.

¡Qué verdad tan grande! El hombre comienza a envejecer cuando sus recuerdos son mayores que sus proyectos. El día en que el reloj se para y corren las agujas hacia atrás se muere. En ese momento se tira la vida. En ese instante se firma la sentencia de muerte.

Ahora, ya viejo, en la lluvia nostálgica de los tiempos idos, convivir con mis semejantes me llena de gozo y quiero que el tiempo se alargue para, en el compañerismo, poder servirlos hasta el último día de mi vida.

La vejez tranquila es la recompensa de una juventud serena. No hay razón para considerar a la vejez como un mal. Ella, como todas las demás edades, tiene sus ventajas y desventajas; su pro y su contra; sus encantos y sus inconvenientes; pero siempre hay que ver el lado amable y sublime que le vejez posee, para ello el mejor camino es mantener la mente ocupada en el noble trabajo se servir a nuestros semejantes. Sentir que se es útil enhaltece el espíritu.

domingo, 8 de febrero de 2009

¿Sorpresa?

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

«La corrupción de lo que hay de mejor es la peor»

Noticia sorpresiva para nosotros los mexicanos:
“México fue ubicado en el lugar número 72 de un total de 180 países menos corruptos, evaluados por la Organización Transparencia Internacional. “
Caramba creo que definitivamente no nos esperábamos eso, en realidad yo me esperaba que anduviéramos por ahí del último lugar, quizás el 175, pero no menos. Y es que francamente no es para menos, dada la gran corrupción que ha invadido todo: policía, funcionarios gubernamentales, empleados burócratas y, para que seguimos, a la sociedad entera.
Pero volvamos a la noticia, México mantiene el mismo lugar que ocupó en 2007 en el Índice de Percepción de la Corrupción, presentado cada año en Berlín por ese grupo dedicado a denunciar la corrupción política en el mundo.
Dinamarca, Suecia y Nueva Zelanda son los países menos corruptos del mundo, mientras Somalia, Myanmar e Irak tienen el peor índice en ese problema, de acuerdo con el informe.
Pero somos tan especiales los mexicanos, que en vez de darnos vergüenza el lugar obtenido hay quien lo festeja como si fuera un gran logro ¡acabáramos!
Sabemos y estamos concientes de que la corrupción es propia de la naturaleza humana y que es una verdadera utopía pensar que puede eliminarse totalmente, pero la lucha real para bajarla a niveles tolerables y mantenerla controlada, la cual debe darse por la sociedad entera, no se da, parece imposible lograrlo. La corrupción se da en todos los sectores, claro que la más notoria, la que más se critica, de la que más nos quejamos y que más daño hace, es la que se efectúa en el sector oficial. Pero seamos claros que toda, en su conjunto, se ha convertido en un verdadero flagelo para México.
“¡QUE TIRE LA PRIMERA PIEDRA QUIEN ESTÉ LIBRE DE PECADO!” Fueron las palabras que pronunció Jesucristo a muchedumbre que trataba de apedrear a la mujer adultera –delito altamente castigado con una piedriza en aquel tiempo—, así todos los que ya tenían piedra en mano, listos para arrojársela a la indefensa mujer, voltearon para verse las caras unos a otros, se quedaron estáticos y acabaron por dejar caer la piedra.. Parafraseando aquella sentencia, podemos decir ahora: “Que tire la primera piedra quien no haya cometido un acto de corrupción”, todos nos miramos las caras unos a otros, nos sonrojamos de vergüenza y acabamos por dejar caer la piedra, a todos nos ha salpicado la corrupción de un modo u otro.
Cuando se hizo del poder la “Trinca Infernal” –PNR-PRM-PRI)-- en 1930, el pueblo mexicano estaba abierto para encausarse a una organización democrática, honesta y responsable; pero no sólo desperdiciaron lamentablemente esa oportunidad, sino que se fueron para el lado contario. Ahí nació la pudrición en que se encontraba nuestro país en año 2000, cuando llegó a su fin la hegemonía de la Trinca.
Es tan enorme esa podrida carga, que para revertirla se necesitaran muchísimos años y eso a trabajo sostenido. Fueron 70 años, equivalentes a 1 cuatrienio (Pascual Ortiz Rubio-Abelardo Rodríguez) y 11 sexenios (Cárdenas, Ávila Camacho, Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas, y Zedillo), 13 “magníficos” ejemplares de la ganadería robolucionaria. Unos más que otros, pero todos al fin pusieron su grano –o roca— de arena para encaminar a México --la patria que juraron llevar a buen recaudo-- a la cultura de la corrupción.
Según los especialistas en eso del cálculo de probabilidades, el mal se aprende más rápido que el bien en proporción de 1 a 4, por lo que, –considerando esta proporción como correcta, se necesitarán 280 años para revertir el mal. O sea que se necesitará el trabajo positivo y sostenido de 46.67 sexenios, el equivalente a 11.2 generaciones de mexicanos –considerando 25 años por generación. Claro, sin considerar que pueda atravesarse un problema fortuito que dé al traste con lo que se haya logrado en bien. ¿Cómo la ven?, como diría mi compadre el Che Sarnudo: “macanudo che”.
Sería muy interesante hacernos un auscultación honesta –sueño utópico-- del porcentaje de mexicanos que ponen empeño en, ya no digamos combatir, sino evitar la corrupción. No quiero pecar de adivino, pero se me hace que andamos muy bajos. Cuantos evitan por ejemplo dar una “propina” –me causa repudio la palabra mordida-- al agente de tránsito para evitar la “lata” de ir a pagar una multa porque se pasó un alto, o porque se estacionó en lugar prohibido. O darle “propina” a un servidor público para que agilice un trámite. O a comprar en la fayuca o con la piratería, a pesar de que sabemos que le hacemos un daño al país al apoyar la evasión del pago de impuestos. Y así podemos seguir anotando los renglones dende aparece la corrupción. Y esto por parte y responsabilidad de la sociedad en general.
Reducir este maldito defecto –conste que eludo decir “acabar”, como antes se ha explicado-- a niveles tolerables a corto plazo lo considero imposible y menos con la apatía que demuestra la mayor parte de la sociedad.
¿Cambiaremos nuestra cultura del “importamadrismo” o del “yo exijo todo a cambio de nada”? O lo que es lo mismo: tengo derechos pero no obligaciones.
Mexicano. ¡TU TIENES LA PALABRA Y LA ACCIÓN!

Mujer soltera, ¿será mejor?

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Los mitos sobre el amor y la pareja, así como la autorrealización de la mujer en la soltería, son los temas centrales de las escritoras Flor Aguilera y Alejandra Rodríguez, en su libro “El (estúpido) príncipe azul”.
Desde que la mujer es niña le relatan historias de príncipes azules, creando fantasías de lo que es el verdadero amor y cómo deben ser las relaciones de pareja, haciéndolas creer que la soltería para el género femenino es sinómino de infelicidad y que necesita un hombre que la rescate.
Contra esa premisa, las autoras muestran en su libro que una mujer puede ser soltera por convicción y que además es una oportunidad para la autorrealización y la búsqueda de la felicidad individual.
El libro consta de dos partes, una que habla de todos los mitos sobre amor y las falsas ideas que se tienen sobre la pareja, metáforas como: “alma gemela”, “media naranja” y un “príncipe azul” que nos rescate de nosotras mismas y demás ideas absurdas relacionadas con los cuentos de hadas.
En la segunda parte, explican al lector la forma de vivir una soltería plena, a partir del autoconocimiento y la independencia, para eliminar la idea de que se necesita de un hombre para ser feliz, llenar los vacíos emocionales y curar las heridas.
La soltería, enfatiza el sello Grijalbo, se plantea como una decisión personal que ofrece un sinnúmero de posibilidades y muestran que querer ser soltera no tiene nada de anormal.
“Para probar sus teorías, las autoras nos demuestran de forma muy amena y a través de ejemplos y anécdotas, que creer en los ideales de cuentos de hadas lo único que traen son complicaciones, malos entendidos e ideas falsas de la realidad porque no se cumple con las expectativas que las mujeres se plantean”, agrega.
Ser feliz, continúa, depende de una misma y no de un hombre, este libro te ayuda a comprender todo lo que puedes hacer por ti misma y a olvidar esos idealismos que llevamos cargando desde pequeñas.
Todas estas ideas y teorías nuevas que poco a poco van imponiéndose en el mundo actual, finalmente son las que marcarán la degradación de la familia y, por ende, del ser humano. Son, como bien dice Querien Vangal, la antesala de la extinción del mundo, cuando menos del mundo poblado por seres humano.
La naturaleza del todos los seres humanos es la convivencia entre los seres de ambos sexos como base de la procreación. Los seres humanos, como seres pensantes y creativos, crecieron y se multiplicaron con base en la constitución de familias, estas a su vez formaron tribus, estas a su vez se integraron en comunidades, y estas finalmente en naciones.
¿Cómo podría haberse llevado a cabo este proceso sin la unión hombre-mujer?, la pregunta se contesta por si sola, natural y lógicamente: NO PODRIA HABERSE LLEVADO A CABO.
Entonces la unión hombre mujer es tan necesaria para la vida en la sociedad humana como el agua. Fabrican un mito quienes sostienen la tesis de que la mujer puede vivir sin el hombre y viceversa, es una verdadera aberración. Si así hubiera sido, o tendríamos otra naturaleza, como sucede con algunas especies vivientes, o no existiría la humanidad.
La mujer es el ser sublime de la creación, por que es el único ser capacitado para dar vida a todos los seres humanos y enseñarlos a introducirse en la vida comunitaria. Es el espíritu que da fuerza a la humanidad y que sin él ésta no existiría; pero para cumplir esa sublime posición necesita su complemento: el hombre.
El que muchos hombres no hayan entendido su sagrada posición y fallen en el sagrado papel de apoyar a la mujer, es parte de las equivocaciones garrafales a que está expuesta la humanidad.
Pero de ello a pensar que la mujer puede vivir sin el hombre y viceversa es destruir todos los fundamentos que le han dado sentido a la vida humana, y por ende a la sociedad.
Pero…, los “progresistas” así lo pregonan, como han pregonado el aborto y el matrimonio entre homosexuales, y quien sabe que tatas cosas más, porque de que garran carrera ni quien los pare.
Que conste que no he hecho referencia a ninguna religión, y lo he hecho con toda intención para no dañar susceptibilidades, porque supongo que los que pregonan que lo mujer puede vivir sin el hombre y viceversa seguramente son agnósticos.
Pero… ¿usted que piensa?

domingo, 1 de febrero de 2009

Mejorar la salud, sonriendo

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Este mundo que nos ha tocado vivir tiene demasiada gente seria. Cuesta a veces sonreír. ¿No sería buena idea asegurarnos la sonrisa?
Ha habido quien lo ha hecho, y con eso ha entrado en el mundo de los sucesos curiosos. Allá por el año 1927 una actriz estadounidense firmó un extraño contrato con una compañía inglesa de seguros.
Según este contrato, la actriz debía recibir 50 mil libras esterlinas, un dineral, si en los siguientes 10 años perdía… ¿la salud?, ¿el trabajo? No. Sencillamente si a causa de una enfermedad, o por cualquier desgracia, perdía la capacidad de saber sonreír amablemente.
La sonrisa es un regalo bien agradecido para ti y para los tuyos. Es sana. En el plano fisiológico, la sonrisa intensifica la producción de jugos gástricos que benefician la digestión. Ejercita los músculos faciales y reduce la producción de toxinas por su efecto relajante.
La risa libera endorfinas cerebrales, estimulantes psíquicos que por su acción en el sistema neuro-vegetativo combaten el estrés. Además, favorece las funciones vitales del organismo al facilitar la circulación sanguínea.
En el campo psicológico, la sonrisa reduce el estrés. Disminuye los estados de angustia, desviando la atención de las situaciones de ansiedad. Aumenta la capacidad de adaptación a situaciones difíciles. Facilita las relaciones humanas. Ayuda a controlar la agresividad. Se opone al pensamiento negativo y pesimista de la sociedad.
La sonrisa es salud. Las vitaminas fortalecen tu cuerpo, pero una sonrisa fortalece también tu alma. La risa es contagiosa. La alegría hace llevadera nuestra vida y la vida de quienes nos rodean.
Una tarde, Dale Carnegie --Seudónimo de Dale Breckenridge Carnegie (*24-11-1888, †01-11-1955), empresario y escritor de libros de auto ayuda estadounidense. Carnegie fue promotor de lo que ahora se llama asunción de responsabilidades, aunque esto sólo aparece puntualmente en sus escritos. Una de las ideas centrales de sus libros es que es posible cambiar el comportamiento de los demás, al cambiar nuestra actitud hacia ellos-- fue a una ventanilla de correos y el empleado parecía fastidiado. Carnegie re­solvió conquistar la plaza. El funcionario aquel tenía una cabe­llera magnífica.
–Daría mucho por tener sus cabellos–, observó dulce­men­te.
La puntería fue certera. Aquel rostro terriblemente frío se iluminó. Unas palabras amables obraron el milagro de una sonrisa.
Al contar Carnegie el caso a unos conocidos, alguien le preguntó qué beneficio había sacado de ese asunto; a lo que él respondió: “He tenido la satisfacción exquisita de haber hecho un gesto absolutamente desinteresado, una de esas generosas acciones cuyo recuerdo sigue brillando en la memo­ria mucho tiempo, después de haber caído en el olvido el incidente que lo provocó”.
Cada persona tiene oportunidades para obrar el milagro de la sonrisa en los demás. La sonrisa no se compra. Basta con ofrecer un regalo que no vale ni un centavo. El regalo de escuchar; pero realmente escuchar, sin interrumpir, bostezar, o criticar... Sólo escuchar.
El regalo del cariño; generoso en besos, abrazos y palmadas en la espalda. El regalo de las notas escritas: “Gracias por ayudarme”. O el regalo del favor, todos los días hacer un favor a alguien que me rodea.
Detalles así pueden recordarse de por vida y tal vez cambiarla. El regalo de la palabra: “Te ves genial de rojo”, “buen trabajo” o “estupenda comida”. Esto puede hacer especial todo un día.
¿Por qué no llenar tu vida de sonrisas, alegría y buenas palabras? Así los tuyos dirán: “¿Sabes?, me gusta reír contigo”.



Honestidad con uno mismo

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Es necesario e importante que reconozcamos nuestros propios errores. Hay un libro que se titula “El Caballero de la Armadura Oxidada”, cuyo autor es Robert Fisher. Sobre este libro hace unas reflexiones interesantes el escritor Alfonso Aguiló, las cuales nos pueden ayudar a reflexionar, y que a continuación transcribo.
Es un relato de fantasía adulta, cuyo protagonista es un ejemplar caballero medieval que “cuando no estaba luchando en una batalla, matando dragones o rescatando damiselas, estaba ocupado probándose su armadura y admirando su brillo”.
Nuestro caballero se había enamorado hasta tal punto de su armadura, que se la empezó a poner para cenar, y a menudo para dormir. Después ya no se la quitaba para nada. Su mujer ya estaba harta de no poder ver el rostro de su marido, y de dormir mal por culpa del ruido metálico de la armadura.
La situación llega a ser tan insostenible para la desdichada familia, que el caballero decide finalmente quitarse la armadura, pero descubre que, por llevarla tanto tiempo, está totalmente atascada y no puede. Marcha en busca del mago Merlín, que le muestra un sendero estrecho y empinado como la única solución para liberarse de ella. Es el sendero de la verdad.
Tiene que superar diversas pruebas. En una de ellas comprueba que apenas se había ganado el afecto de su hijo, y eso le hace llorar amargamente. La sorpresa llega cuando ve que la armadura se ha oxidado como consecuencia de las lágrimas, y parte de ella se ha desencajado y caído. Su llanto había comenzado a liberarle.
Más adelante advierte que durante años no había querido admitir las cosas que hacía mal. Había preferido culpar siempre a los demás: a su madre, a su padre, a sus profesores, a su mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los demás.
Había sido ingrato e injusto con su mujer y su hijo. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas cada vez con más profusión. Necesitaba de ellos, pero apenas los había amado. En el fondo, se consideraba inferior, pero pretendía ganarse la consideración de los demás, y por ello era orgulloso y altivo. Había puesto una armadura invisible entre él y su verdadero modo de ser, y le estaba aprisionando.
Recordó todas las cosas de su vida de las que había culpado. Por primera vez en muchos años, contempló su vida con claridad, sin juzgar y sin excusarse. En ese instante, aceptó toda su responsabilidad: nunca más culparía a nada ni a nadie de sus propios errores. Entonces ya no tuvo miedo, sino calma: “Casi muero por las lágrimas que no derramé”, pensó.
Es fácil culpar a otros. Por eso, la sabiduría de vivir está, en buena medida, en conocerse lo suficiente a uno mismo. De lo contrario, la voluntad se hará cada día más débil, y la habilidad para engañarse por el orgullo, cada día más fuerte.
Nuestro caballero tenía que quitarse la armadura para enfrentarse a la verdad sobre su vida. Se lo habían dicho muchas veces, pero siempre había rechazado esa idea como una ofensa, tomando la verdad como un insulto. Y hasta que no reconoció sus errores y lloró por ellos, no consiguió liberarse del encerramiento al que a sí mismo se había sometido.
Siempre hay culpas exteriores, y hace falta mucha valentía para aceptar que la responsabilidad es nuestra. Pero esa es la única manera de avanzar, aunque sea un recorrido siempre


Caras vemos, corazones no sabemos

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel


Hace un par de años tuve oportunidad de participar en la formación de adultos, quienes se preparan para trabajar en el cuidado de los enfermos, personas mayores y discapacitados. Mi participación fue únicamente de observador, o como se dice coloquialmente de mirón. Me tocó ver, a través de técnicas de teatro y clown, realizar la integración del grupo, impulsar la confianza en uno mismo ante un público, desarrollar la creatividad y el trabajo en equipo, entre otras.
En una de las dinámicas, el grupo tiene que ponerse en círculo, una persona pasará al centro y se desplazará con los ojos cerrados dentro del corrillo, esperando la protección de sus compañeros para no golpearse con los objetos o con las paredes.
Y por simple que parezca, a muchas personas este ejercicio les cuesta trabajo, pues significa confiar en el grupo y ponerse literalmente en sus manos.
Algunos prefieren no intentarlo, otros se detienen a medio intento, o bien, descubren que finalmente no es nada desagradable eso que parece tan difícil: confiar.
Una joven de 22 años no quería pasar, y tras la dificultad, decidió interrumpir el ejercicio a los pocos segundos. ¿Por qué la gente no confía? ¿Por qué aparecen estas reacciones inesperadas? La respuesta está en la historia personal de cada uno.
Más adelante, pidieron a los participantes contar una experiencia o anécdota personal que les hubiera dado una gran alegría. Todas las historias, o casi todas, resultaron extremadamente bellas. Muchas de ellas hablaban del nacimiento de sus hijos. Entre todas, destaco la historia de esta joven de apariencia valiente y segura, que no había podido soportar cerrar los ojos y confiar en el grupo.
A los siete años dejó su país y a su familia en Centroamérica, para venir a vivir al estado de Oaxaca al lado de algún pariente. Las cosas no resultaron, y esta pequeña se vio literalmente sola y desamparada a su corta edad. Creció como la hierba en la Mixteca, en donde poco a poco obtuvo el apoyo de algunos amigos.
A los 16 años tuvo por primera vez la ocasión de hablar por teléfono con su madre, aquella a la que no había olvidado, pero que a la vez no conocía ya, después de tantos años. Para ella, esta media hora de teléfono fue el día más feliz de su vida. Un mes más tarde su madre murió.
Desconozco las razones por las cuales un niño de siete años tiene que partir en soledad a un país extraño. Seguramente puede atribuirse a la miseria.
Muchas veces escuchamos historias como estas o peores, y da gusto ver cómo, dentro de la tragedia, esta joven se ha abierto paso entre las adversidades para conseguir superarse. Para ella, cerrar los ojos y confiar en el grupo era ponerse en el abismo en el que vivió y en donde nadie le tendía la mano.
Historias como estas las vemos en la tele o las escuchamos en alguna conferencia de desarrollo humano, o las imaginamos al ver un niño de la calle, pero muchas veces no estamos tan próximos a ellas ni conscientes de que suceden en realidad.
Radico en una pequeña ciudad enclavada en el Istmo de Tehuantepec, donde es concurrente el paso de los inmigrantes provenientes de Centroamérica. Estos, en donde la mayor parte son jóvenes, hombres y mujeres, que van al norte en busca de una vida mejor, esconden en sus rostros tristes historias de dolor y abandono. Pero allá van. Con el rostro iluminado por la esperanza de vivir en un ambiente de respeto, en donde puedan trabajar en paz para servir a sus semejantes. La mayoría nunca han tenido nada, y los que algo tuvieron lo perdieron; pero eso sí, todos tienen fe, y esta nunca se pierde. Dios los bendiga, los guíe, y los colme de la felicidad anhelada.
Para mí se ha vuelto muy frecuente encontrarme con relatos asombrosos de sufrimiento extremo, narrados por personas con una gran sonrisa en los labios. Todas ellas me dejan la misma reflexión: Antes de juzgar el porqué alguien reacciona, piensa o actúa de determinada manera, vale la pena mirar dentro de su corazón